martes, 14 de octubre de 2025

Silencio administrativo, de Sara Mesa

Duración: 2 horas y 2 minutos
AutorSara Mesa
NarradorSara Mesa
Fecha de lanzamiento: octubre 20, 2021
Editor: Editorial Anagrama SA
Idioma: Español
ASIN: B09GK8YC2M

Sinopsis:
La bestial y desgarradora historia de una mujer sin techo. Un texto lúcido, contundente y revelador que incita a la reflexión y a la lucha por los derechos humanos más básicos.
Esta es una historia real. La de una mujer sin hogar, discapacitada y enferma que trata de solicitar la renta mínima a la que tiene derecho según los optimistas mensajes de la administración y los medios. Pero el laberinto burocrático que debe recorrer para ello, los escollos y trabas con que tropieza y la crueldad de un sistema que exige más a quien menos tiene desembocan en la desesperación. Mientras tanto, los ciudadanos se quedan con la impresión contraria: hay montones de prestaciones y ayudas para los más pobres. "Privilegiados." "Caraduras." "Vagos." Los prejuicios se acumulan. Este es uno de los comienzos de la aporofobia: el odio al pobre.

Por qué este título...
«Solo una intervención rápida de la administración -ay, la llamada “urgencia” contemplada en las leyes- podría sacar a Carmen de la espiral en la que está a punto de caer, la rueda que la triturará tarde o temprano.
Pero la administración no da ninguna señal de vida. Este mutismo se hace aún más amenazante.
Ese mutismo se hace aún más amenazante cuando se conocen todas las implicaciones del llamado "silencio administrativo", un silencio de tipo negativo: “Transcurrido el plazo para resolver sin haberse dictado la resolución expresa, la solicitud podrá entenderse desestimada".
 ¿Qué significa esto?
Es como si uno llama a una puerta esperando que le abran. Pero no abren. Uno espera al menos que alguien responda al otro lado. Que alguien diga “espere, por favor”, “un momento”, o incluso “vuelva mañana” o “vuelva dentro de un mes”. Pero tampoco nadie dice nada. ¿Hay alguien tras la puerta? ¿Quizá uno está llamando donde no tiene que llamar? Uno tiene miedo de dar la vuelta e irse a probar suerte en otro lado. Tiene miedo de que, justo al marcharse, la puerta se abra y entonces, al no estar allí, la posibilidad de ser atendido se pierda para siempre».

Opinión:

Los trámites administrativos son complejos. El primero que hice fue a los dieciocho, al inscribirme en la universidad. Menudo lío: no había manera de encontrar la información correcta, conseguir los documentos requeridos era toda una odisea, se usaba un lenguaje complejo lleno de ambigüedades y, al final, una terminaba con la sensación de haber hecho algo mal (pista: todo salió bien). Mis siguientes experiencias (pedir una beca, inscribirme en un bolsín, hacer el DNI electrónico, crearme un usuario de Clave, preparar la declaración de la renta, opositar...) han sido igual de traumáticas. Más allá de los problemas que he enumerado, lo que genera mayor inseguridad es la falta de asistencia. No hay un número al que llamar (y si lo hay no lo cogen) ni ningún tipo de atención al ciudadano. ¿Cuándo se resolverá el trámite? En menos de seis meses. ¿Dónde se puede consultar la resolución? Búscate la vida.

Pese a saber de antemano que tratar con la Administración es como meterse en el laberinto del minotauro, creía que el tema de las prestaciones era sencillo, quizás porque nunca había pedido una. En las noticias, cada semana anuncian con bombo y platillo los millones de euros destinados a la nueva subvención del Gobierno para ayudar a los más necesitados. Ingenua como soy, pensaba que eran subvenciones accesibles, que se concedían al cabo de un par de meses y que eran suficientes para vivir sin trabajar. Este ensayo de Sara Mesa me ha abierto los ojos.

Silencio administrativo es un ensayo breve (120 páginas, 2 horas en formato audiolibro) que he leído en formato audiolibro y que está narrado por la propia autora. Esto es muy acertado si tenemos en cuenta que el origen de este texto es una experiencia personal: la autora decidió ayudar a una mujer que malvivía en la calle y eso le llevó a descubrir que esta gente no existe para el Gobierno, así que se enfrenta a mil y un obstáculos para ser atendida por la Administración.

Pese a haber a su cercanía con el caso, la autora no es la narradora, sino que la tercera persona pone el foco en Beatriz, que es: 

«una mezcla de las personas que pusimos nuestro empeño desinteresado -e inútil, en gran medida- en ayudar a Carmen. Bien pensado, el hecho de que el personaje de Beatriz represente a una colectividad resulta aún más impactante en el balance final: que entre varios no pudiéramos vencer la máquina burocrática de la administración pone de relieve qué poco puede hacer quien está solo e indefenso ante ella».

El otro puntal en la historia es Carmenpseudónimo que usa la autora para referirse a la mujer que conoció. Mediante la relación de amistad de ambas se articula una crítica a nuestros prejuicios hacia los pobres y al laberinto administrativo que supone intentar adquirir una ayuda gubernamental y escapar de la pobreza. Sara Mesa se basa en el testimonio de Carmen (pseudónimo que usa para referirse a la mujer que conoció) para reflexionar sobre la aporofobia y la labor de los servicios sociales.

«Pero el laberinto burocrático no es un ente abstracto. Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos reglada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos. Estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación, tienen que ver también con personas que ni siempre pueden defender sus derechos».

Que quede claro desde el principio: el texto no tiene una voluntad narrativa. No veremos los encuentros y conversaciones que forjaron la amistad entre Beatriz y Carmen (ni siquiera hay diálogos), ni tampoco todas sus aventuras y desventuras con la Administración. La autora no busca contar una historia ni que empaticemos con los personajes concretos, sino con toda la gente que está en la misma situación que Carmen. Es por eso que conoceremos el contexto de Carmen, pero de forma general, sin hacer un melodrama de ello: lo importante no es que haya tenido una vida dura, sino que va a seguir teniéndola porque no recibe ninguna ayuda estatal ni social.

«Pero no es solo una cuestión de dinero. Solo en lugares tan marginales y precarios como ese es donde se permite la entrada a personas como Carmen [nombre no real por supuesto], que no tienen dinero ni trabajo, que mendigan, están sucias y no pueden ofrecer garantías de ningún tipo. En todos los sitios a los que llama, una vez explicadas las circunstancias, le dan largas. 

Nadie va a alquilar una habitación digna a Carmen porque en su estado se considera que ni siquiera merece ya la dignidad».

Confieso que soy una persona con prejuicios hacia la gente pobre. Sin que mi vida sea perfecta, soy consciente de que la familia y el entorno en el que me he criado me han permitido ser como soy. Sé que otros no han tenido esa suerte y ahora me doy cuenta de que eso ha propiciado que cometieran más errores que les han llevado a su situación actual. Caer en una adicción, asumir una deuda que no pueden pagar, perder el empleo, aislarse de cualquiera que pueda darles una mano, juntarse con malas compañías, encontrarse en una situación de dependencia emocional y económica... Cualquiera de estos factores puede provocar que alguien termine en la pobreza más extrema. Y las mujeres son el grupo social más afectado:

«Carmen es una buena representación de la feminización de la pobreza, agudizada tras los años de crisis económica. Los datos más recientes muestran que cada vez más mujeres viven en la calle o en infraviviendas, resquebrajándose así el prototipo del hombre mendigo con trastornos mentales o problemas de alcoholismo. La estructura socioeconómica que lleva a muchas mujeres a ocuparse en exclusiva de la familia y el hogar o a trabajar en puestos escasamente remunerados y/o sin contratos va de la mano de una dependencia económica extremadamente quebradiza. Una ruptura sentimental o la muerte de los padres, por ejemplo, puede conducir a una mujer joven directamente a la pobreza más absoluta. Muchas se agarran a la supuesta protección que le ofrecen otros hombres, se prostituyen o son extorsionadas.»

Antes de leer este ensayo, para mí, la gente que había tomado malas decisiones en la vida debía pagar las consecuencias de sus actos, que en parte, tenían algo de culpa:


Hasta ahora, no tenía en cuenta que una cosa lleva a la otra, que su entorno les había condicionado a tomar esas decisiones, que quizás yo, en sus mismas circunstancias, hubiera cometido los mismo errores. Además, incluso aunque tuvieran algo de culpa, ¿hasta cuándo tienes que pagar por tus equivocaciones? ¿Puedes levantar cabeza una vez tocas hondo?

Para mí la respuesta era fácil: sí, simplemente recurres a servicios sociales. Allí, una señora muy amable (como si los hombres no pudieran optar a este trabajo) se compadecerá del caso, comprenderá que te arrepientes de tus errores y te ayudará a salir adelante: te indicará dónde hay comedores sociales, te acompañará a los albergues, te inscribirá tanto en el paro como en cursos de formación y te guiará de la mano en todos los trámites necesarios para pedir ayudas económicas estatales. A cambio, solo tienes que abandonar los hábitos que no se consideran socialmente respetables, no recaer nunca en ellos y no volver a equivocarte. Lo sé, lo sé, vivo en los mundos de Yupi y he necesitado este libro para darme de bruces con la realidad.

En primer lugar, no es nada fácil ser atendido por los servicios sociales: están desbordados de trabajo y tardan meses en darte cita. Tampoco hay un acompañamiento real en todo el proceso burocrático; en el caso de Carmen y Beatriz, fue esta última quien se encargó de todo el papeleo. En concreto, en Silencio Administrativo, Sara Mesa habla de las dificultades para acceder al Ingreso Mínimo Vital, una prestación que prometía un cambio social enorme y que se ha quedado en nada: solo se benefician de ella el 12% de la población que vive bajo el umbral de pobreza. Eso no es por falta de interés, sino por las dificultades para solicitarla. Y es que, ¿qué oportunidad tiene una persona que está en la calle, sin formación ni ayuda, de comprender toda la burocracia y entregar la documentación adecuada? 

Tengo estudios universitarios y sudo la gota gorda cada vez que me enfrento a un texto administrativo. Eso demuestra que la solicitud de una ayuda social no es accesible para la gente de a pie que no solo tiene que entender una convocatoria compleja, sino entregar un montón de documentación que, en principio, ya debería estar en manos de la AdministraciónA eso hay que sumarle la incertidumbre que produce el silencio administrativo. Al parecer, cuando un ciudadano solicita algo a la Administración, esta tiene derecho a no responder. Como no hay ningún tipo de comunicación, el ciudadano no sabe que su petición ha sido rechazada, así que en lugar de recurrir en el plazo establecido, se queda de brazos cruzados a la espera de una respuesta.

«El laberinto burocrático tiene el poder de callar apelando a sus razones –falta personal, faltan recursos, se han retrasado partidas, las ayudas son nuevas, estamos definiendo los criterios, estamos saturados…
Sin embargo, no hay razones válidas para el silencio de la otra parte –me cortaron la línea de teléfono y no pude recibir vuestra llamada, no me dio tiempo a pedir el papel que me dijisteis, no entendí qué papel era necesario y mandé otro por error […]
En estas circunstancias, es normal que muchos como Carmen se resignen y desistan. Que la desesperanza gane.»

En segundo lugar, no podemos exigir a la gente que está en situación de pobreza extrema que, de la noche a la mañana, se conviertan en ciudadanos modélicos.

 No solo no disponen de los recursos ni de la formación necesaria para ello (¿cómo vamos a exigir alguien que no ha terminado la Educación Secundaria Obligatoria y que vive en la calle que lleve la ropa planchada o que hable con propiedad?), sino que el rechazo social les impide avanzar. La aporofobia es el odio, aversión o rechazo hacia las personas en situación de pobreza. Suele ir asociada a ideas como "ellos se lo han buscado", "si están así es porque quieren", "son gente peligrosa y violenta", "no hacen nada en todo el día", "son borrachos y drogadictos" o "no merecen todas las ayudas que da el Gobierno". Aquí podéis leer un par de ejemplos de esta actitud:


Estas ideas infundadas se cimientan sobre el desconocimiento y los estereotipos. Seguro que hay algunas personas que son así, siempre hay de todo en todas partes, pero este ensayo insiste en mostrarnos que el problema es que una vez llegas a lo más hondo, es muy difícil salir del atolladero.

También es cierto que el ensayo se fundamente en el caso único de Carmen. Hubiera sido más enriquecedor que la autora se entrevistara con más gente para no reducirlo todo a una única experiencia. En el caso de los tratos con la Administración, que es en lo que se centra la obra, seguramente la experiencia sería la misma. Sin embargo, el ensayo también aborda la vida de la gente que se encuentra en situación de pobreza extrema; conocer más testimonios ayudaría a enfatizar que no solo Carmen es así, sino que es un caso de muchos.  

En conclusión, Silencio administrativo es un ensayo muy recomendable, escrito de forma sencilla y personal. La obra nos enfrenta a nuestros propios prejuicios hacia los pobres y critica muy duramente la burocracia administrativa. La autora podría haber tomado el camino fácil y usar el dramático pasado de Carmen para conseguir la lástima del lector. En lugar de eso, se centra en los problemas presentes para mostrarnos las trabas sociales y administrativas que impiden a esta gente salir adelante y superar el pasado. Y es que de cara a la galería, el Gobierno destina mucho dinero a las ayudas sociales, pero eso solo es una pantalla de humo: la burocracia administrativa complica tanto el proceso de solicitud que, en realidad, se invierte solo una ínfima parte de lo que se dice. Este ensayo es además una invitación a analizar nuestra actitud ante leyes y noticias que, en el fondo, sirven más para alimentar prejuicios que para retratar la realidad.

Cosas que he aprendido:

  • Qué es el Ingreso Mínimo Vital.
  • La burocracia administrativa es complicada para todo el mundo.
  • La Administración no ofrece ayuda para los trámites administrativos.
  • Los Servicios Sociales están desbordados y sirven de poco.
  • Una vez llegas a una situación de pobreza extrema, es muy difícil salir de ella sin ayuda.
  • Las prestaciones estatales son insuficientes.
  • Los sintechos no tienen todo el tiempo del mundo.
  • No hay que exigir a la gente que vive en la calle un comportamiento modélico a cambio de nuestra ayuda, porque las circunstancias que les han dejado en esta situación les impiden cumplir nuestras expectativas.

Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:

PUNTUACIÓN...4/5!

Primeras Líneas...

Aquí puedes escuchar un fragmento.

domingo, 5 de octubre de 2025

Viñeta del lector 127#


Ya está todo escrito, de eso no cabe ninguna duda; la diferencia radica en la forma de contarlo, en qué se enfatiza, dónde se pone la mirada. Y es que, lo quiera un autor o no, siempre deja algo de sí mismo en sus textos (por otra parte, ¿para qué escribir, si uno no tiene algo que decir?). "Una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino", dice Stendhal en Rojo y negro (aunque la frase no es suya, sino de Cesar Vichard, abad de Saint-Real (1639-1692)). Con eso se refiere a que las obras realistas nos muestran la realidad tal y como es. Sin embargo, tengo por seguro que eso es mentira.

Como bien dice Mario Vargas Llosa en esta cita, las novelas nos muestran el mundo desde la óptica del autor. Puede que su intención sea criticar algo, contarnos lo que sabe de algo o mostrarnos la nostalgia que siente hacia algo. Esas son solo tres de entre un millón de posibilidades, y en cada una de ellas saldría una novela distinta.

Algunas obras son más inconscientes de su mensaje, pero sigue estando ahí, en los detalles. Son esos detalles los que nos muestran qué considera el autor que es lo normal (por ejemplo, si todos los personajes felices son parejas casadas con hijos), qué ve como una actitud positiva y qué una actitud negativa (por ejemplo, si muestra positivamente que el héroe mate a diestro y siniestro para proteger a otros o si muestra negativamente que el villano no tenga lazos con nadie), su ideología (si, por ejemplo, nos muestra que los amigos tienen que aguantarlo todo), cuál le parece que es el ideal a aspirar (por ejemplo, si todas sus protagonistas encuentran pareja) y qué prejuicios tiene (si, por ejemplo, todos sus personajes LGTBI tienen mucha pluma).

Es por eso que no me parece positivo aferrarse a un autor (o unos cuantos) y no leer nada más; tu visión de mundo quedará reducida a la perspectiva del mundo que tienen ese puñado de autores. Me preocupa el caso de Sanderson, por ejemplo, puesto que publica un tocho libro al año, así que muchos de sus fans solo le leen a él. Que está muy bien que haya logrado que gente que no leía coja un libro y el mensaje de sus obras es mayormente positivo... sin embargo, hay que salir de la burbuja y leer otras voces.

Y eso es todo por hoy. ¿Se os ocurren más ejemplos de cómo el autor deja parte de sí en su obra? ¿Preferís aquellas obras en las que el autor es consciente del mensaje que quiere transmitir u os resulta indiferente? ¿Sabéis de algún otro caso de un autor que acapare lectores?

viernes, 26 de septiembre de 2025

Trilogía Los huesos verdes, Libro III: Legado de jade, de Fonda Lee

Traductor: Antonio Rivas
Editorial: Insólita Editorial
ISBN: 9788412682038
Número de páginas: 792
Encuadernación: Tapa blanda
Fecha de lanzamiento: 11/12/2023
Autora: Fonda Lee
Trilogía: 3/3
Título original: Jade Legacy

Sinopsis:
El jade, la sustancia misteriosa y mágica que antaño fue exclusiva de los guerreros huesos verdes de Kekon, ahora es codiciado fuera de la isla de Kekon. Todo el mundo quiere tener acceso a las habilidades sobrenaturales que proporciona. A medida que la lucha por el control del jade se hace cada vez más grande y letal, la familia Kaul y las antiguas costumbres de los huesos verdes nunca volverán a ser las mismas.
Castigados por la guerra y la tragedia, los Kaul deberán saldar antiguas deudas y cerrar viejas heridas mientras sus adversarios les toman la delantera y su país se desgarra a causa de la interferencia extranjera. El clan deberá distinguir a los aliados de los enemigos, dejar de lado las sangrientas rivalidades y hacer terribles sacrificios... Pero incluso los lazos irrompibles de sangre y lealtad pueden no ser suficientes para asegurar la supervivencia de los clanes de huesos verdes y la nación que juraron proteger.

Opinión:

Llevo ya dos reseñas de esta trilogía. ¿Qué os puedo decir de esta tercera entrega que no haya dicho ya de las anteriores? Algunas sagas presentan altibajos; sin embargo, en este caso, los tres libros son bastante similares en ritmo, tono, mensajes, narrativa y profundidad de personajes. Vamos, en todo. Claro que hay diferencias (tanto este como Guerra de jade, por ejemplo, se inclinan más por la política que Ciudad de jade) y es de eso de lo que voy a hablaros, pero, en general, se nota que los tres están cortados por el mismo patrón. Así que, si os gustó el primero, estáis de enhorabuena, porque os encantarán las continuaciones; si, por el contrario, tenéis la esperanza de que los siguientes harán algo distinto, os vais a llevar una decepción.

No pretendo que esta sea una reseña muy larga ni repetir lo que ya he comentado al hablar de las otras novelas. Podría hacer un poco resumen de la trama y hablaros de cómo ha evolucionado cada personaje, pero para eso más os vale leer la novela. Así que me centraré en qué me ha aportado esta tercera parte y en las diferencias más destacables.

Por ejemplo, respecto al tema de la política, basta con decir que la autora sigue desarrollando muy buenas tramas que tienen en cuenta tanto la política exterior (las relaciones internacionales) como la interior (la reacción del populacho y el papel de los bajos fondos). No es fácil tratar algo así con profundidad y que al mismo tiempo resulte entretenido. Para mí, la autora lo hace muy bien: a diferencia de muchas novelas dedicadas a la política, sus personajes son carismáticos y todo lo que dicen y hacen es significativo; sin embargo, si este tema no es santo de vuestra devoción, tampoco esperéis milagros. Hay que tener en cuenta que, pese a la acción esporádica, es una novela densa con muchas reuniones en las que lo que se dice es, en realidad, solo la mitad de lo que se dice, dónde se demuestra que todo son planes sobre planes sobre planes y con unos interlocutores que se pasan páginas y páginas intentando imponerse solo con la dialéctica. Aquí, como en las anteriores novelas, se hace mucho énfasis en cómo las estrategias políticas se construyen pensando a largo plazo y en cómo varias acciones y comentarios sutiles pueden tener más poder que una declaración directa. La única pega es que, al ser la política un tema tan adulto, es contradictorio que a veces la narración trate al lector como a un niño y le explique qué se está diciendo entre líneas. ¿Para qué molestarte en escribir diálogos sutiles si luego los vas a explicar? Esto es algo que la autora ya había empezado a hacer en Guerra de jade, pero aquí es donde me ha empezado a parecer molesto.

Otro de los aspectos centrales de la obra en el que no me voy a explayar es el tema de los personajes. Shae, Hilo, Wen y Ayt molan mucho y, al mismo tiempo, son seres despreciables. Si queréis saber por qué, pasaos por las reseñas en las que hablo extensamente de ellos. Lo que más me ha sorprendido es que en la tercera novela sigamos descubriendo capas de su personalidad que no habíamos visto hasta ahora. Cualquiera diría que la vida de una familia de mafiosos no daba para tanto, que sus arcos de personaje deberían haber quedado cerrados en la primera o en la segunda novela. Y así hubiera sido si la autora no hubiera decidido que la historia abarcara tantos años: Ciudad de jade transcurre a lo largo de un año, en Guerra de jade pasan cinco y en Legado de jade, un poco más de veinte. Normal que los personajes sigan teniendo cosas por decir.

No es nada fácil desarrollar una historia con una temporalidad tan larga. En Guerra de jade, la autora intentó hacerlo de forma orgánica y guiar al lector mencionando las estaciones, las festividades y cuánto hacía de determinados sucesos; aun así, me sentí perdida. Aquí la autora intenta resolver el problema indicando al principio de cada capítulo el tiempo que ha pasado desde que Hilo se convirtió en pedestal ("seis años después", "ocho años y cinco meses después", "doce años y tres meses después"...). Gracias a esto he logrado situarme mucho mejor temporalmente; sin embargo, los saltos temporales son demasiado grandes como para que sientas el fluir del tiempo. Por ejemplo, hay dos personajes relevantes que se casan y no vemos la boda, sino que nos la cuentan después. Esto no es solo un problema puntual: ante situaciones vitales que dejan a personajes emocionalmente estancados durante meses, hacemos un salto temporal y leemos un resumen de cómo la situación les ha afectado. No me digas que el personaje ha estado abatido durante meses: muéstramelo. Además, el paso del tiempo sigue siendo confuso, más incluso que en la anterior novela. A veces, durante un período largo de tiempo solo sucede una cosa importante para la trama, así que, para evitar tantos saltos temporales, la autora se sitúa en un punto posterior donde la trama avanza más y nos introduce la escena importante que faltaba mediante un flashback. 

Fonda Lee podría haber intentado abarcar menos años, pero entiendo que era necesario para reflejar de forma realista no solo los cambios sociales y las intervenciones políticas, sino también los puntos de inflexión en las vidas de los personajes. Por ejemplo, los protagonistas intentan mejorar la percepción internacional del jade, destacando sus usos médicos y popularizándolo mediante el cine y los deportes. Esta gran campaña publicitaria, si pretende ser realista, necesita cinco o diez años de trabajo. La política también se caracteriza por funcionar muy despacio. Por ejemplo, expandir tus negocios a otros países requiere tiempo para hacer estudios de mercado, contactos, aliados... en resumen, ir echando raíces poco a poco. La gente tampoco cambia de la noche a la mañana, sino que determinados procesos, como superar un trauma o el duelo por la muerte de alguien, son cicatrices que pueden llevar años cerrar.

Nuestros protagonistas han pasado por tantos de esos procesos en novelas anteriores que creía que íbamos a dejarlos descansar un poco y centrarnos en la siguiente generación; no ha sido así. Los protagonistas absolutos siguen siendo Shae, Wen, Hilo y Anden, y la antagonista, Ayt Mada, por supuesto; sin embargo, los hijos y herederos van cobrando importancia hasta llegar a ser narradores. Conoceremos a Niko, que carga con el peso de las expectativas de todo el clan; Ru, que se enfrenta al estigma de los ojos de piedra; y Jaya, que lucha por hacerse valer en un mundo de hombres. Esta mezcla de voces ofrece cierta variedad a la narración: iremos viendo los conflictos de nuevos personajes al mismo tiempo que no dejamos completamente de lado a los que ya conocíamos.

El hecho de mostrarnos varias generaciones permite a la novela explorar cómo las enseñanzas y acciones de los adultos repercuten en los jóvenes. El entorno es clave en nuestra formación; uno no puede escapar de aquello con lo que se ha criado. Pero que nos moldee no significa que nos defina. Puede que alguien que se haya criado en la mafia no sea capaz de dejar de lado por completo la violencia, pero sí que puede encontrar un término medio, como Anden en la anterior novela, que decidió seguir apoyando los intereses de su familia, siempre que eso no implicara cobrarse ninguna vida. Aquí vemos cómo algunos personajes son incapaces de avanzar y abandonar la ira, mientras que otros logran adaptarse a los nuevos tiempos sin ir del todo en contra de su naturaleza. Y es que en el fondo, somos como nuestros padres, pero mejores.

También es verdad que no es muy difícil ser mejor que cualquiera de los personajes que nos habían presentado hasta ahora. Los clanes de huesos verdes son un fiel retrato de las mafias que hay en nuestro mundo, por lo que incluso los protagonistas son criminales cuyas acciones son cuestionables o directamente abyectas. Para ellos, la violencia es la norma. Todos son personas ambiciosas, rencorosas, que solo se preocupan por los suyos. Los únicos que se salvan son Anden y las nuevas generaciones.

Precisamente por esto no todo va a ser palabrería política: seguimos teniendo duelos a muerte, así como persecuciones, batallas campales y emboscadas. En todos esos casos, las escenas de acción están muy bien escritas: son realistas y los personajes tienen muy en cuenta el escenario en el que se encuentran. Además, y esto es para mí lo más importante, no es acción trivial, para mantener al lector entretenido, sino que siempre hay consecuencias.

Y es eso lo que nos recuerda que, por muy lejanas que nos parezcan sus vidas, los mafiosos son personas que sufren como cualquier otra. Es poco probable que nosotros nos veamos envueltos en un atentado, que seamos víctimas de un secuestro o que la vida de nuestro mayor enemigo esté en nuestras manos. Sus circunstancias son muy distintas; sin embargo, no dejan de enfrentarse a problemas que no nos son tan lejanos: el duelo por la muerte de un ser querido, la distancia que nos va separando de nuestros hijos, la presión de las expectativas, la traición de una pareja, la inseguridad de no saber quién eres, el hecho de enamorarte de alguien que está casado, la furia ciega de los deseos de venganza o la angustia de quedar incapacitado. Ver cómo los personajes afrontan estas situaciones nos ofrece cierto consuelo y nos ayuda a sobrellevar mejor los golpes de la vida.   

Muchas novelas olvidan que todo esto no son obstáculos a superar, sino situaciones que nos marcan de por vida. Para mí, lo más interesante de esta trilogía es ver cómo las experiencias que viven los personajes tienen consecuencias a largo plazo. Por ejemplo, la traición de Wen provoca que su matrimonio con Hilo se resienta. Otro ejemplo es el de Tar, quien, incapaz de superar la muerte de su hermano, se pierde cada vez más en una espiral de violencia. 

Pero donde algunos viven con las consecuencias de sus actos y crecen, otros no cambian. Ese es el caso de Ayt Mada, la antagonista, y Bero, el personaje más extraño de la trilogía. Este no pertenece al mundo de los clanes ni forma parte de la trama principal; sin embargo, intenta por todos los medios ser partícipe de lo que está sucediendo. Él quiere ser alguien, no le importa si es conocido por algo bueno o por algo malo, y luchará por conseguirlo a costa de cualquier posible vínculo con otra persona. Realmente, sus acciones son decisivas para el devenir de la trama, pero nadie se percata de ello. Si confiesa a alguien que es el asesino de su padre, no le creen. Si consigue infiltrarse como espía en una organización, resulta que todos conocían su tapadera. Si consigue tender una emboscada que desestabiliza el poder de los clanes, le dejan marchar porque creen que es un testigo inocente. Siempre sale airoso de cualquier situación y ese es para mí el peor castigo: seguir viviendo a sabiendas de que has hecho grandes cosas y que nunca se te va a reconocer el mérito. 

Bero no evoluciona, solo da vueltas sobre sí mismo porque se niega a cambiar y a establecer lazos con otra persona que propicie ese cambio. Eso es para la autora lo peor que puede hacer alguien: los personajes que no aprenden del pasado y, por tanto, no evolucionan, así como aquellos que solo se preocupan por sí mismos, son los únicos que realmente terminan teniendo una vida miserable. Los Kaul no son "los buenos", pero como se esfuerzan por mejorar y se quieren los unos a los otros, no son "tan malos".

Lo cierto es que no tengo mucho más que decir. Como veis, es una trilogía que he disfrutado muchísimo: me gustan las tramas políticas realistas que se construyen de forma interesante y me ha cautivado el carisma de los personajes. Aunque ninguno de ellos sea buena gente (todos son criminales condicionados por su entorno), siempre actúan por el bien de los suyos y se esfuerzan por ser mejores. Es cierto que la parte política, más densa, pesa más que la parte de acción; sin embargo, cuando relucen las espadas luna una sabe que se encontrará con una batalla realista y bien narrada. Eso sí, no vengáis a esta historia por la fantasía: si el "jade" del título os llamaba la atención, sabed que su importancia radica más en su valor como herramienta política que en su uso como arma.

Cosas que he aprendido:

  • Nuestro entorno nos condiciona, pero no nos define.

Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:

PUNTUACIÓN...4/5!

Primeras Líneas...

viernes, 19 de septiembre de 2025

Frases memorables: Festí de corbs


Festí de corbs, de George R. R. Martín es el cuarto libro de Canción de fuego y hielo, una saga que no fue para mí: demasiadas descripciones y personajes que no aportaban nada, tramas estancadas y mucho relleno. Si queréis saber más, os animo a darle un vistazo a la reseña. Solo para que os hagáis una idea, el primer libro no me apreció gran cosa y resultó ser el mejor.

No vengo a recomendar la cuarta parte, solo a traeros un fragmento que me gustó mucho; que una novela no me guste no significa que no tenga cosas buenas. Y sí, en esta ocasión no es una "frase", sino una cita larga. El libro lo leí en catalán, así que os traigo el fragmento en ambos idiomas. No sabría deciros cuál de las dos versiones me gusta más: la catalana tiene más musicalidad y sentimiento, mientras que la castellana tiene más fuerza.

«Els homes romputs més aviat mereixen la nostra compassió, encara que poden ser igual de perillosos. Gairebé tots són plebeus, gent senzilla que mai no s’havia allunyat mitja llegua de la casa on havien nascut fins que un dia va arribar un senyor per endur-sel’s a la guerra. Mal vestits i mal calçats, se’n van marxant sota les seves banderes, sovint armats amb una falç o una aixada esmolada, o la maça que s’han fabricat ells mateixos lligant una pedra a un pal amb tires de pell. Els germans marxen amb els germans, els fills amb els pares, els amics amb els amics. Han sentit les cançons i les rondalles, per això marxen amb el cor ple d’anhels, somiant les meravelles que veuran, les riqueses i la glòria que obtindran. La guerra sembla una magnífica aventura, la més gran que la majoria d’ells viurà.
Llavors, tasten la batalla.
Alguns en tenen prou amb aquest primer tast per trencar-se. D’altres van tirant durant anys, fins que perden el compte de totes les batalles en què han lluitat, però fins i tot un home que ha sobreviscut a cent batalles pot acabar romput a la que fa cent u. Els germans veuen morir els germans, els pares perden els fills, els amics veuen com els amics intenten aguantar-se les entranyes amb les mans quan una destral els ha obert el ventre.
Veuen morir el senyor que els comandava, i llavors un altre senyor els crida que ara són seus. Els fereixen, i quan encara no s’han guarit del tot, els tornen a ferir. Mai no hi ha prou menjar, el calçat els cau a trossos de tant marxar, la roba se’ls estripa i es podreix, i la meitat es caguen a les calces per haver begut aigua dolenta.
Si volen unes botes noves o una capa més gruixuda, i o potser una cervellera de ferro rovellat, els han d’agafar d’un cadàver, i al cap de poc també comencen a robar als vius, a la gent senzilla a les terres dels quals lluiten, homes molt semblants als homes que ells solien ser. Els maten les ovelles i els roben els pollastres, i d’aquí a endur-se també les filles hi ha un pas molt petit. I un dia miren al seu voltant i s’adonen que tots els seus amics i familiars són morts, que estan lluitant al costat d’uns desconeguts sota un estendard que gairebé ni reconeixen. No saben on són, ni com tornar a casa, i el senyor pel qual lluiten no sap com es diuen, però ara arriba i els ordena a crits que formin, que facin una línia amb les llances, les falçs i les aixades esmolades, i que no retrocedeixin. I els cavallers els cauen al damunt, homes sense rostre tots, coberts d’acer, i el retruny de la càrrega sembla omplir tot el món...
I aquell home es trenca.
Es gira i fuig, o després s'arrossega entre els cossos dels caiguts, o fuig d'amagat aprofitant la foscor, i troba un lloc on amagar-se. Ara ja ha deixat de pensar en casa seva, i tots els reis, déus i senyors signifiquen menys per ell que un tros de carn feta malbé que li permetrà viure un dia més, o un odre de vi dolent que li pot ofegar les pors unes hores. L'home romput viu al dia, pensant només en el següent àpat, i té més de bèstia que d'humà»

«Los hombres quebrados pueden ser igual de peligrosos, pero también son dignos de compasión. Casi todos son gente sencilla, hombres del pueblo que nunca habían estado a más de media legua de la casa en la que nacieron hasta que un día, un señor cualquiera se los llevó a la guerra. Mal vestidos y mal calzados, marchan tras sus estandartes, a veces sin más armas que una guadaña o una hoz, o una maza que se han hecho ellos mismos atando una piedra a un palo con tiras de cuero. Los hermanos marchan con los hermanos; los hijos, con los padres; los amigos, con los amigos. Han oído las canciones y las anécdotas, así que caminan con el corazón anhelante, soñando con las maravillas que verán, con las riquezas y la gloria que conseguirán. La guerra les parece una gran aventura, la mayor que vivirá la mayoría de ellos.
Luego prueban el combate.
Algunos se quiebran nada más probarlo. Otros aguantan años, hasta que pierden la cuenta de las batallas en que han intervenido, pero alguien que sobrevive a cien combates puede quebrarse en el ciento uno. Los hermanos ven morir a sus hermanos, los padres pierden a sus hijos, los amigos ven a sus amigos tratar de volver a meterse las tripas después de que los haya rajado un hacha.
Ven caer al señor que los llevó allí y, de repente, otro señor les grita que ahora lo sirven a él. Reciben una herida y, cuando todavía la tienen a medio curar, reciben otra. Nunca tienen comida suficiente; el calzado se les cae a pedazos de tanto caminar; la ropa se les desgarra y se les pudre, y la mitad se caga en los calzones porque ha bebido agua que no era potable.
Si quieren unas botas nuevas, una capa más caliente o, tal vez, un yelmo de hierro oxidado, tienen que quitárselo a un cadáver; no tardan en robar también a los vivos, a los aldeanos en cuyas tierras luchan, a hombres como los que eran antes ellos mismos. Les matan las ovejas y les roban las gallinas, y de ahí a llevarse también a sus hijas sólo hay un paso. Y un día miran a su alrededor y se dan cuenta de que todos sus parientes y amigos han desaparecido, de que luchan al lado de desconocidos y bajo un estandarte que ni siquiera identifican. No saben dónde están ni cómo volver a su hogar; el señor por el que luchan no sabe cómo se llaman, pero ahí está siempre, gritándoles que formen una línea con sus lanzas, sus hoces, sus guadañas, para defender la posición. Y los caballeros caen sobre ellos, hombres sin rostro envueltos en acero, y el retumbar de su ataque parece llenar el mundo...
Y el hombre se quiebra.
Da media vuelta y huye, o se arrastra entre los cadáveres de los caídos, o se escabulle en plena noche y busca un lugar donde esconderse. A esas alturas, los hombres quebrados ya ni piensan en volver a casa. Los reyes, los señores y los dioses les importan menos que un trozo de carne medio podrida que les permita vivir un día más, o un pellejo de vino agrio con el que ahogar sus miedos unas horas. Viven de día en día, de comida en comida; son más animales que humanos».

Lo que me gusta de este fragmento es el realismo con el que describe las penurias de la guerra. Estoy cansada de novelas de fantasía épica o de películas bélicas que ensalzan la guerra, cuando en realidad es algo terrible que te rompe como persona. Fragmentos como este conciencian sobre el daño psicológico de la violencia y cómo luchar no merece la pena... o al menos, hasta cierto punto. Sí, estoy en contra de la guerra, pero al mismo tiempo entiendo que luchar sea necesario para protegerte a ti, a los tuyos o tu modo de vida. No apruebo la guerra Ucrania-Rusia, pero si la alternativa es un gobierno ruso, con todo lo que implica (censura, discriminación, pérdida de derechos...) entiendo que la gente se aliste y se sacrifique por conservar su mundo. Lo que es absurdo es luchar en beneficio de otros por dinero o alistarse en una guerra que ni te va ni te viene solo por el honor y la gloria.

Lo segundo que me gusta de este fragmento es cómo contextualiza a los hombres quebrados, lo que queda de una persona tras la devastación de la guerra. No me parece que sus sufrimientos excusen los crímenes que han cometido, pero ver el contexto completo ayuda a comprender mejor a la gente. Las prisiones no deberían ser centros de reclusión, sino de reformación. No solo deben conseguir un arrepentimiento real, sino que los criminales sean capaces de reparar parte del daño que han hecho. Y si conocemos el contexto se puede empezar a trabajar en mejorar. Los hombres quebrados también tienen que pagar por sus crímenes, pero eso no significa que estén condenados de por vida. Han cometido errores guiados por la ingenuidad, la presión social o la necesidad de una vía de escape a su sufrimiento; nosotros en su situación seguramente actuaríamos de forma similar.

Esto es todo lo que tengo por comentar hoy. Como veis, no es mucho, pero es que creo que el fragmento hablo por sí mismo. Es vuestro turno: ¿os ha gustado la cita? ¿Habéis leído la novela? ¿Destacaríais algún otro fragmento? ¿Creéis que en el arte de cada vez se idealiza menos la guerra? ¿Os parece que un criminal puede tener redención, sin importar el crimen que haya cometido? 

jueves, 11 de septiembre de 2025

Ninguno de nosotros volverá, de Charlotte Delbo

Traductor: Regina López Muñoz
Editorial: Libros del Asteroide S.L.U.
ISBN: 9788417977139
Título original: Auschwitz et après i, ii: Aucun de nous ne reviendra / Une connaissance inutile
Número de páginas: 320
Encuadernación: Tapa blanda
Fecha de lanzamiento:  27/01/2020
Autora: Charlotte Delbo

Sinopsis:
En 1942, Charlotte Delbo fue detenida en París y encarcelada por pertenecer a la Resistencia francesa y, en 1943, deportada al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau junto con doscientas treinta presas francesas, de las que solo sobrevivirían cuarenta y nueve. El presente volumen recoge los dos primeros libros de su elogiada tetralogía Auschwitz y después, en los que relata esa experiencia.
Delbo reconstruye su recuerdo a partir de breves y poéticas estampas de vida y de muerte, y lo hace en gran medida desde una voz colectiva femenina, la de todas las cautivas que, pese a haber sido desposeídas de su identidad, supieron sostenerse las unas a las otras. A partir de esa particular mirada, la autora logra encontrar palabras para lo inefable e ir todavía más allá, creando belleza donde no podía haberla. Uno de los testimonios más emotivos y necesarios de la literatura concentracionaria, a la altura de los de Primo Levi o Elie Wiesel. Sin duda, una obra maestra literaria.

Por qué este título
"Es un barracón nuevo que acaba de ser acondicionado en el recinto de la enfermería. Varios camiones han descargado máquinas lacadas y niqueladas, un lujo de propiedad apenas creíble. Han montado en el barracón una sala de radiografía, diatermia, rayos X.
La primera vez que unos hombres reciben cuidados en nuestro campo. El campo de los hombres está abajo. Cuenta con un revir, que es mejor que el nuestro, o eso dicen. Quizá solo menos terrorífico. ¿Por qué los mandan aquí? ¿Ahora tratan a la gente aquí?
Los hombres siguen esperando. Callados. La mirada perdida y sin color.
Uno por uno, empiezan a salir los primeros. Se visten en la puerta. Su mirada rehúye la de quienes esperan. Y cuando distinguimos sus rostros, comprendemos.
Cómo expresar el sufrimiento en sus gestos. La humillación en sus ojos.
A las mujeres las esterilizan con cirugía.
¿Y qué más da? Si ninguno de ellos volverá. Si ninguno de nosotros volverá."

Opinión:

Hace más de tres meses que leí este libro. He tenido mil cosas este año y eso ha hecho que se me acumularan las reseñas pendientes, por eso aún no me había puesto con ella. Ahora que me he sentado con el libro al lado, tengo la mente en blanco. No recuerdo absolutamente nada, más allá de lo básico: la autora fue prisionera durante más de dos años (27 meses) en varios campos de concentración y escribió sus memorias a los pocos meses de conseguir la libertad.

De buenas a primeras, pensaréis que es un libro que ha pasado por mi vida sin pena ni gloria, ya que no lo recuerdo; nada más lejos de la realidad. Precisamente, si lo he olvidado es como mecanismo de defensa. La historia que esconde entre sus páginas es tan dura, que una no puede hacer más que olvidarla si quiere volver a sonreír algún día. Recuerdo que lo leí despacio, un par de capítulos al día; era la única forma de no hundirme en la miseria.

"Y, como Ondina, yo sabía que olvidaría, porque olvidar es seguir respirando, porque olvidar es seguir recordando, y porque la distancia entre la vida y la muerte es mayor que la que separaba la tierra y las aguas a las que regresaba Ondina para olvidar."

Hace media hora he pensado "no será para tanto". Entonces, he releído los fragmentos que había marcado como relevantes para la reseña y ahora estoy hecha un mar de lágrimas. Me gustaría descansar un poco, dar un vistazo a Twitter, distraerme y ya después ponerme con la reseña, pero haré un esfuerzo por seguir escribiendo: este es el estado anímico necesario para intentar explicar lo que esta obra me ha hecho sentir.

"De pie, envuelto en una manta, un niño, un chiquillo. Una cabeza rapada muy pequeña, una cara en la que destacan la mandíbula y el arco superciliar. Descalzo, da saltitos sin cesar, animado por un movimiento frenético que recuerda al de los salvajes cuando bailan. Quiere agitar también los brazos para calentarse. La manta se abre. Es una mujer. Un esqueleto de mujer. Está desnuda. Se ven las costillas y los huesos ilíacos. Se coloca bien la manta sobre los hombros, sigue bailando. Un baile mecánico. Un esqueleto de mujer que baila. Sus pies son pequeños, flacos, y están desnudos en la nieve. Hay esqueletos vivos que bailan."

Empiezo con una advertencia: no busquéis una historia, porque esto es un sueño febril, retazos de recuerdos deshilachados. Os aviso de que tampoco podéis agarraros a una cronología, porque en el infierno no pasa el tiempo. Ni siquiera hay personajes: los demonios no merecen un nombre y los condenados solo son rostros fugaces que pronto serán ceniza.

"Un hombre que ya no puede seguir. El perro lo agarra por el trasero. El hombre no se detiene. Camina con el perro caminando detrás de él sobre dos patas, con el hocico en su trasero.
El hombre camina. No ha proferido grito alguno. La sangre marca las rayas del pantalón. Por dentro, una mancha que se amplía como sobre papel secante.
El hombre camina con los colmillos del perro hincados en la carne.
Intentad mirar. Probad a ver".

De lo único que se puede hablar de este libro es de sentimientos: angustia, impotencia, incredulidad, apatía. Si ya me ha parecido demoledor leerlo, no puedo imaginar lo doloroso que habrá sido escribirlo. Para ello, una tiene que forzarse a escarbar en los recuerdos reprimidos y revivir el horror desde la distancia, desde la cordura. Eso debe de ser peor que vivirlo, porque ante el sufrimiento, una blinda mente y alma, y no es hasta que se toma consciencia de lo sucedido que llega el dolor.

"Las mujeres pasan cerca de nosotras. Gritan. Gritan y nosotras no oímos nada… Este aire frío y seco debería ser conductor si estuviésemos en el entorno terrestre ordinario. Gritan en nuestra dirección sin que ningún sonido nos alcance. Sus bocas gritan, sus brazos estirados hacia nosotras gritan, todo en ellas grita. Cada cuerpo es un grito. Antorchas que llamean en gritos de terror, gritos que han tomado cuerpo de mujer. Cada una es un grito materializado, un alarido que no oímos. El camión circula en silencio sobre la nieve, pasa bajo un pórtico, desaparece. Se lleva consigo los gritos".

En estas páginas, la autora desnuda su alma para ofrecernos un atisbo del infierno en la Tierra. Lo extenuante que es pasar días de pie a la intemperie, en pleno invierno, sin poder moverte un ápice de la formación. No es mucho mejor caminar, caminar, caminar, sin ver más que los pies que te preceden, sin rumbo ni destino, sin saber si merece la pena resistir el agotamiento un minuto más. La autora nos habla del duelo en situaciones extremas, de los estrechos lazos que crea el sufrimiento compartido, de la agonía que supone la incertidumbre de la muerte y del dolor de seguir viviendo cuando todos los demás han muerto. Uno de los capítulos más duros es, para mí, aquel en el que nos muestra la desesperación de vivir con sed, cómo la necesidad te consume y corroe lentamente tu consciencia. Cuando te atenaza el miedo a perder la voz, cuando beber solo te produce más sed, es el momento en que sabes que la locura te acecha y ya no te importa. Por supuesto, llega un punto en el que no duelen los golpes de los palos, que no sientes el frío que roe tus pies, que miras a la muerte con indiferencia; pero para llegar ahí hay un largo camino de sufrimientos.

"Yo estoy de pie en medio de mis compañeras y pienso que, si algún día vuelvo y quiero explicar lo inexplicable, diré: «Yo me decía: tienes que aguantar, tienes que aguantar en pie mientras dura el recuento. Tienes que aguantar hoy también. Porque habrás aguantado hoy también, volverás, si vuelves algún día». Y será mentira. Yo no me decía nada. No pensaba en nada. La voluntad de resistir se hallaba sin duda en un resorte mucho más oculto y secreto que está roto desde hace no sé cuánto. Y si las muertas hubieran exigido a quienes volvieran que rindieran cuentas, estas serían incapaces. Yo no pensaba en nada. No miraba nada. No sentía nada. Era un esqueleto de frío con el frío soplando a través de todos esos abismos que forman las costillas de un esqueleto".

Este tipo de obras tienen un valor testimonial, histórico: recordar el pasado es la única forma de no repetirlo. Sin embargo, para mí su valor va más allá: estas historias me hacen amar la vida. Una vez me recupero, durante un tiempo, valoro mucho más cada pequeño instante de felicidad, disfruto de todo como si fuera una niña y aprovecho cada instante con los demás como si fuera el último. Y es que si algo me enseñan estas obras es a aferrarme a la vida con uñas y dientes. Nunca hay que caer en la desesperación, sino seguir adelante por mucho que pese la carga a tus espaldas, porque nadie puede saber qué nos deparará el mañana.

No quería terminar esta reseña sin hablar de la escritura. He hojeado las primeras páginas y he recordado lo mucho que me sorprendió el estilo narrativo libre, casi sin filtros: los capítulos tienen una longitud dispar (algunos varias páginas, otros un par de líneas) y el texto no siempre está en prosa (hay emociones que solo se pueden transmitir con la poesía) ni se deja encerrar por las reglas de puntuación.

"cómo cómo
perdonaros que estéis vivos
cómo cómo
os haréis perdonar
por esos que están muertos
para que paséis
bien vestidos con todos vuestros músculos
para que bebáis en las terrazas
para que seáis más jóvenes cada primavera
Os lo suplico
haced algo
aprended un paso
un baile
algo que os justifique
que os dé derecho
a ir vestidos con vuestra piel y vuestro vello
aprended a caminar y a reír
porque sería una estupidez
al final
que tantos hayan muerto
y que vosotros viváis
sin hacer nada con vuestra vida"

Lo que más rechazo me produce de este tipo de historias es la narrativa: ya he dicho muchas veces que vivir algo no significa que sepas plasmarlo en el papel. En esta ocasión, se nota que la autora tiene una formación y que sabe escribir; gracias a ello puede, por ejemplo, jugar con los tiempos verbales pasando del presente al pasado con una naturalidad apabullante. Tiene un estilo peculiar, distintivo, poético en ocasiones, onírico en otras; sin embargo, el texto es muy accesible. No hay descripciones confusas ni simbolismos, sino la realidad en toda su crudeza.
Experimentación formal

En conclusión, una obra testimonial sobre el cautiverio de la autora en varios campos de concentración. No es una autobiografía, sino un compendio de recuerdos con los que trata de transmitir cómo se siente una en una situación límite como esa. Había 230 mujeres en el convoy en el que la autora llegó a Auschwitz. "Ninguna de nosotras volverá", reza el título, y así fue: aunque de esas 230 mujeres sobrevivieron 49, ninguna era la misma que al partir. Si te interesa el tema de los campos de concentración, pero nunca has leído una obra testimonial, te animo encarecidamente a darle una oportunidad a este libro, porque te ofrecerá una sinceridad que no puedes encontrar en ninguna novela. 

Cosas que he aprendido:

  • El sufrimiento no tiene por qué venir de torturas complejas.
  • Olvidar es la única forma de seguir viviendo.

Y ya para terminar, os dejo con mis avances en Goodreads:

PUNTUACIÓN...4'5/5!

Primeras Líneas...