Autor: Sara Mesa
Narrador: Sara Mesa
Fecha de lanzamiento: octubre 20, 2021
Editor: Editorial Anagrama SA
Idioma: Español
ASIN: B09GK8YC2M
Sinopsis:
La bestial y desgarradora historia de una mujer sin techo. Un texto lúcido, contundente y revelador que incita a la reflexión y a la lucha por los derechos humanos más básicos.
Esta es una historia real. La de una mujer sin hogar, discapacitada y enferma que trata de solicitar la renta mínima a la que tiene derecho según los optimistas mensajes de la administración y los medios. Pero el laberinto burocrático que debe recorrer para ello, los escollos y trabas con que tropieza y la crueldad de un sistema que exige más a quien menos tiene desembocan en la desesperación. Mientras tanto, los ciudadanos se quedan con la impresión contraria: hay montones de prestaciones y ayudas para los más pobres. "Privilegiados." "Caraduras." "Vagos." Los prejuicios se acumulan. Este es uno de los comienzos de la aporofobia: el odio al pobre.
Por qué este título...
«Solo una intervención rápida de la administración -ay, la llamada “urgencia” contemplada en las leyes- podría sacar a Carmen de la espiral en la que está a punto de caer, la rueda que la triturará tarde o temprano.
Pero la administración no da ninguna señal de vida. Este mutismo se hace aún más amenazante.
Ese mutismo se hace aún más amenazante cuando se conocen todas las implicaciones del llamado "silencio administrativo", un silencio de tipo negativo: “Transcurrido el plazo para resolver sin haberse dictado la resolución expresa, la solicitud podrá entenderse desestimada".
¿Qué significa esto?
Es como si uno llama a una puerta esperando que le abran. Pero no abren. Uno espera al menos que alguien responda al otro lado. Que alguien diga “espere, por favor”, “un momento”, o incluso “vuelva mañana” o “vuelva dentro de un mes”. Pero tampoco nadie dice nada. ¿Hay alguien tras la puerta? ¿Quizá uno está llamando donde no tiene que llamar? Uno tiene miedo de dar la vuelta e irse a probar suerte en otro lado. Tiene miedo de que, justo al marcharse, la puerta se abra y entonces, al no estar allí, la posibilidad de ser atendido se pierda para siempre».
Opinión:
Los trámites administrativos son complejos. El primero que hice fue a los dieciocho, al inscribirme en la universidad. Menudo lío: no había manera de encontrar la información correcta, conseguir los documentos requeridos era toda una odisea, se usaba un lenguaje complejo lleno de ambigüedades y, al final, una terminaba con la sensación de haber hecho algo mal (pista: todo salió bien). Mis siguientes experiencias (pedir una beca, inscribirme en un bolsín, hacer el DNI electrónico, crearme un usuario de Clave, preparar la declaración de la renta, opositar...) han sido igual de traumáticas. Más allá de los problemas que he enumerado, lo que genera mayor inseguridad es la falta de asistencia. No hay un número al que llamar (y si lo hay no lo cogen) ni ningún tipo de atención al ciudadano. ¿Cuándo se resolverá el trámite? En menos de seis meses. ¿Dónde se puede consultar la resolución? Búscate la vida.
Pese a saber de antemano que tratar con la Administración es como meterse en el laberinto del minotauro, creía que el tema de las prestaciones era sencillo, quizás porque nunca había pedido una. En las noticias, cada semana anuncian con bombo y platillo los millones de euros destinados a la nueva subvención del Gobierno para ayudar a los más necesitados. Ingenua como soy, pensaba que eran subvenciones accesibles, que se concedían al cabo de un par de meses y que eran suficientes para vivir sin trabajar. Este ensayo de Sara Mesa me ha abierto los ojos.
Silencio administrativo es un ensayo breve (120 páginas, 2 horas en formato audiolibro) que he leído en formato audiolibro y que está narrado por la propia autora. Esto es muy acertado si tenemos en cuenta que el origen de este texto es una experiencia personal: la autora decidió ayudar a una mujer que malvivía en la calle y eso le llevó a descubrir que esta gente no existe para el Gobierno, así que se enfrenta a mil y un obstáculos para ser atendida por la Administración.
Pese a haber a su cercanía con el caso, la autora no es la narradora, sino que la tercera persona pone el foco en Beatriz, que es:
«una mezcla de las personas que pusimos nuestro empeño desinteresado -e inútil, en gran medida- en ayudar a Carmen. Bien pensado, el hecho de que el personaje de Beatriz represente a una colectividad resulta aún más impactante en el balance final: que entre varios no pudiéramos vencer la máquina burocrática de la administración pone de relieve qué poco puede hacer quien está solo e indefenso ante ella».
El otro puntal en la historia es Carmen, pseudónimo que usa la autora para referirse a la mujer que conoció. Mediante la relación de amistad de ambas se articula una crítica a nuestros prejuicios hacia los pobres y al laberinto administrativo que supone intentar adquirir una ayuda gubernamental y escapar de la pobreza. Sara Mesa se basa en el testimonio de Carmen (pseudónimo que usa para referirse a la mujer que conoció) para reflexionar sobre la aporofobia y la labor de los servicios sociales.
«Pero el laberinto burocrático no es un ente abstracto. Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos reglada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos. Estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación, tienen que ver también con personas que ni siempre pueden defender sus derechos».
Que quede claro desde el principio: el texto no tiene una voluntad narrativa. No veremos los encuentros y conversaciones que forjaron la amistad entre Beatriz y Carmen (ni siquiera hay diálogos), ni tampoco todas sus aventuras y desventuras con la Administración. La autora no busca contar una historia ni que empaticemos con los personajes concretos, sino con toda la gente que está en la misma situación que Carmen. Es por eso que conoceremos el contexto de Carmen, pero de forma general, sin hacer un melodrama de ello: lo importante no es que haya tenido una vida dura, sino que va a seguir teniéndola porque no recibe ninguna ayuda estatal ni social.
«Pero no es solo una cuestión de dinero. Solo en lugares tan marginales y precarios como ese es donde se permite la entrada a personas como Carmen [nombre no real por supuesto], que no tienen dinero ni trabajo, que mendigan, están sucias y no pueden ofrecer garantías de ningún tipo. En todos los sitios a los que llama, una vez explicadas las circunstancias, le dan largas.
Nadie va a alquilar una habitación digna a Carmen porque en su estado se considera que ni siquiera merece ya la dignidad».
Confieso que soy una persona con prejuicios hacia la gente pobre. Sin que mi vida sea perfecta, soy consciente de que la familia y el entorno en el que me he criado me han permitido ser como soy. Sé que otros no han tenido esa suerte y ahora me doy cuenta de que eso ha propiciado que cometieran más errores que les han llevado a su situación actual. Caer en una adicción, asumir una deuda que no pueden pagar, perder el empleo, aislarse de cualquiera que pueda darles una mano, juntarse con malas compañías, encontrarse en una situación de dependencia emocional y económica... Cualquiera de estos factores puede provocar que alguien termine en la pobreza más extrema. Y las mujeres son el grupo social más afectado:
«Carmen es una buena representación de la feminización de la pobreza, agudizada tras los años de crisis económica. Los datos más recientes muestran que cada vez más mujeres viven en la calle o en infraviviendas, resquebrajándose así el prototipo del hombre mendigo con trastornos mentales o problemas de alcoholismo. La estructura socioeconómica que lleva a muchas mujeres a ocuparse en exclusiva de la familia y el hogar o a trabajar en puestos escasamente remunerados y/o sin contratos va de la mano de una dependencia económica extremadamente quebradiza. Una ruptura sentimental o la muerte de los padres, por ejemplo, puede conducir a una mujer joven directamente a la pobreza más absoluta. Muchas se agarran a la supuesta protección que le ofrecen otros hombres, se prostituyen o son extorsionadas.»
Antes de leer este ensayo, para mí, la gente que había tomado malas decisiones en la vida debía pagar las consecuencias de sus actos, que en parte, tenían algo de culpa:
Para mí la respuesta era fácil: sí, simplemente recurres a servicios sociales. Allí, una señora muy amable (como si los hombres no pudieran optar a este trabajo) se compadecerá del caso, comprenderá que te arrepientes de tus errores y te ayudará a salir adelante: te indicará dónde hay comedores sociales, te acompañará a los albergues, te inscribirá tanto en el paro como en cursos de formación y te guiará de la mano en todos los trámites necesarios para pedir ayudas económicas estatales. A cambio, solo tienes que abandonar los hábitos que no se consideran socialmente respetables, no recaer nunca en ellos y no volver a equivocarte. Lo sé, lo sé, vivo en los mundos de Yupi y he necesitado este libro para darme de bruces con la realidad.
En primer lugar, no es nada fácil ser atendido por los servicios sociales: están desbordados de trabajo y tardan meses en darte cita. Tampoco hay un acompañamiento real en todo el proceso burocrático; en el caso de Carmen y Beatriz, fue esta última quien se encargó de todo el papeleo. En concreto, en Silencio Administrativo, Sara Mesa habla de las dificultades para acceder al Ingreso Mínimo Vital, una prestación que prometía un cambio social enorme y que se ha quedado en nada: solo se benefician de ella el 12% de la población que vive bajo el umbral de pobreza. Eso no es por falta de interés, sino por las dificultades para solicitarla. Y es que, ¿qué oportunidad tiene una persona que está en la calle, sin formación ni ayuda, de comprender toda la burocracia y entregar la documentación adecuada?
Tengo estudios universitarios y sudo la gota gorda cada vez que me enfrento a un texto administrativo. Eso demuestra que la solicitud de una ayuda social no es accesible para la gente de a pie que no solo tiene que entender una convocatoria compleja, sino entregar un montón de documentación que, en principio, ya debería estar en manos de la Administración. A eso hay que sumarle la incertidumbre que produce el silencio administrativo. Al parecer, cuando un ciudadano solicita algo a la Administración, esta tiene derecho a no responder. Como no hay ningún tipo de comunicación, el ciudadano no sabe que su petición ha sido rechazada, así que en lugar de recurrir en el plazo establecido, se queda de brazos cruzados a la espera de una respuesta.
«El laberinto burocrático tiene el poder de callar apelando a sus razones –falta personal, faltan recursos, se han retrasado partidas, las ayudas son nuevas, estamos definiendo los criterios, estamos saturados…Sin embargo, no hay razones válidas para el silencio de la otra parte –me cortaron la línea de teléfono y no pude recibir vuestra llamada, no me dio tiempo a pedir el papel que me dijisteis, no entendí qué papel era necesario y mandé otro por error […]En estas circunstancias, es normal que muchos como Carmen se resignen y desistan. Que la desesperanza gane.»
En segundo lugar, no podemos exigir a la gente que está en situación de pobreza extrema que, de la noche a la mañana, se conviertan en ciudadanos modélicos.
No solo no disponen de los recursos ni de la formación necesaria para ello (¿cómo vamos a exigir alguien que no ha terminado la Educación Secundaria Obligatoria y que vive en la calle que lleve la ropa planchada o que hable con propiedad?), sino que el rechazo social les impide avanzar. La aporofobia es el odio, aversión o rechazo hacia las personas en situación de pobreza. Suele ir asociada a ideas como "ellos se lo han buscado", "si están así es porque quieren", "son gente peligrosa y violenta", "no hacen nada en todo el día", "son borrachos y drogadictos" o "no merecen todas las ayudas que da el Gobierno". Aquí podéis leer un par de ejemplos de esta actitud:
Estas ideas infundadas se cimientan sobre el desconocimiento y los estereotipos. Seguro que hay algunas personas que son así, siempre hay de todo en todas partes, pero este ensayo insiste en mostrarnos que el problema es que una vez llegas a lo más hondo, es muy difícil salir del atolladero.
También es cierto que el ensayo se fundamente en el caso único de Carmen. Hubiera sido más enriquecedor que la autora se entrevistara con más gente para no reducirlo todo a una única experiencia. En el caso de los tratos con la Administración, que es en lo que se centra la obra, seguramente la experiencia sería la misma. Sin embargo, el ensayo también aborda la vida de la gente que se encuentra en situación de pobreza extrema; conocer más testimonios ayudaría a enfatizar que no solo Carmen es así, sino que es un caso de muchos.
En conclusión, Silencio administrativo es un ensayo muy recomendable, escrito de forma sencilla y personal. La obra nos enfrenta a nuestros propios prejuicios hacia los pobres y critica muy duramente la burocracia administrativa. La autora podría haber tomado el camino fácil y usar el dramático pasado de Carmen para conseguir la lástima del lector. En lugar de eso, se centra en los problemas presentes para mostrarnos las trabas sociales y administrativas que impiden a esta gente salir adelante y superar el pasado. Y es que de cara a la galería, el Gobierno destina mucho dinero a las ayudas sociales, pero eso solo es una pantalla de humo: la burocracia administrativa complica tanto el proceso de solicitud que, en realidad, se invierte solo una ínfima parte de lo que se dice. Este ensayo es además una invitación a analizar nuestra actitud ante leyes y noticias que, en el fondo, sirven más para alimentar prejuicios que para retratar la realidad.
Cosas que he aprendido:
- Qué es el Ingreso Mínimo Vital.
- La burocracia administrativa es complicada para todo el mundo.
- La Administración no ofrece ayuda para los trámites administrativos.
- Los Servicios Sociales están desbordados y sirven de poco.
- Una vez llegas a una situación de pobreza extrema, es muy difícil salir de ella sin ayuda.
- Las prestaciones estatales son insuficientes.
- Los sintechos no tienen todo el tiempo del mundo.
- No hay que exigir a la gente que vive en la calle un comportamiento modélico a cambio de nuestra ayuda, porque las circunstancias que les han dejado en esta situación les impiden cumplir nuestras expectativas.
Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:
PUNTUACIÓN...4/5!
Primeras Líneas...
Aquí puedes escuchar un fragmento.
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Lo he leído hace poquito y me ha gustado mucho también, aunque en mi caso no me ha sorprendido tanto las trabas burocráticas a las que se enfrenta. Me he encontrado con tantas que lo que me hubiera sorprendido es lo contrario. Pero me ha gustado ese tono crítico y que nos haga ponernos en el lado de los pobres y que no pensemos que están así porque se lo merecen.
ResponderEliminarY sobre las trabas de la burocracia, forma parte de nuestra historia. Ya lo decía Mariano José de Larra en su artículo "Vuelva usted mañana"...
Besotes!!!
Me alegro de que te haya gustado. ¿A ti no te parece que sería más enriquecedor si hubiera más perspectivas que solo la de Carmen? Sobre las trabas burocráticas, es que creía que la única inútil era yo o que tenía mala suerte. Sobre Larra... tengo pendiente leer sus artículos.
EliminarPues no lo sé. Posiblemente sí, pero al centrarse en Carmen creo que también quería que nos pusiéramos en ese lado para comprender mejor su situación. Y si abarcaba más personajes, quizás esto se perdiera.
ResponderEliminarY a las trabas burocráticas nos enfrentamos todos. Mucha suerte hay que tener para hacer cualquier papeleo en este país a la primera.
Te aconsejo leer a Larra, pero si tienes tiempo, busca ese artículo. No recuerdo que fuera largo. Te va a gustar.
Besotes!!!
¡Hola!
ResponderEliminarGracias por compartir esta publicación. Me gustó mucho leerla.
Saludos.
Me alegro de que te haya gustado la reseña^^
Eliminar¡Hola, Laura! Menudo tema el de los trámites administrativos... yo los odio a muerte. Lo de la Clave nunca me pareció para tanto porque fui a una oficina, me la crearon y tan contenta. Y, cuando la he tenido que utilizar, pues no he visto el drama. Lo que se me hace pesado son los trámites en sí teniendo que fijarme en todas las casillas, añadiendo archivos adjuntos, asegurándome de no haberme saltado nada... -.- Qué horror. Y si encima hay que pagar, ya me ves toda nerviosa con la tarjeta en las manos y deseando que Internet no falle y el trámite salga adelante.
ResponderEliminarCon la declaración de la renta sí que tengo 0 dramas porque le pago a una asesoría para que me la haga.
A ver, lo de las ayudas es un mundo inmenso: hay gente que las necesita y no las obtiene, gente que las obtiene y que, a pesar de eso, no son suficientes, y gente que es una maestra en el tema de las ayudas y que seguro que sí que se aprovecha del sistema. Como en todo, hay buenos y malos. En todo caso, con eso no quiero decir que los trámites sean fáciles, ya que, por lo que he visto, suelen requerir presentar varias cosas y no es fácil acreditar determinadas situaciones.
Eso sí, tampoco es cuestión de demonizar a, por ejemplo, la gente de servicios sociales. En su caso, también habrá trabajadores más implicados y trabajadores más pasotas. Y no todo el que va a servicios sociales es un santo. Te pongo el ejemplo del hospital y de las altas administrativas: hay gente que se queda en el hospital tras el alta porque no tiene a donde ir o porque su familia realmente acredita que no puede llevárselos, pero otros se quedan ahí porque "uy, es que ya no tiene memoria o no está como era antes y no puedo asumir los cuidados". Y trabajo social se tiene que aguantar a familiares déspotas que exigen que les busquen una residencia como si ellos no se estuvieran quedando con la pensión de la persona a la que han abandonado. Por tanto, entiendo que algunos trabajadores sociales acaben quemados, aunque nunca deberían juzgar a todo el mundo de la misma forma si están enfadados.
Y a veces no es que no te cojan el teléfono, yo doy por hecho que en ocasiones falta personal para cubrir todas las solicitudes que la ciudadanía le hace a la administración.
Entiendo lo que mencionas de los prejuicios, todos los tenemos, unos en unos temas y otros en otros. Respecto a la pobreza, yo soy de la idea de que hay gente a la que la vida ha puesto en situaciones muy complicadas y que no es culpa suya no poder salir.
Debo decir que nunca tuve tan bien considerado al sistema como tú... en mi caso, cuando me di ya totalmente de bruces fue cuando me apunté al servicio de empleo y vi que realmente no eran muy útiles. Para hacer cursos y para participar en planes de empleo sí, pero para conseguirte entrevistas y un puesto no tanto.
Coincido contigo en que, si encimas estás en la calle y tal vez ni existes para el sistema, más complicado es sacar adelante una ayuda. Es un mundo muy complejo, no solo por la saturación que mencionas sino también por las diferentes características de todas las personas que necesitarían optar a las ayudas.
Interesante también lo de prejuzgar por apariencias o por las posesiones que tienen determinadas personas. Veo que el libro abarca bastantes aspectos y que da que pensar, aunque no es el tipo de lectura por la que optaría ahora mismo.
Eso sí, me ha gustado leerte y conocer tus impresiones y ver cómo hablar sobre tu propia experiencia a la hora de hacer trámites o entender textos relacionados con la burocracia. Una reseña muy completa :)
¡Saludos de otra enemiga de los trámites! ;-)
¡Hola, Omaira! Gracias por tu tocho-comentario^^
Eliminar1. Uf, para mí lo de hacerse Clave fue un lío, no bastaba con ir a la oficina, luego te enviaban cincuenta cosas.
2. TOP, TOP, y además, preocupada por no haber puesto nada mal y que no me salga un recargo al pagar u algo. Y además, la inseguridad de si lo habré hecho bien.
3. Ah, yo la declaración la hago yo, pero porque cuando la solicitas sale automáticamente un borrador.
4. Sobre servicios sociales, en el libro no es tanto demonizarlo como criticar que están desbordados y eso afecta a cómo atienden a la gente.
5. "falta personal para cubrir todas las solicitudes que la ciudadanía" Exacto.
6. Entiendo que no termine de ser un libro para ti ;)