Número de páginas: 336
Dimensiones: 189 cm × 125 cm × 0 cm
Fecha de publicación: 2019
ISBN: 978-84-663-3967-4
Idioma original: ruso
Título original: Cíncovie málchiki
Año de publicación: 1990
Sinopsis:
Entre 1979 y 1989 un millón de tropas soviéticas combatieron en una guerra devastadora en Afganistán que provocó más de 50.000 bajas y acabó con la juventud y la humanidad de varias decenas de miles de soldados más. Los muertos soviéticos volvían a casa en ataúdes de zinc sellados mientras el estado no reconocía ni la mera existencia del conflicto.
Opinión:
Impresión: Necesario
Este ha sido bastante similar, tanto en estructura como en temas, al otro, aunque me ha impactado un poco menos. Se centra en las consecuencias en Rusia de la guerra de Afganistán (1979-1989). A mí, ver estas fechas me da repelús. ¡Todo esto sucedió en los 80! ¡No hace tanto! ¡Ya éramos una sociedad civilizada! En cambio, la imagen que nos muestra tanto de la mentalidad como de la tecnología rusa es propia de principios del siglo XX.
A lo largo de varios años, la autora se entrevistó con soldados, médicos, enfermeras, madres y esposas, entre otros, para que conozcamos de primera mano qué significó la guerra para la población. Como afirma la autora en el prólogo:
«Yo rastreo el sentimiento, no el suceso. Cómo se desarrollan nuestros sentimientos, no los hechos. Probablemente lo que yo estoy haciendo se parece a la labor de un historiador, soy una historiadora de lo etéreo. ¿Qué ocurre con los grandes acontecimientos? Quedan fijados en la Historia. En cambio, los pequeños, que sin embargo son importantes para el hombre pequeño, desaparecen sin dejar huella. Hoy mismo un chico —no parecía un soldado, era frágil y de aspecto enclenque— me ha contado lo extraño y a la vez apasionante que es matar todos juntos. Y lo espantoso que es fusilar.
¿Acaso eso quedará en la Historia? Eso es a lo que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana.»
Desde Voces de Chernóbil, me he aficionado a los testimonios reales, por su sinceridad, por la frialdad con la que hablan de hechos terribles, por el sentimiento contenido, porque a medida que lees incrédula, tienes que recordarte que esto NO es una ficción, que tras esas palabras hay alguien de carne y hueso. Eso sí, siempre con el filtro de la autora, quien ha seleccionado los fragmentos de las entrevistas que le permiten transmitir mejor su mensaje y quien las ha transcrito imitando el habla oral (repeticiones de palabras, duda, ausencia de conectores), pero puliendo la sintaxis y el lenguaje para darle una forma literaria. Entonces, ¿qué parte es real y qué parte es modificada? Me hubiera gustado que se hablara en el prólogo de los criterios de transcripción. Aun así, me gusta que en cierta parte se cuestione la veracidad del género:
«la literatura documental se centra rigurosamente en la autenticidad y la veracidad. Sin embargo, ¿son posibles el realismo total, la verdad absoluta? De acuerdo con las palabras de Albert Camus, escritor, Premio Nobel de Literatura, la verdad absoluta solo sería posible si frente al hombre hubiera una cámara que registrara su vida desde el nacimiento hasta la muerte. Pero ¿existiría en tal caso otra persona dispuesta a sacrificar su vida para asistir a la proyección infinita de esta increíble película? Y ¿sería esa otra persona capaz de divisar tras los acontecimientos formales las razones internas del «personaje»?»
Ya que estoy con la parte más técnica, me gustaría hablar de la estructura. La obra se divide en tres partes introducidas por una cita de la Biblia. Yo lo siento, pero no he percibido diferencia alguna entre los testimonios que pertenecen a las distintas partes. En estos testimonios, de una duración de entre dos y diez páginas, no se indica quién está hablando (nunca dice nombres reales, para evitar problemas políticos, sino un pseudónimo y el oficio) hasta el final, algo que me ha molestado. Es cierto que es un libro de poco contexto, pero como mínimo necesito saber antes de leer el testimonio si la voz es de un hombre, una mujer, cuál era su papel en el conflicto y cuando se realizó la entrevista. Este último dato no aparece por ninguna parte y me parece clave, pues no es lo mismo lo que pueda opinar un soldado durante la guerra, un año o diez años después.
Tras esto, encontramos toda la documentación relativa a los juicios a los que tuvo que enfrentarse la autora tras la publicación del libro. No me esperaba algo así y he quedado gratamente sorprendida. Me encanta la idea de no querer ocultar la polémica, los insultos recibidos y las críticas, sino blandirlas con orgullo y convertirlo en una argumento más a su favor, pues muestra cómo el gobierno ruso manipula, trata de silenciar todas las voces disidentes y oculta información a la población.
Toda esta parte me ha parecido maravillosa, pues permite que veamos la censura a la que son sometidos los autores y periodistas rusos, así como el punto de vista de los detractores de Svetlana. Para muestra, un botón:
«Inna Serguéevna Galovneva, madre del oficial Galovnev, caído en Afganistán, no abandona el «sendero de la guerra»: se prepara para tramitar el recurso de casación y seguir demandando a la escritora. ¿Qué impulsa a esta mujer? ¿A esta madre? La pena inconsolable. Inconsolable en el sentido de que cuanto más se aleja la guerra afgana, cuanto más concienciada está la sociedad de lo oportunista que fue esa guerra, más absurda se vuelve la muerte de nuestros chicos en tierra extranjera… Es por eso por lo que Inna Serguéevna no acepta el libro Los muchachos de zinc. Es por eso por lo que para ella es un ultraje: para una madre la verdad al desnudo sobre la guerra afgana es una carga insoportable.»
En este caso, la crítica se fundamenta en algo emocional, pero es que en otros resulta sorprendente cómo una obra que tiene un mensaje tan claro y directo, puede malinterpretarse y que alguien entienda justo lo contrario. Por último, relacionado con los juicios, destacar que se tratan temas polémicos, algunos relacionados con el género documental (los derechos de autor, hasta qué punto la autora puede modificar las palabras) y otros con la autora (¿la autora se aprovecha de los testimonios para ganar dinero?).
Volviendo a la parte central del libro, me gustaría hablar acerca del tema principal de la obra: las guerras no deberían producirse. Ese es uno de los mensajes que transmite la autora. Para empezar, las tenemos muy mitificadas por el cine, pues aunque sabemos que es algo terrible, también lo asociamos con algo épico, cuando las guerras son sucias, aburridas, brutales e inhumanas. En las películas no se ven los meses de espera para cinco minutos de batalla, cómo los héroes matan a inocentes, cómo los soldados están insensibilizados, cómo los "malos" solo se están defendiendo, cómo los cadáveres resultan descuartizados y tienen que recoger los trozos de sus compañeros, cómo mueren los soldados por enfermedades, cómo se maltratan entre ellos, la falta de medicinas, cómo pueden hacer vida normal tras todo lo que han vivido. Aquí os dejo un par de ejemplos:
«Era cerca de Bagram… Entramos en un kishlak y pedimos comida. Según sus leyes, si un hombre entra en tu casa y está hambriento, no puedes negarle una torta caliente. Las mujeres nos dejaron sentarnos a su mesa y nos dieron de comer. Cuando nos hubimos marchado, los vecinos apedrearon a esas mujeres y a sus hijos hasta la muerte. Ellas sabían que los iban a matar, y sin embargo no nos echaron de sus casas. Y nosotros irrumpíamos en su país con nuestras reglas…»
«Una guerra nunca hace mejor a un hombre. Solo lo hace peor. De eso no cabe duda. Nunca podré regresar al día en que me fui a la guerra. Ya nunca seré el hombre que era antes de la guerra. Cómo puedo ser una persona mejor si he visto… como los médicos le compraban con vales dos vasos de orina a un ictérico. Luego se los bebían. Enfermaban. La comisión médica los mandaba a casa. He visto como se disparaban a sus propios dedos. Como se mutilaban con los cerrojos de las ametralladoras. Como… Como… Como dentro del mismo avión regresaban a casa los ataúdes de zinc sellados y maletas repletas de abrigos de piel, de tejanos, de braguitas de mujer… de té chino…»
«Después del combate recogimos a los nuestros pedazo por pedazo, tuvimos que raspar algunos trozos para quitarlos de la coraza. No había chapas de identificación, desplegamos una lona que hizo de fosa común… Vete tú a identificar piernas o fragmentos de cráneos…»
La autora pretende que tomemos consciencia de que las guerras solo benefician a los políticos, que participar no te convierte en un héroe. Muchos rusos, antes de la publicación del libro, no sabían nada acerca de lo que vivieron los soldados que fueron enviados allí ni de la parte más oscura de la guerra de Afganistán. Según la autora:
«Si no conseguimos aclararnos con el pasado, nos volverá a alcanzar en el futuro. Habrá un nuevo engaño y nueva sangre. El pasado está por delante.»
Lo cual ha demostrado ser cierto, como se ha visto con la guerra con Ucrania. Es más, me ha impactado mucho leer este libro justo en este momento, pues ahora sé exactamente lo que se está viviendo allí en el frente y también comprendo mejor a los soldados rusos, a los que, como en la guerra de Afganistán, habrán lavado el cerebro con mentiras acerca de proteger su patria y cómo los soldados no pueden negarse a luchar.
Muchos de los soldados que fueron a la guerra de Afganistán a penas tenían 18 años. Fueron allí con la esperanza de convertirse en héroes, pero al volver, se encontraron con que el resto de la población los consideraba unos asesinos violentos. Svetlana en ningún momento los culpabiliza por matar o los juzga por sus actos, al contrario, cada una de las barbaridades que se ven obligados a hacer (a veces por órdenes recibidas, otras porque las circunstancias les han afectado tanto que se han vuelto crueles) es responsabilidad de aquellos altos cargos políticos que estaban a favor de la guerra. Svetlana no desprecia a los soldados por lo que se han convertido, sino que los considera unos mártires, títeres que no podían huir de la guerra.Esto se ve especialmente al final de cada testimonio. Considero que Svetlana ha sabido seleccionar muy bien los fragmentos para transmitir su mensaje y cortarlos en el momento justo, de manera que las palabras finales de los testimonios se pueden interpretar como críticas al sistema político que los llevó a esa situación.
Los testimonios de los soldados son en su mayoría fríos, como si se hubieran insensibilizado ante la violencia. Hay alguna que otra escena bastante dura, pero la obra te impacta y te traslada al campo de batalla tanto por la cotidianeidad con la que hablan de ello como por la suma de todas las voces que afirman lo mismo. Es cierto que esperaba algo más explícito y terrible, pero es que a veces es peor la suma de los pequeños actos que una gran explosión de sangre y vísceras.La autora es claramente partidista y está en contra de la guerra, pero eso no implica que no incluya el testimonio de soldados que se sienten orgullosos por sus actos, que continúan defendiendo la Patria y que consideran que la guerra de Afganistán fue un acierto. En lugar de ir en contra de su mensaje, este tipo de testimonios lo refuerzan, pues vemos hasta qué punto llega la manipulación mental.
También me ha gustado mucho la perspectiva de las consecuencias psicológicas tras la guerra, y cómo los soldados tratan de reincorporarse a la vida cotidiana. Lo peor es volver y ser juzgado por la mirada de los demás, por estar tan acostumbrado a resolver las cosas con violencia que ya no ves otra salida.
«Aquí les han estropeado la visión. Por eso no nos debe sorprender que después, en casa, su comportamiento no se ajuste a lo normal. Tengo un amigo que ya ha ido a parar a la cárcel… Vuelven con una experiencia distinta. Se han acostumbrado a resolverlo todo con un arma, a la fuerza… Había un ducán donde el dueño vendía sandías, una sandía por cien afganis. Nuestros soldados querían que se las vendiera más baratas. El vendedor se negó. “¿Me estás diciendo que no?”. Un soldado se encabritó y frió a balas las sandías, una montaña entera de sandías. Imagínese qué puede pasar si le pisas un pie en el autobús o no le cedes el paso en un cruce. ¡Imagine!»
«El hombre no cambia en la guerra, el hombre cambia después de la guerra. Se transforma cuando mira lo que hay aquí con los mismos ojos con que miraba lo que había allí»
Además del testimonio de los soldados, hay muchos testimonios de las madres y las viudas. Estos han sido los que me han parecido más desgarradores, pues están llenos de dolor, te pueden identificar fácilmente con su sufrimiento y son los más cohesionados cronológicamente.
Uno de los problemas que he tenido es que me ha faltado variedad de puntos de vista. En especial, me hubiera gustado leer sobre los altos mandos del ejército o de políticos, incluso de personas que aparentemente no tienen nada que ver, pero que la guerra les afectó de una manera u otra. Sin todo eso, siento que a la obra le falta cierta perspectiva. Además, los testimonios, si los lees seguidos, pueden hacerse aburridos, pues es lo mismo una y otra vez. Yo recomiendo ir descansando y dedicando tiempo, unos minutos, para reflexionar tras la lectura de cada testimonio.
Otra de las pegas que le puedo poner al libro es la falta de contexto. No sé nada acerca de la guerra de Afganistán y me hubiera gustado que la obra incluyera un prólogo con algunos datos históricos y hablando de las motivaciones políticas. No es absolutamente necesario ese contexto, pero, más allá de algunas palabras en árabe, he sentido que podría estar hablando de una guerra cualquiera, en lugar de esta en concreto.
En conclusión, estamos ante una obra muy necesaria hoy en día y de mucha actualidad, pues permite empatizar con los soldados rusos que ahora mismo están luchando contra Ucrania y entender cómo les han lavado el cerebro. Con el objetivo de mostrar cuan terribles son las guerras y despojar el concepto de esa pátina de epicidad de la que siempre están recubiertas, la autora nos ofrece el testimonio de soldados que lucharon en Afganistán, de sus familiares y de otras personas que estuvieron en el campo de batalla. Mediante un lenguaje que imita la oralidad, nos transmite la brutalidad de la guerra, el duelo por la muerte de tantos jóvenes y la injusticia de perder la vida por los designios de los políticos. Se tiene que leer con calma, pues puede ser repetitivo, y aunque hubiera estado bien que incluyera puntos de vista más variados, resulta ser un relato desgarrador por la frialdad con la que se habla de la muerte y la violencia. Además, la crítica a la censura y la desinformación por parte del gobierno ruso es estremecedora.
Cosas que he aprendido:
- Cuando estalla algo hay que abrir la boca o se te romperán los tímpanos.
- Los soldados pueden ser muy crueles entre ellos.
- La población rusa está más desinformada de lo que creía.
- En los campos de batalla hay trozos de carne por todas partes.
- No puedes volver de una guerra y ser una persona normal.
- Los mutilados de guerra sin ninguna extremidad también existen.
- Técnicas para matar más enemigos, como dejar minas junto al cadáver para matar a quien lo recoja
Y ya para terminar, os dejo con mi avance en Goodreads:
PUNTUACIÓN...4/5!
Primeras Líneas...
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Hola.
ResponderEliminarMe alegra mucho saber que te ha gustado pero no es un libro para mi, no me llama nada. A mi madre si que le podría gustar pero lleva unos años que apenas lee.
Nos leemos.
¿Por qué no es de tu estilo?
EliminarSaludos de,
una Laura curiosa
Una lectura dura, pero como bien dices, necesaria, para comprender lo que está pasando. No he leído aún nada de la autora, pero tengo Voces de Chernobyl en la estantería esperando. Luego iré a por éste.
ResponderEliminarBesotes!!!
Estaré atenta a tu lectura del otro ;)
Eliminarhola
ResponderEliminarla verdad es que ahora mismo no estoy para estas lecturas tan duras, llevo una temporadilla un poco tristona. Pero me lo voy a llevar apuntado para más adelante.
Gracias por la reseña
Besotessssssssssss
Huy, pues si estás tristona, mejor ni te acerques...
Eliminar¡Hola, Laura! De esta autora, quiero leer "Voces de Chernóbil" porque, al igual que tú, otra gente con la que tengo gustos literarios similares también me han dicho que les ha roto... y yo busco justo eso cuando leo una historia de ese estilo.
ResponderEliminarCreo que la clave está en esto que dices: "tienes que recordarte que esto NO es una ficción, que tras esas palabras hay alguien de carne y hueso". Nos hemos "sedado" ante el dolor y más de una vez vemos los conflictos en otros países, o en el nuestro propio, como algo que no es del todo real si no nos da de golpe.
Al igual que tú, veo un fallo que no se matice a cuándo corresponden concretamente los testimonios, pues es lo que dices, no es igual realizar la entrevista poco después que décadas después. El tiempo suaviza los recuerdos y considero que eso podría hacer que se pierda fuerza para hablar de determinados detalles.
La frialdad de los soldados para hacer balance de lo ocurrido para mí tiene lógica... si te topas a diario con la muerte, te acostumbras, al igual que pasa en otras profesiones. Y no me refiero a matar, sino a ver morir a otras personas. Contra eso, si estás obligado a verlo, o te inmunizas o, mentalmente, te hundirás.
Muy de acuerdo con lo que hablas de las guerras. Son sucias, se hace daño y todo por... ¿por qué? Cuando son ataques en los que se implica a inocentes, nada tiene sentido.
Sin duda, se ve que es un libro que, con sus más y sus menos, hace reflexionar, así que no lo descartaría.
¡Saludos y buena reseña, te ha quedado muy completa! ;-)
Hum, antes te lo hubiera recomendado sin dudarlo, pero ahora lo hago con una advertencia: el tono es exactamente el mismo que en "Tienes que mirar". Sé que eres muy de sentimiento y historias que te rompan, pero te veo una persona que busca más el sentimiento directo, y no tanto de sutilezas.
EliminarSobre lo de sedarse, TOP, TOP. Mira ahora lo mucho que se habla de la guerra de Ucrania...
"Contra eso, si estás obligado a verlo, o te inmunizas o, mentalmente, te hundirás." TOP TOP.
Me alegro de que te haya gustado la reseña^^