martes, 31 de octubre de 2023

Saga Mundodisco, Libro XI: El segador, de Terry Pratchett

Nº de páginas: 320
Editorial: DEBOLSILLO
Fecha de publicación original: 1991
Idioma: Castellano
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788497599931
Año de edición: 2003
Traductor: Cristina Macía
Número: 11
Título original: Reaper Man
Autor: Terry Pratchett

Sinopsis:
La muerte ha desaparecido. Se la supone... ejem... en otro lado. Lo que  lleva al tipo de caos que siempre se produce cuando un servicio público  es retirado. Mientras tanto, en una pequeña granja lejos, muy lejos, un  oscuro y alto extranjero está demostrando ser realmente habilidoso manejando la hoz. Hay una cosecha que recoger...

Opinión:
Impresión: Por qué los magos

Llevo en mi haber veinte novelas de Pratchett, casi la mitad de Mundodisco. No me arrepiento de haber empezado esta empresa, pero mi experiencia lectora ha sido accidentada. Mientras que algunas novelas son brillantes (humor agudo, personajes profundos, temas complejos, trama bien hilada), otras han sido mediocres (humor absurdo, personajes planos, ausencia de temas y trama disgregada), especialmente las primeras. Esta novela aúna ambos extremos: la trama de la Muerte es un tratado filosófico fascinante, con un humor bien medido, pero la trama de los magos es insustancial, donde el autor solo se lo pasa bien. Me gustaría puntuar cada una por separado, pero por desgracia, forman parte de la misma novela y se encuentran entrelazadas, aunque sea mínimamente.

Ambas tramas parten de la misma premisa: unos entes superiores han decidido que la Muerte debe morir y ser sustituido por otra muerte. A partir de este momento veremos cómo la Muerte se toma su recién descubierta mortalidad y las consecuencias de que nadie recoja el alma de los muertos. Ambas tramas se cuentan de forma paralela, pero van por derroteros distintos, y se cruzan en el epílogo de la historia.

Lo primero que debo decir sobre el personaje de la Muerte es que en este libro cambia de género, pero solo en la traducción. En español, la palabra tiene género femenino, a diferencia del inglés, donde el artículo es neutro y los adjetivos no tienen marca de género. Por eso decidieron referirse a la Muerte como ella y usar adjetivos femeninos. En algunos momentos específicos en inglés se hacía referencia al personaje en masculino, pero eran casos aislados que si se pasaban al femenino en la traducción no daba problemas (en un libro un personaje le llamaba "Padre", cosa que en español se tradujo como "Madre"). Aquí no solo la Muerte tiene mucho protagonismo, sino que se hace pasar por un humano llamado Bill Puerta al que todos tratan como a un hombre. Es por eso que, tal y como indican en una nota al pie, la editorial decidió a partir de este libro seguir usando el artículo femenino, pero adjetivos masculinos: "Entonces la Muerte le miró, asustado" o "La Muerte habló y todos le observaron con curiosidad". Esta solución no resulta satisfactoria porque es confusa esa mezcla, pero también entiendo que la única otra opción era suprimir el artículo, con lo que se hubieran perdido muchos juegos de palabras.

El personaje de la Muerte es uno de los más recurrentes en las novelas de Mundodisco, lógico si tenemos en cuenta que siempre nos está rondando, y siempre que interviene lo hace con sus características mayúsculas, porque está por encima de todos. Había tenido bastante protagonismo en Mort, pero aquí se profundiza más en él. La Muerte hace su trabajo sin vacilar porque es lo que se debe hacer, y trata con cordialidad a todo aquel con el que se encuentra, que tampoco son muchos. Es curioso respecto a la naturaleza humana, pero también distante, porque sabe que nunca será uno de nosotros. No es malvado, sino que no nos comprende. Nunca ha sentido el pasar del tiempo ni ha establecido lazos con nadie ni conoce el miedo a morir. Hasta ahora.

¿Quién mejor que la propia Muerte para hablar de nosotros? Al darse cuenta de que su reloj de arena también corre, decide mezclarse con los humanos para experimentar con la vida y tratar de comprenderla: adopta una identidad, se relaciona con la gente, empieza a trabajar, dedica tiempo al ocio... Sus gestos y palabras son siempre extraños porque entiende las relaciones causa-efecto (fallar estrepitosamente lanzando un dardo hace que los demás se rían), pero no las convenciones sociales asociadas a ellas (por qué eso a la gente le parece gracioso). Y con la vida, llega su comprensión de la muerte. Por primera vez, el tiempo de la Muerte avanza, con todo lo que ello implica: que la muerte está cada vez más cerca. En esta situación límite, Bill Puerta descubrirá, y nosotros con él, el valor de la vida. 

Toda la parte de la Muerte está muy bien, pero le ha faltado espacio para desarrollarse. Me hubiera gustado que Bill Puerta tuviera más experiencias humanas y también que su relación con los demás habitantes de la aldea en la que ha recalado fuera algo más profunda. En el caso de la señorita Flitworth está bien tratada, pero no sucede lo mismo con la niña. Además, por una vez, Pratchett se excede en sus elipsis y exige demasiado al lector, por lo que algunas escenas resultan confusas porque falta información y tuve que releerlas varias veces. Se podría haber escrito una novela breve solo con la trama de la Muerte si se le hubieran añadido más páginas.

"La Muerte siempre se había preguntado por qué la gente ponía flores sobre las tumbas. A él le parecía una estupidez. Al fin y  al cabo, los muertos se habían ido a donde no podía llegarles el aroma de las rosas. En cambio, ahora... no era que lo comprendiera, claro, pero al menos tenía la sensación de que el hecho tenía algo de comprensible".

En su lugar, Pratchett opta por compaginarla con una historia de los magos. Al principio pensaba que no me gustaba Rincewind, pero ahora me doy cuenta de que mi rechazo se extiende a todos los magos en general. Las escenas son dispares, poco relacionadas entre ellas, y el humor absurdo solo busca la risa fácil. La trama es amena y ligera, sin grandes mensajes ni temas complejos, y los personajes son unos tontos muy tontos que solo se hacen la zancadilla.

"El terror brillaba en sus palabras como destellos metálicos en el filo de una navaja"

El inicio no es tan terrible: el anciano mago Windle Poons acaba de morir, pero para sorpresa de todos, incluso de él mismo, su alma regresa y, por mucho que lo intente, es incapaz de permanecer muerto; como la Muerte no hace su trabajo, la vida se acumula, y eso puede tener graves consecuencias. Windle Poons empieza a investigar lo que está pasando y traba amistad con un grupo de no-muertos, mientras que los magos que están al mando no tienen que investigar porque la trama les atropella.

"El montón se giró en redondo y se lanzó hacia el tesorero.
Los magos retrocedieron.
—No puede tener inteligencia, ¿verdad? —gimió el tesorero.
—No hace más que moverse despacio por ahí y devorar cosas —dijo el decano.
—Sí, solo le falta un sombrero puntiagudo para parecer un miembro de la facultad —asintió el archicanciller"

Es un conjunto muy dinámico con acción constante, pero las escenas están solo medianamente conectadas y su principal objetivo es conseguir el entretenimiento del lector, sin más. Hay mucha acción, los personajes van constantemente de acá para allá y las pequeñas aventurillas que corren tanto unos como otros, intentan ser graciosas, pero es un humor absurdo con el que no encajo. Además, la trama, a medida que avanza, se aleja cada vez más de la premisa inicial y, aunque hace una crítica interesante a nuestro mundo, me ha parecido superficial e incongruente con el resto.

"Sobre su cabeza apareció una aparición que sostenía una lámpara y le iluminaba con ella. Era una cara de la talla cinco con una piel de la talla catorce"

A eso hay que sumarle la cantidad de personajes que hay. La mayoría de ellos aparecen en un par de ocasiones y solo están ahí para hacer la gracia, por lo que no tienen más caracterización. Windle Poons era gracioso en novelas anteriores, porque era un ancianito sordo al que le faltaba un tornillo, aquí ha recuperado sus sentidos, por lo que no tiene nada de especial. En el caso del grupo de magos, tenemos al Archicanciller, al Decano, el Tesorero y uno o dos magos más, pero me siento incapaz de distinguirlos. En Imágenes en acción estaban mejor caracterizados (aunque ahí su trama tampoco me gustó), pero aquí son todos unos aventureros cobardes con ganas de repartir leña. El único personaje que

me ha gustado, por lo curioso que resulta, no porque sea un gran personaje, es la señora Cake, una vidente que casi siempre tiene la precognición puesta, por lo que responde antes de que hagan la pregunta, así que, en las conversaciones, primero tienes que leer sus líneas de diálogo y después el diálogo precedente.

Como siempre, Pratchett domina con gran habilidad el lenguaje y esconde muchísimos juegos de palabras entre sus letras, pero por traducción, solo nos llegan la mitad de ellos. Pese a ello, y así lo demuestran las citas que os he dejado aquí y allá, la narración sigue siendo brillante. 

El humor está también muy presente en la obra, pero en esta ocasión no me he reído tanto, quizás porque el humor absurdo predominaba por encima de más ingenioso y agudo. Los comentarios en ambas tramas son punzantes, pero sí que las escenas de los magos intentan ser graciosas, pero a mí no me lo parecieron.

En cuanto al final, muy bombástico en el caso de los magos y muy melancólico en el caso de la Muerte. Me gustó especialmente lo que sucede con la señora Flitworth y cómo trata algo tan delicado.

En conclusión, esta es una novela muy desigual, tan mala como algunas de Rincewind, pero con partes tan buenas que merece ser leída solo por eso. La trama de la Muerte es compleja, presenta buenos personajes y trata el tema del valor de la vida, pero le ha faltado desarrollar un poco más y que se explicaran mejor algunas escenas. La trama de los magos es dinámica, con acción constante y un tono más ligero, pero los personajes son simples y hay tantos que no logra desarrollar ninguno. El autor sigue siendo un maestro en el arte de la narración y sus juegos de palabra están llenos de ingenio. Hay que leerla, pero tampoco tengáis ninguna prisa.

Cosas que he aprendido:

  • Cómo seguir insultando a un río.
  • Maravillosa escena de discusión entre magos y el Patricio.
  • La Muerte como personaje creíble.
  • Juegos de palabras y desfamiliarizaciones brillantes.
  • La técnica de la videncia.

Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:



PUNTUACIÓN...3/5!

Primeras Líneas...

viernes, 27 de octubre de 2023

Crónica HispaCón 2023 (Parte 1)

G y yo hemos ido al Celsius 232 dos veces y ambas han sido muy gratas experiencias. Compramos muchos libros de segunda mano (¡viva la caseta de segunda mano!), desficcionalizamos a autores y conseguimos varios libros firmados, pero las charlas, pese a tratar temas interesantes, iban dirigidas a un público medio, por lo que nos sabían a poco. Además, es un festival más centrado en presentar libros y dar a conocer a autores que no en reflexionar sobre literatura. Por eso, este año decidimos hacer algo distinto (tampoco TAN distinto, ni que hubierais montado vuestro propio festival), a ver si encontrábamos conferencias en lugar de charlas, y fuimos a la HispaCón 2023, en Zaragoza. Nuestro plan es ir también al Barcelona 42, pero no creo que nos sea posible debido al trabajo. 

Más allá de la crónica que hice con Patt sobre la Book Con BCN en 2019, no me he vuelto a animar a escribir algo así porque conlleva mucho trabajo (también narraste tu viaje por Madrid y sus librerías. Cierto). Es más, esta entrada solo la hago porque Omaira me ha insistido mucho, pero lo cierto es que ya me empiezo a sentir apabullada ante todo lo que tengo por escribir y me preocupa que os dé demasiada pereza leerlo. 

Ya tengo el guion con todo lo que quiero contaros y me parece que dividiré esta entrada en dos, para que tengáis tiempo de asimilarlo. Hoy os hablaré de recomendaciones de alojamiento y restaurantes en Zaragoza, de los libros que compramos (y dónde) y también comentaré en general mi opinión sobre la HispaCón, mientras que en la segunda entrada hablaré en detalle sobre las charlas (al final la mayoría eran charlas, no conferencias) a las que asistí.

Redoble de tambores... ¡EMPEZAMOS!

RESTAURANTES Y ALOJAMIENTO

Nunca había estado en Zaragoza y desde que he ido, valoro un poco más la belleza de nuestra isla. Es cierto que los edificios compartían una misma estética de pisos protegidos, todos con fachadas de pequeños ladrillos anaranjados, pero la zona industrial y su fealdad asociada es enorme (la mitad del recorrido que hicimos desde el aeropuerto era zona industrial). Como en Mallorca, no había mucho verde, pero tenían bastante vegetación sembrada para intentar dar el pego. Vale, como toda ciudad, admito que tenía sus partes bonitas, pero una de ellas no era el Ebro, también llamado río Ankh. No sé, cuando a un niño de cinco años le dicen que dibuje un río, suele pintarlo de color azul, no marrón. Siento que he vivido engañada toda mi vida.

Cruzábamos el río cada día para ir al hotel, que estaba a unos 25 minutos a pie (velocidad Google Maps) de la plaza Ariño, donde se celebraba la HispaCón. El hotel era el B&B Hotel Zaragoza Plaza Mozart y es muy recomendable si buscas un lugar donde dormir mientras estás en la ciudad. No es de esos hoteles en los que te gustaría quedarte a vivir ni encerrarte a pasar las vacaciones, pero era acogedor, limpio y el personal era amable. Lo que más nos gustó fue que la máquina de café (y chocolate, importante) era gratis (pero no tenían dispensadores de agua ·-·). El desayuno era un robo (8€), pero si te quedas pocos días y pedías que en ese tiempo no limpiaran tu habitación, te daban un desayuno gratis (solo uno, así que si sois dos personas, la otra se quedaba mirando). 

En realidad, eso era lo único caro, porque en general, los precios de Zaragoza me han parecido de risa en comparación con Mallorca. ¿Cuánto os suele costar a vosotros una hamburguesa? Aquí el precio medio es de 12 €. Por eso, flipé cuando vi que en el restaurante Las Torres las hamburguesas completas costaban 5'50 € y dobles, un euro más. Incrédulos, nos pedimos unas patatas bravas, una hamburguesa con patatas cada uno y la mía, además, era una hamburguesa doble black angus (por el ridículo precio de 9'50 €, lo más caro de la carta). ¿Resultado? Me sobraron las bravas y la mitad de la hamburguesa (me la comí al día siguiente, para merendar). Estaba todo riquísimo y el lugar es muy recomendable, así que no os dejéis engañar por los precios bajos porque es de tanta calidad que sus hamburguesas han ganado varios premios.

Otro sitio al que fuimos, no de tanta calidad, pero de cocina muy familiar y precios asequibles, fue La Comidilla. Lástima que estuviéramos demasiado cansados como para valorar adecuadamente la comida. Más caro, pero también muy bueno, fue el Café Buenos Aires. Además de ser una cafetería, sirven unas costillas de cerdo asadas que se deshacen en la boca.


El resto de días fuimos a la Tagliatella, que tiene unos precios desorbitados por algo que no vale ni un duro, y de tapeo. Pese a que esto último es muy español, yo no lo había probado nunca; ir de tapas en Mallorca es el equivalente a ir a comer paella en Francia: no saben. A ver, saben que los turistas pagarán cualquier precio por algo que lleve la etiqueta de "tradicional", por lo ni se esfuerzan y ofrecen productos ultracongelados de supermercado. Por eso, no me cabía en la cabeza pagar 3 € por una croqueta. ¿Y qué pasó? Pues que solo me pude comer dos, porque quedé empachada. Todas las tapas me parecieron riquísimas y hubiera repetido para probar otras si no hubiera sido por el ambiente. 

Lo he intentado y he descubierto que esto de ir de tapas no es lo mío, al igual que no me siento cómoda yendo de pubs; era exactamente el mismo ambiente: gente apiñada, música estridente, gritar para hacerte oír, comer de pie,... Demasiada gente, ruido y estrés. Estuvimos deambulando por la calle de la libertad y colindantes y no sabíamos muy bien a donde ir porque todo nos parecía un poco lo mismo. Puedo entender que haya gente a la que le guste sentirse perdido entre la multitud, pero yo prefiero conversar y eso era imposible. 

LIBROS COMPRADOS

Os prometo que nuestra intención no era comprar libros (ya, claro). De verdad de la buena. Sí, me hice un mapa de librerías de segunda mano, pero solo eran cuatro (a ver, en compración con lo de Madrid, es cierto que no es nada). Y sí, G empezó a buscar sus pendientes en Wallapop Zaragoza (y a raíz de eso, lo hice yo también), pero era poco probable encontrar nada. Y no había caseta de segunda mano. ¿Que por qué llevábamos una maleta de 20 kilos para cuatro días? Bueno, tras nuestro viaje a Madrid, solo por si acaso. Y suerte de nuestra previsión, porque nos hemos llevado un total de 20 libros. ¡Pero entre los dos! ¡Y tiene su justificación!


Para empezar, nada más más llegar al hotel, ya nos esperaba un paquete con seis libros de segunda mano que G había encargado a la librería Cyberdarkasí nos ahorrábamos los gastos de envío (¡eran como 20 €, mientras que para la Península, solo 6 €!). De esos libros, el único que me interesaba a mí era Solo acero, de Richard Morgan y uno de Sapkowski

Tanto el jueves por la tarde como el viernes por la mañana, antes de que empezara el festival, fuimos a librerías de segunda mano (pero sin intención de comprar libros, claro, solo para mirar). Las dos Re-Reads eran pequeñitas, bastante olvidables y con pocas cosas interesantes. Solo compré en una de ellas el libro de Yo lloré con Terminator 2 (relatos de cerveza-ficción), de Carlos Salem, un autor que me gusta. 

Otra de nuestras paradas era la librería Aida Books, que nos había maravillado en Madrid (y tanto: querías quedarte ahí a vivir). Bueno, pues se nota que Zaragoza es una ciudad más pequeña, porque la tienda ha encogido en consonancia: era del tamaño de una caja de patucos. Al entrar, buscamos la puerta que llevaba a las otras salas, pero es que no había otras salas. Ahí compré El atlas de las nubes, de David Mitchell, que casi se me pasó por alto. 

Por el camino, tropezamos con la Librería Cinegia, que se ha convertido en una parada obligatoria si volvemos algún día. La vi por Internet y la descarté, porque creía que solo vendía libros antiguos, pero nada más lejos de la realidad. Solo compramos El caso Jane Eyre, de Jasper Fforde y El libro de Sarah. El capítulo perdido, de Vicente García, pero me gustó mucho pasear entre sus estanterías, porque había libros que no suelo ver de segunda mano.

Por último, tras patearnos media ciudad, llegamos a Tabook fue bastante decepcionante. El espacio era muy grande (cabían cinco Aida books ahí dentro, con sus respectivos almacenes), pero no había ni un libro interesante y estaba todo muy desorganizado, con montones de libros por el suelo. Para superar el mal trago, fuimos a Gran casa, a por lo seguro. Es un centro comercial muy popular en el que no hay ninguna librería de segunda mano, por desgracia, pero quedamos allí con varias personas de Wallapop (para ahorrarnos los gastos de envío cómo no). En mi caso, me hice con el de Moriré besando a Simon Snow (peor título en la historia de la humanidad), de Rainbow Rowell; desde que leí Fangirl, le tenía ganas.

Puede que os estéis preguntando ¿Y de dónde han salido el resto de libros? Bueno, pues algunos los compramos en los puestos de la HispaCón. No eran de segunda mano, pero estaban bien de precio: yo compré el de Grumo y mosquito, de Borja Alonso Alonso, por 6€, y G el de Cosmografía profunda, de Laura Ponce (que se lo firmó la autora) y el de Canciones de amor para tímidos y cínicos, de Robert Sherman, ambos a mitad de precio. Lo único que realmente compramos nuevo fue la Guía de lectura de Ignotos Mayores, de Ferran Varela (un manual para hacer echar las cartas de una baraja que inventó el autor en El arcano y el jilguero RARO Ya, no sé si considerarlo siquiera un libro) y el juego de mesa de La danza del Gohut

Puede que os hayáis fijado que entre nuestras adquisiciones hay dos libros de Sanderson. Idò no nos costaron un duro. Eso hay que agradecérselo a Manu Viciano que, cual Papá Noel, vino con varios sacos cargados de libros para sortearlos entre los que asistieron a la charla sobre traducción. ¡Pero qué majo! Trajo tantos libros que, aunque los sorteamos, hubo para todos y cada uno se quedó con los que quería.

 VALORACIÓN GENERAL DE LA HISPACÓN

Organizar el viaje fue un poco un caos, porque era muy difícil encontrar la información sobre el festival. Tienen una página web, pero la actualizan con poca frecuencia o directamente no cuelgan las últimas noticias. A día de hoy, no hay una ficha y ni siquiera una lista de los autores invitados, el horario de las charlas lo colgaron una semana antes, prometieron un listado de los packs que se sortearían y no llegó, no decía en ninguna parte que para la entrega de los premios Ignotus necesitabas inscripción y que las plazas eran limitadas,...

Toda la información estaba en Twitter, que me parece una red social fantástica para dar información inmediata, pero que es un caos para localizar información específica. Todo lo que pedía de la web, lo colgaron en Twitter o en Instagram, y claro, quedaba sepultado por las publicaciones más recientes. Gracias a la cuenta de Twitter pude leer la lista de autores invitados y sus fichas, me enteré con un par de semanas más de antelación que el viernes por la mañana y el domingo por la tarde no habría nada (cosa que me permitía gestionar el vuelo) y descubrí todo el tema del Ignotus, aunque ya llegué tarde para inscribirme.

Entiendo que todo esto lo llevan personas voluntarias, pero si tienes unos recursos, como la web, dales un uso. En mi caso, tengo cuenta de Twitter, pero hay gente que no, como G, y seguro que debían ir muy perdidas. Incluso a mí me pareció muy difícil navegar entre los 130 tuits de promoción de autores que iban a asistir y que no me interesaban.

Sí, sí, habéis leído bien, 130 conferenciantes de los que yo solo conocía a cinco o seis y de esos, solo era fan de dos (Ferran Varela y Concepción Perea). Sin duda, si algo he descubierto con este evento es que hay muchos más autores de fantasía y ciencia ficción españoles de lo que yo creía. El problema es que, para mí, invitaron a demasiada gente. El festival era desde la tarde del viernes 7 hasta el mediodía del domingo 9 por lo que, aunque parecen tres, en realidad, solo son dos días completos. ¿Cómo metes a tantos conferenciantes en un espacio tan corto de tiempo? Bueno, pues haciendo que muchas de las charlas sean simultáneas y compartidas entre varios conferenciantes.

Yo lo siento, pero a mí esto me ha parecido un despropósito: es como si se hubieran preocupado más por la cantidad que por la calidad. Es necesario que en eventos así haya algún tipo de filtro, porque en caso contrario es inabarcable. Puedo entender que haya dos conferencias simultáneas, excepcionalmente tres, por si a alguien no le interesa una, puede ir a la otra, pero la norma general eran tres, cuatro o incluso cinco conferencias al mismo tiempo. Es verdad que algunas las grabaron, pero entonces, ¿para qué me he molestado en ir? A mí me acompañaba G, así que lo que hicimos fue repartírnoslas y luego nos las comentábamos, pero había otra gente que sufría por no poder ir a todo.

A esto hay que sumarle que muchas de las charlas eran mesas redondas, como si los ponentes no supieran suficiente del tema como para manejarse ellos solos. Me gustan las mesas redondas porque fomentan el debate y se contrastan opiniones, pero había demasiadas y en la mayoría no conseguían más que arañar la superficie del tema.

Así como digo lo malo, también hay que decir lo bueno, que no soy un gremlin. Para empezar, el lugar escogido para alojar el evento, la sede del Grupo San Valero, me ha parecido fantástico. Es todo un mismo edificio, limpio, espacioso, con varios ascensores y escaleras, además de salas amplias y bien equipadas para conferencias (proyectores, butacas cómodas, aire acondicionado, tarimas, mesas y micrófonos). Es cierto que la sala Ebro parecía que estaba en medio del laberinto del Minotauro, pero tenías tiempo de ir de un sitio a otro.

Puede que la organización previa dejara mucho que desear, pero no tengo ni una queja de la organización durante el evento. Si daba tiempo a ir de un sitio a otro era porque los horarios se respetaban al milímetro: todas las charlas empezaban y terminaban a la hora, sin prórrogas, y los diez minutos de margen que había entre una charla y la otra te permitían estirar las piernas y llegar con tiempo a la siguiente sesión. Todos los ponentes cumplieron con el tiempo que tenían asignado y siempre había alguien del equipo que se encargaba de resolver cualquier incidencia.

Eso sí, esos diez minutos no eran margen suficiente como para caer en la tentación de los puestos de las editoriales. Una de las salas se llenó de expositores tanto de editoriales como de librerías con libros de todos los autores participantes. Estaba algo abarrotada, pero era bonito ver tanto libro, en especial porque muchos de ellos son poco conocidos y no suelen estar en las librerías grandes.

¿Un par de críticas constructivas para futuras ediciones? Mejorar la comunicación mediante la web, ampliar el festival un día o dos más, reducir el nombre de invitados y de mesas redondas, ofrecer más conferencias con un solo ponente que no solo hable de su libro y situar los puestos editoriales en un espacio abierto en el exterior, para que se acerquen a los libros personas que no participan en el festival. 

Por hoy creo que lo dejaré aquí. Espero que os haya resultado entretenido. ¿Alguno de vosotros fue? ¿Cuál es vuestra valoración? ¿Estáis de acuerdo conmigo? ¿Qué tal vuestra visita de la ciudad? ¿Tenéis alguno de los libros que hemos comprado? ¿Habéis ido a algún otro festival así que recomendéis?

martes, 24 de octubre de 2023

La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich

Autor: Svetlana Alexiévich
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788467265675
Editorial: Círculo de lectores
Título original: U voini ne zhenskoe lizo
Traductor: Yulia Dobrovolskaia y Zahara García González
Año de publicación original: 1985
Año de edición: 2013
Páginas: 364 
Título: La guerra no tiene rostro de mujer

Sinopsis:

Casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial, pero su historia nunca ha sido contada. Este libro reúne los recuerdos de cientos de ellas, mujeres que fueron francotiradoras, condujeron tanques o trabajaron en hospitales de campaña. Su historia no es una historia de la guerra, ni de los combates, es la historia de hombres y mujeres en guerra.
¿Qué les ocurrió? ¿Cómo les transformó? ¿De qué tenían miedo? ¿Cómo era aprender a matar? Estas mujeres, la mayoría por primera vez en sus vidas, cuentan la parte no heroica de la guerra, a menudo ausente de los relatos de los veteranos. Hablan de la suciedad y del frío, del hambre y de la violencia sexual, de la angustia y de la sombra omnipresente de la muerte. Alexiévich deja que sus voces resuenen en este libro estremecedor, que pudo reescribir en 2002 para introducir los fragmentos tachados por la censura y material que no se había atrevido a usar en la primera versión.

Opinión:
Impresión: Crudo

Aviso: algunos de los fragmentos que se incluyen en esta reseña son gráficos y violentos.

Leer un libro de Svetlana no es una decisión que pueda tomarse a la ligera. La primera vez, con Voces de Chernóbil, iba sin preaviso y la novela me dejó destrozada durante semanas. Me impactó tanto que tardé tres años en reunir fuerzas suficientes como para leer otra obra de la autora, Los muchachos de zinc. Ya sabía lo que me esperaba y, aun así, no me amilané, porque las palabras de Svetlana, de los testimonios que recoge, duelen, pero es un dolor inevitable si quieres abrir los ojos a la realidad. Si más gente leyera sus libros, todos seríamos un poco más desdichados, pero también un poco más bondadosos con los demás. Por mucho que cada uno de sus libros sea una nueva herida, siempre cicatrizan y te hace valorar más la vida. Tengo claro que voy a leer toda su bibliografía, pero también sé que no me va a quedar otra que leerla de forma espaciada si no quiero hundirme en un abismo de tristeza. 

Llevaba una temporada algo floja en cuanto a lecturas, con varios libros que me habían dejado indiferente o que había abandonado porque ya no eran para mí; necesitaba un lugar seguro, aunque estuviera lleno de espinas, y sabía que La guerra no tiene rostro de mujer no iba a defraudarme. Ha sido un libro que me ha removido por dentro, pero también me ha dejado el ánimo por los suelos. Hace ya un mes que lo terminé y sigo siendo incapaz de acercarme a nada que mencione la guerra. Es más, planeaba seguir leyendo a Abercrombie, pero ahora mismo no me veo capaz, y eso que es fantasía.

La mayoría de novelas bélicas de corte histórico pretenden dos cosas: o diluir un poco de ficción en la Historia que figura en los libros oficiales para darla a conocer al público general o usar esos mismos hechos históricos en beneficio propio para crear drama de forma morbosa. De tanto en tanto, aparece alguna joya que se basa en la Historia para hacer crítica social, tanto de cómo éramos como de lo que somos (e incluso lo que seremos), como Voces de Chernóbil o Losmuchachos de zinc. Aquí Svetlana va un paso más allá y explora la psicología de su pueblo, el pueblo soviético, siempre tan belicoso, para tratar de comprender una pulsión tan humana como es la guerra. No estamos ante un libro crítico con el sistema, ni tampoco es una obra que pretenda darnos respuestas contundentes, sino que la autora recoge para nosotros y para ella misma un conjunto de voces que nos dejan entrever mejor una parte del alma humana.

«¿qué es lo que más me gustaría saber sobre la Grecia antigua? ¿Y de la historia de Esparta? Me gustaría leer de qué hablaba la gente en sus casas. Cómo se marchaban a la guerra. Qué palabras decían el último día y la última noche a sus amados. Cómo se despedía a los guerreros. Cómo esperaban que volvieran de la guerra… No a los héroes y a los comandantes, sino a los jóvenes sencillos…
La Historia a través de las voces de testigos humildes y participantes sencillos, anónimos. Sí, eso es lo que me interesa, lo que quisiera transformar en literatura. Pero los narradores no solo son testigos; son actores y creadores, y, en último lugar, testigos. Es imposible afrontar la realidad de lleno, cara a cara. Entre la realidad y nosotros están nuestros sentimientos. Me doy cuenta de que trato con versiones, de que cada uno me ofrece la suya. De cómo se mezclan y entrecruzan nace el reflejo de un tiempo y de las personas que lo habitan.»

Como ya nos tiene acostumbrados, Svetlana reune en este libro una serie de entrevistas que realizó a mujeres soviéticas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial. La Historia siempre ha sido contada por los hombres y no ha sido hasta las últimas décadas cuando la mujer ha empezado a tener su propia voz. Es por eso que, cuando pensamos en la guerra, lo primero que nos viene a la cabeza es un soldado (hombre) empuñando un fusil. Es más, incluso si hacemos el ejercicio mental de imaginar a la mujer en la guerra, le otorgamos un papel pasivo, protegiendo a sus hijos o, en menor medida, colaborando con un médico (siempre bajo las órdenes de un hombre) en un hospital de campaña como enfermera. Emosido engañado. En la Segunda Guerra Mundial, el bando soviético contaba con numerosas mujeres entre sus filas (cuya edad oscilaba entre los dieciséis y los dieciocho años) que desempeñaban las más diversas funciones. Había muchas enfermeras, es verdad, pero también doctoras, cocineras, lavanderas, mecánicas, agricultoras, carteras,... Hay todo un segundo frente del que nadie sabe nada.

«¿De qué hablará mi libro? Un libro más sobre la guerra… ¿Para qué? Ha habido miles de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la «voz masculina». Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones «masculinas». De las palabras «masculinas». Las mujeres mientras tanto guardan silencio. Es cierto, nadie le ha preguntado nada a mi abuela excepto yo. Ni a mi madre. Guardan silencio incluso las que estuvieron en la guerra. Y si de pronto se ponen a recordar, no relatan la guerra «femenina», sino la «masculina». Se adaptan al canon. Tan solo en casa, después de verter algunas lágrimas en compañía de sus amigas de armas, las mujeres comienzan a hablar de su guerra, de una guerra que yo desconozco. De una guerra desconocida para todos nosotros.»

Svetlana, por primera vez, da voz tanto a todas aquellas mujeres que fueron cruciales para conseguir la victoria, pero cuyos méritos nunca han sido reconocidos. Por una parte, están las mujeres que quedaron en la retaguardia cuidando a sus hijos al mismo tiempo que araban los campos, recogían la cosecha y sostenían la economía de todo un país. Vieron morir a sus seres queridos, cómo se destruían y saqueaban sus pueblos y aun así, muchas se unieron a la guerrilla y ayudaron a salvaguardar las fronteras. Por otra parte, están las mujeres que mantenían el ejército en pie, aquellas que cocinaban, lavaban la ropa, reparaban el armamento y los vehículos, servían de enlace entre batallones,... Trabajaron durante toda la campaña, años, hasta la extenuación, en unas condiciones atroces, indiferentes a las secuelas físicas que sufrirían a largo plazo. He querido dejar para el final unas criaturas consideradas tan mitológicas como las amazonas: las mujeres soldado. Estas, con el mismo valor y la misma determinación que cualquier hombre, incluso más teniendo en cuenta que debían enfrentarse al rechazo de sus compañeros masculinos, se dedicaban a rastrear al enemigo, detectar y desactivar campos minados, conducir tanques, dominar las telecomunicaciones, pilotar aviones y lanzar bombas y sí, también, con todos los pertrechos y arma en mano, cargar contra el enemigo.

«¡Madre mía! Las heridas… Profundas, desgarradas, extensas… Era para volverse loca… Fragmentos de balas, de granadas, de proyectiles, en las cabezas, en los intestinos, en todo el cuerpo; junto con el metal extraíamos botones, trozos de tela, camisas, cinturones. Un soldado vino con el pecho completamente desgarrado, se le veía el corazón… Todavía latía, pero el hombre se estaba muriendo… Le practiqué el último vendaje y apenas me dominaba para no romper a llorar. Deseaba acabar cuanto antes, esconderme en un rincón y llorar. De pronto me dijo: “Gracias, hermana…”, y me tendió la mano con algo pequeño y de metal. A duras penas lo entreví: el sable y el fusil cruzados. “¿Para qué me lo das?”, pregunté. “Mi madre me dijo que este medallón me protegería. Yo no lo necesitaré más. A lo mejor a ti te da más suerte”, dijo, y se puso de cara a la pared.
Al final de la jornada, por la noche, teníamos sangre en el pelo, traspasaba las batas y llegaba al cuerpo, empapaba los gorros y las mascarillas. Negra, viscosa, mezclada con todo lo que hay dentro de un ser vivo. Con orina, con excrementos…
A veces uno de los pacientes me llamaba: “Enfermera, me duele la pierna”. Y no tenía esa pierna… Lo que más terror me daba era transportar a los muertos, si una corriente de aire levantaba la sábana, parecía que te estuvieran mirando. Yo era incapaz de llevarlos si tenían los ojos abiertos, siempre procuraba cerrarles los ojos…».

Los libros de historia nos hablan de la labor que desempeñaba cada división del ejército, quién luchó contra quién, qué estrategias se usaron, qué innovaciones armamentísticas hubo. Lo que a mí me interesa de la guerra, al igual que a la autora, es la parte más humana, aquella que hace referencia a los sentimientos. Por qué unas jóvenes en la flor de la vida decidirían voluntariamente enrolarse en un ejército que no las quiere, cómo se siente una al matar a alguien, al ver morir a alguien, y cómo una es capaz de seguir viviendo después de tanto horror y muerte. Para ellas, la guerra era otro mundo con otras normas, donde la única forma de sobrevivir era insensibilizarse ante el dolor y el sufrimiento, tanto propios como ajenos. Su lucha era terrible, pero su fin era noble: preservar su hogar, un hogar en el que, en muchas ocasiones, habían abandonado a sus hijos, que eran incapaces de reconocerlas a su vuelta.

«Aquella vez entre los muertos había un chico, un vecino del lugar, su madre vino al entierro. Comenzó el llanto por su hijo: “¡Ay, hijo mío! ¡Te estábamos preparando la casa! ¡Nos habías prometido que volverías con tu novia! Y ahora estás casándote con la tierra…”.»

Hay obras que hablan del trauma que supone la guerra para los que combaten en ella, pero ninguna da voz a las mujeres ni hablan de las dificultades añadidas con las que estas se encuentran. El ejército soviético que luchó en la Segunda Guerra Mundial no estaba preparado para incorporar a mujeres entre sus filas, por lo que ropa, calzado y equipamiento era de la medida de los hombres. Ellas no disponían de ropa interior femenina, ni siquiera de material higiénico adecuado para cuando tenían la regla. Por otra parte, las mujeres, debido a la masculinidad que lo envolvía todo, temían perder su esencia femenina, y les preocupaba más quedar desfiguradas (entonces nadie se casaría con ellas) que morir. Me ha parecido curioso como algunas, para no olvidar quienes eran, a escondidas, se acicalaban cuando disponían de tiempo y presencia de ánimo.

«A veces veo películas bélicas: la enfermera va por allí, paseándose en primera línea de fuego, toda limpita ella, tan recogidita, con una falda en vez del pantalón guateado, y con su gorrito bien colocado encima del tocado. ¡Mentira! ¿Acaso hubiéramos sido capaces de sacar a un herido del combate vestidas así? Ya me dirá usted si se puede arrastrar algo por tierra vestida con una faldita, toda rodeada de hombres. A decir verdad, las faldas nos las entregaron solo cuando la guerra se estaba acabando, eran para las ocasiones especiales. Al mismo tiempo recibimos también ropa interior de mujer, en vez de los paños menores que llevábamos, de hombre.»

La parte que se me ha hecho más dura es en la que hablan de amor, porque sí, había amor en la guerra, pero generalmente no terminaba bien. Al principio no lo entendía: ¿cómo puede haber amor entre tanta muerte? Pues precisamente por eso, por el contraste. Ansían tanto la felicidad, la vida cotidiana, el afecto, que de ese deseo de evadirse de ese mundo de sangre y fuego surge el amor. No hay grandes historias de amor, por supuesto, porque muchos testimonios son breves, sino que son más un puñado de recuerdos nostálgicos. Sí, nostálgicos: por muy terrible que fuera la guerra, esa época fue para muchas chicas toda su juventud.

«… nuestra memoria no es un instrumento ideal. No solo es aleatoria y caprichosa, sino que además arrastra las ataduras del tiempo.
… miramos al pasado desde el presente, el punto desde el que observamos no puede estar en medio de la nada.
… y además están enamoradas de todo lo que les pasó, porque para ellas no solamente es la guerra, también es su juventud. El primer amor.»

Lo único que he echado en falta relacionado con todo esto es que se hiciera más hincapié en el amor carnal y en la relación conflictiva entre hombres y mujeres. Muy pocas admiten haber tenido amantes y casi ninguna hace mención a los abusos o al miedo que sentían de que los soldados las violaran. La culpa de este vacío no es de Svetlana, sino de la moralidad rusa: es más permisible hablar de la muerte que del sexo.

«Trajeron a un herido… Estaba tumbado en la camilla, el vendaje le cubría casi por completo, había recibido una herida en la cabeza y se le veía muy poco la cara. Un poquito. Por lo visto, le recordé a alguien, se dirigió a mí: “Larisa… Larisa… Larisa…”. Supongo que se trataba de la chica a la que quería. Y yo me llamaba justo así, pero yo sabía que jamás me había cruzado con ese hombre… Pero me llamaba a mí. Me acerqué, no comprendía lo que ocurría, intentaba aclararme. “¿Has venido? ¿Has venido?”. Cogí su mano, me incliné hacia él… “Sabía que vendrías…”. Me susurraba algo, yo no entendía qué decía. Me cuesta contarlo, cada vez que me acuerdo de aquel momento, los ojos se me llenan de lágrimas. “Cuando me marché al frente —dijo— no tuve tiempo de darte un beso. Bésame…”.
Le besé. Se le escapó una lágrima que se escurrió hacia el vendaje y desapareció. Y ya está. Murió…»

El silencio de las entrevistadas es lógico: al volver de la guerra, el pueblo no las recibió con aclamaciones, sino abucheos. No solo no presumían de sus actos heroicos, sino que lo ocultaban, como si nada de aquello hubiera pasado, porque en caso contrario, eran rechazadas: los hombres no querían casarse con mujeres de comportamiento y carácter tan masculinos, mientras que el resto de mujeres las despreciaban y las acusaban de furcias.

Los últimos días de guerra son también muy duros. ¿Para qué seguir matando si ahora lo único que te empuja es el sentimiento de odio? Se habla poco de los alemanes, excepto al final, donde algún testimonio se permite perdonar y algunas enfermeras narran cómo salvaron a soldados enemigos. El libro es inevitablemente partidista en este aspecto (los alemanes son crueles y perversos, los villanos absolutos en esta guerra), pero siento que se idealiza demasiado al pueblo soviético, como si sus soldados no hubieran cometido las mismas atrocidades que los alemanes cuando los persiguieron hasta Berlín. Solo dos testimonios hacen hincapié en la crueldad soviética, pero incluso esos hablan de ello en tono de disculpa, como si la guerra lo justificara todo. 

«¿Usted cree que perdonar era fácil? Ver esas casitas blancas… intactas… Con techados de tejas. Con rosas en los jardines… Yo misma deseaba que sintieran dolor… Claro que quería ver sus lágrimas… No es posible volverse bueno al instante. Bueno e íntegro. Tan bueno como es usted ahora. Apiadarse de ellos. Necesité que pasaran décadas enteras…»

En general, a nivel temático, la novela reivindica la importancia del papel de las mujeres en la guerra. Sigue siendo un reflejo realista y muestra lo terrible que era, pero el tono es más idealizado: los hombres y mujeres que participaron eran héroes que salvaron la patria, pero no merece la pena participar en un conflicto bélico por la gloria, porque es algo que te marcará de por vida. El último tercio es la parte que se me ha hecho más difícil, no tanto porque sean testimonios más duros, como porque ya llevaba acumulado demasiado sufrimiento en mi cabeza.

«Durante días, durante semanas, estuvimos de pie con el agua llegándonos hasta el cuello. Con nosotros había una operadora de radio que había dado a luz hacía poco. Un bebé de un año… Pedía pecho… Pero la madre tenía hambre, no había leche, el niño lloraba. Los soldados estaban cerca… Llevaban a los perros… Si los perros le oían, moriríamos todos. Todo el grupo, unas treinta personas… ¿Lo entiende? El comandante tomó la decisión…
Nadie se atrevía a transmitir la orden a la madre, pero ella lo comprendió. Sumergió el bulto con el niño en el agua y lo tuvo allí un largo rato… El niño dejó de llorar… El silencio… No podíamos levantar la vista. Ni mirar a la madre, ni intercambiar miradas…»

Me ha sorprendido que no se criticara la gestión gubernamental del conflicto, porque la autora tiende mucho a la crítica política, pero entiendo que este caso es distinto de otros que ha documentado porque aquí el pueblo solo se defendía. Pese a ello, como viene siento habitual, la autora fue censurada, incluso por ella misma, pero esta edición incluye las partes que en su momento suprimió, así como conversaciones con el censor. Todo esto ayuda a comprender mejor el rígido gobierno soviético y el valor de las mujeres que se han atrevido a ofrecer su testimonio.

«Aquel día seguí sacando a los heridos del campo de combate, siempre con sus armas. A rastras alcancé al último, tenía el brazo completamente partido. Se le aguantaba sujeto por unos pequeños pedazos…, ligamentos… bañados en sangre… Había que cortarle el brazo enseguida para ponerle el vendaje. No había otra solución. Y yo no tenía ni cuchillo, ni tijeras. Llevaba el bolso colgado del hombro, pero de tanto ir y venir se me habían caído los instrumentos. ¿Qué podía hacer? Corté aquella carne con los dientes. Le puse el vendaje. Le estaba vendando y el herido murmuraba: “Más rápido, enfermera. Tengo que seguir luchando”. Deliraba…»

No estoy segura de hasta qué punto los nombres que firman los testimonios son reales o si son pseudónimos, porque no se especifica. De todas formas, la identidad de las entrevistadas no es lo importante; la autora no quiere mostrarnos historias individuales, sino que la cacofonía de voces recogidas nos transporten a la atmósfera bélica y nos permitan contemplar todas las facetas de la guerra.

«Con nosotras estaba una chica de Moscú, Natasha Zhílina. La condecoraron con la Medalla al Valor y le dieron permiso para ir a casa unos días. Cuando regresó, la olfateábamos. Literalmente: hacíamos cola para olerla, decían que olía a casa. Cómo echábamos de menos a la familia…»

Svetlana recopila decenas de testimonios, algunos muy breves (tan solo una anécdota o una reflexión), para transmitir un sentimiento general (como cuando varias enfermeras explican lo agotadas que se sentían), y otros más largos (narraciones cronológicas de varias páginas), para mostrarnos lo mucho que puede sufrir una única persona. En ninguno de los dos casos tenemos a personajes de verdad, solo voces anónimas, porque en realidad no estás leyendo el relato de varias mujeres (con las que puedes empatizar más o menos), sino toda la historia de las mujeres soviéticas. 

«En la carretera habíamos recogido a una mujer, estaba inconsciente. Más tarde nos dimos cuenta: no podía caminar, se arrastraba y creía que ya había muerto. Sentía que perdía sangre, pero decidió que lo sentía desde ultratumba. Cuando la despertamos, se recobró un poco y la escuchamos… Nos contó cómo los habían fusilado, los conducían al lugar de fusilamiento, a ella y a sus cinco hijos. Mataron a sus hijos mientras les conducían hacia el cobertizo. Los alemanes se divertían disparándoles… Les quedaba el último, un niño de pecho. El alemán le hacía señas a la madre: “Lánzale al aire, que le voy a disparar”. Entonces la madre tiró al niño, pero lo tiró contra el suelo, para ser ella misma quien lo matara… A su propio hijo… Para que el alemán no tuviese tiempo de disparar… Ella decía que no quería vivir, que no podía vivir en este mundo después de todo eso… Que no quería…»

Esta impersonalización conlleva ciertos riesgos, como el de no lograr transmitir la emoción o no reflejar adecuadamente el tono de la narración. Falta la explicitación de muchos elementos paralingüísticos (indicar los gestos, las muecas, las inflexiones de voz, cuando alguien ríe o llora) que hubieran ayudado a que entendiéramos mejor cómo se sienten las narradoras, y más teniendo en cuenta que, al ser una transcripción de una entrevista, no hay didascalias. Entiendo que el hecho de incluir descripciones (de la entrevistada o de su entorno) o fotografías hubiera sido demasiado invasivo y personal, pero sí me parece que es necesario que la voz tenga cierta vida. También hubiera sido de ayuda conocer el año en que se hizo la entrevista (la distancia con los acontecimientos es importante) y la edad de las entrevistadas (yo siempre las imaginaba jóvenes, porque muchas dicen que lo eran, por lo que he sentido que las mujeres adultas participaron mucho menos).

«Yo me convierto en un testigo. Un testigo de lo que la gente recuerda, de cómo recuerda, de lo que quiere comentar y de lo que prefiere olvidar, encerrar en el rincón más lejano de su memoria. Esconder tras las cortinas. De cómo estas mujeres se desesperan buscando las palabras adecuadas, deseando reconstruir lo desaparecido, con la ilusión de que la distancia en el tiempo les ayudará a hallar el sentido completo de los hechos que vivieron. Ver y comprender lo que entonces no pudieron ni ver ni comprender. Observan y se reencuentran. Muchas veces se han convertido en dos personas: esta y aquella, la joven y la vieja. La persona en la guerra y la persona después de la guerra.»

Lo más enriquecedor de la novela son las intervenciones de Svetlana. En el caso de algunas narraciones, normalmente las más largas, ella añade sus pensamientos al principio o al final y habla de cómo le afectaron esas historias en concreto o de las reflexiones que extrajo de ellas. Además, a diferencia de sus otras obras, aquí explica cómo lo hizo para seleccionar a qué personas entrevistar, algo que me tenía en vilo por su complejidad y la cantidad de gente deseosa de ser escuchada.

«Yo no quería matar, no nací para matar. Quería ser maestra. Pero vi cómo quemaban la aldea… No podía gritar, tampoco podía llorar en voz alta: estábamos de reconocimiento y pasamos cerca de aquella aldea. Solo pude morderme las manos, me han quedado las cicatrices: me mordí hasta sangrar. Recuerdo cómo gritaba la gente… Las vacas gritaban… Las gallinas gritaban… Me parecía que todas las voces eran humanas. Todo seres vivos. Ardían y gritaban.»

La guerra no tiene rostro de mujer es un libro que da pie a extensos análisis, pero que solo se puede comprender de verdad si uno se adentra en su lectura. Es breve, pero intenso; encierra tanto sentimiento en él, que cada página me duraba lo mismo que dos o tres, porque releía el mismo fragmento una y otra vez. La obra ofrece una perspectiva holística de la mujer soviética en la Segunda Guerra Mundial, les da voz y le rinde el homenaje que se merece. La selección de entrevistas y fragmentos es muy acertada, porque se habla de gran variedad de temas relacionados con la guerra y las mujeres entrevistadas representan amplios sectores del ejército. Además, las reflexiones que intercala la autora son enriquecedoras, aunque las transcripciones ganarían sentimiento si incluyeran elementos paralingüísticos. Los testimonios son duros, se relatan historias muy crueles, gráficas y brutales, pero al mismo tiempo son necesarios para comprender cómo el ser humano se adapta a cualquier situación para sobrevivir. La obra peca de cierta idealización del ejército soviético, pero nadie puede negar que aquellas mujeres fueron heroínas, pese a que muchas no recibieron ni una sola conmemoración: siguieron al pie del cañón ante la adversidad, no desfallecieron pese a la sangre que las rodeaba, ni sucumbieron a la desesperación, sino que siguieron salvando vidas y luchando por su futuro, pero lo más importante, nunca abandonaron su fe en la humanidad y siguieron adelante, pese a todo lo que sus ojos inocentes habían contemplado.

Lo recomiendo a todos aquellos que quieran explorar los entresijos más oscuros del alma humana, a aquellos que quieran comprender cómo es posible seguir adelante después de la barbarie más absoluta. Eso sí, esta lectura requiere mucho coraje y fuerza de ánimo; no te acerques a ella si sufres depresión o si llevas una temporada melancólica.

Cosas que he aprendido:

  • La ceniza se puede usar en sustitución al jabón
  • Había muchas más mujeres en el ejército de lo que creía
  • Tengo mucha suerte de dónde y cuándo he nacido, así como de la vida que he llevado hasta ahora.
  • Algunas mujeres anónimas escribían cartas a los soldados del frente que no tenían familia para darles ánimos. Firmaban como "la joven desconocida".
  • La importancia del segundo frente
  • Puedes sobrevivir comiendo mierda fría de caballo
  • Era difícil como mujer ir al baño en un barco
  • Las mujeres no fueron solo enfermeras, sino que ocuparon muchos cargos diversos en el ejército.
  • Los zapadores son los que desactivan las minas
  • No lamentes tus fracasos si lo has hecho lo mejor posible
  • Sigue adelante por todo el Bien que aún puedes hacer
  • La guerra es un mal necesario para defender aquello que amas

Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:

PUNTUACIÓN...4'5/5!


Primeras Líneas...