"La Hora de la Madera era la hora en que el cuerpo se entregaba al reposo y el espíritu se despertaba realmente, en que los fantasmas de la literatura sobre papel surgían y las cabezas de oyentes y lectores danzaban"
«Luego vino otro párrafo que marcó un tono totalmente nuevo, luminoso y claro como una campana de cristal. Las palabras se convirtieron de pronto en diamantes, las frases en diademas. Eran pensamientos concentrados bajo una gran presión intelectual, palabras calculadas, partidas, refinadas y pulidas con precisión científica, unidas para hacer alhajas de perfección cristalina que recordaban las estructuras exactas y excepcionales de los copos de nieve. De aquellas frases se desprendía un frío que me hizo estremecer, pero no era el frío terrenal del hielo, sino el frío sublime, grande y eterno del espacio ultraterrestre. Era pensar, escribir y componer en su forma más pura… nunca había leído antes nada ni siquiera aproximadamente tan perfecto.»
Las citas que suelo compartir por aquí son aquellas que, de una forma u otra, me han hecho reflexionar. No es el caso de las que os traigo hoy, que me cautivaron por su lirismo.
La primera hace referencia a algo tan dramático como el incendio de una biblioteca. La belleza del lenguaje contrasta con el horror de la tragedia y lo tiñe todo de una capa de profunda tristeza. Con esta descripción, primero nos ahogamos con el humo que enturbia la visión y nos avisa de un suceso terrible que aún no conocemos. Entonces sentimos loa libros a nuestro alrededor, las páginas quemadas danzando en el aire como mariposas moribundas. Entonces, nos asalta la pérdida, no por los libros como objetos, sino por cómo se consume el alma de quienes los escribieron. Todas esas palabras, ideas, pensamientos y recuerdos que se perderán para siempre. Vemos un fondo gris iluminado por una lluvia de palabras que chispean un momento antes de apagarse para siempre. Y por encima del humo, el cielo abierto, límpido, con la telaraña de estrellas que atrapa las mariposas de palabras.
La segunda cita hace referencia a una de las costumbres de La ciudad de los libros soñadores: la Hora de la Madera. Después de la comida, la hora que muchos de nosotros dedicamos a la siesta, en este mundo la dedican a contar historias. Las familias y amigos se reúnen junto al fuego para descansar y disfrutar de la lectura en voz alta de un libro. Es por eso que en la cita se indica que, mientras el cuerpo descansa, el alma despierta con la voz de los personajes de los libros y se exalta la imaginación tanto de aquellos que escuchan como de aquellos que leen. Me parecería precioso que en nuestro mundo existiera una tradición tan bonita como esta.
La última cita hace referencia a cuando el protagonista encuentra El libro, ese que todos soñamos con encontrar en algún momento de nuestra vida como lectores: una obra perfecta, que parece escrita exclusivamente para nosotros. En su caso, aquello que le conmueve es la prosa: todas las palabras están engarzadas con gran precisión para conseguir formar, todas juntas, un texto sublime. Me gusta mucho en este caso la metáfora de las palabras como diamantes y cómo esta sigue a lo largo de todo el párrafo mediante el uso de comparaciones ("frases como diademas", "[palabras] unidas para hacer alhajas") o como del mismo campo semántico (cristal, refinadas, pulidas, cristalina, frío, copos de nieve).
La novela de la que proceden las citas es La ciudad de los libros soñadores, de Walter Moers. Es bastante desconocida, sin embargo, merece mucho la pena. Se dirige a los amantes de la lectura, sin importar la edad. La ciudad de Bibliópolis, en la que se vive por y para los libros, me dejó embelesada, así como la desbordante imaginación del autor. Es una obra más de carácter descriptivo que narrativo, por lo que el mundo es muy rico y está muy trabajado. Si como mínimo os pica la curiosidad, os animo a darle un vistazo a la reseña.