Introducción
No hay muchas "no-reseñas" en el blog: pocas veces me apetece hablar largo y tendido de un libro que he abandonado (tengo una de La sombra del viento y otra de El bebedor de lágrimas). Sí que me apetecía mencionar brevemente las razones que me hacían dejar los libros y de ahí surgió la sección "Libros abandonados". Cuando hago una reseña negativa, quiero poder hablar con propiedad del libro, por lo que me esfuerzo en leerlo de principio a fin. Es lo que intenté hacer con Tengo tu número, de Sophie Kinsella: me forcé a seguir leyendo para poder comentarlo, aunque a la página 100 tuve que tirar la toalla.
Podría haberme limitado a mencionar de pasada mi disgusto en la sección "Libros abandonados", pero me sentía tan irritada que necesitaba desfogarme, compartir mis impresiones y hacer una reflexión sobre lo dañinas que me parecen las novelas chick lit. Por supuesto que es un género entretenido que puedes disfrutar si no te importa apartar la mirada crítica; el problema es que los mensajes negativos que transmiten estas novelas se interiorizan inconscientemente, en especial si solo lees este tipo de obras.
Aviso desde ya que no he terminado el libro y que mi opinión está limitada por ello. En esta entrada voy a destripar la obra (he leído las primeras cien páginas y he hojeado el resto hasta el final) y citaré algunos fragmentos para justificar mis argumentos. Esta no es el primer libro que he leído del género y no es peor ni mejor que muchos otros. Sin embargo, considero que, por sus características, los representa, y que me puede resultar útil para ejemplificar los puntos que quiero tratar. Por supuesto, el debate es bienvenido: podéis rebatir mis argumentos, criticar todo lo que no compartáis y comentar cualquier cosa relacionada con la entrada en los comentarios. No solo eso: os invito a recomendarme obras del género (la esperanza es lo último que se pierde) que no tengan ninguno de los problemas que describiré a continuación.
La novela chick lit
La novela chick lit tiene cierto mérito: en una época en la que los personajes femeninos solo cumplían el papel de mujer florero, reivindicó que las mujeres, pese a seguir supeditadas emocionalmente a los hombres, tenían habilidades útiles fuera del hogar, podían ser independientes económicamente y apoyarse las unas a las otras. No está nada mal para empezar. Mi problema es que las obras del género que se publican actualmente siguen defendiendo los mismos valores que las de hace cuarenta años. Es como si nos hubiéramos quedado estancadas en la primera ola feminista, en la que se defendía el derecho al divorcio, y no haber avanzado hasta la segunda, en la que se defendía el derecho al aborto.
Este tipo de obras están protagonizadas por mujeres (¿conocéis alguna protagonizada por hombres o dirigida a un público masculino?) en la treintena, con un trabajo que no las apasiona, pero que les permite ir tirando, y un par de amigas que las apoyan (nunca de la mejor manera). Son mujeres con las que muchas podemos identificarnos: sencillas, tímidas, algo patéticas, ingenuas, confiadas y buenas con todo el mundo. Vemos su día a día, muy similar al nuestro, en el que no paran de tropezar con obstáculos cotidianos que se van encadenando uno detrás de otro, en los que meten la pata y de los que salen como pueden, muertas de vergüenza. La lectora empatiza enseguida con la protagonista: todas hemos pasado por momentos de tierra trágame, aunque no con la misma frecuencia que en estas novelas. La exageración está muy presente en estas obras, tanto por la cantidad de problemas a los que tienen que hacer frente al mismo tiempo, como por la actitud de las protagonistas, que reaccionan a todo de forma desproporcionada e histérica.
Pese a tener la vida bastante resuelta y no cargar con traumas a sus espaldas, las protagonistas de estas novelas tienen unos problemas de confianza enormes que solo pueden resolverse con la validación por parte de un hombre. No hay novelas chick lit con mujeres satisfechas con sus parejas (de nuevo, se aceptan recomendaciones), sino que suelen ser mujeres solteras que buscan a su príncipe azul o que tienen una relación tóxica de la que solo se ven capaces de escapar si encuentran un mejor partido.
Tengo tu número, de Sophie Kinsella
Poppy se corresponde a la perfección con la descripción de más arriba: es una joven en la treintena que trabaja de fisioterapeuta y que tiene un par de amigas (aunque para amigas así, más vale no tenerlas). Hace un mes conoció en su consulta a un profesor universitario y la boda es en diez días. En sus propias palabras:
¡Voy a casarme! Yo, Poppy Wyatt. Con un profesor universitario alto y guapo que ha escrito un libro y hasta ha salido por la tele. Hace solo seis meses, mi vida amorosa era un completo desastre. Llevaba un año sin ninguna novedad significativa y estaba planteándome de mala gana si debería darle a aquel tipo de match.com, el de la halitosis, una segunda oportunidad… ¡y ahora solo faltan diez días para mi boda!
La encontraré. Cueste lo que cueste. Detectives, policía, la Interpol… ya me imagino en la sala del juicio, señalando el anillo dentro de una de esas bolsas de plástico donde se guardan las pruebas, mientras una mujer de mediana edad, presumiendo de moreno de la Costa del Sol, donde ha estado escondida todo este tiempo, me lanza una mirada asesina desde el banquillo de los acusados.
Perspectiva, solo necesito un poco de perspectiva. No es un terremoto ni un loco con un rifle ni una fuga radiactiva, ¿no? En la escala de desastres, no es de primera magnitud. Repito, no es un desastre de primera magnitud… Supongo que algún día recordaré este momento, me reiré y pensaré: «Ja, ja, ja. ¡Qué tonta fui por angustiarme de esa manera…!».Déjalo, Poppy. No te esfuerces. No me hace ninguna gracia y, de hecho, hasta me estoy mareando. Aquí estoy, recorriéndome a tientas todo el salón de baile del hotel, con el corazón desbocado, registrándolo de arriba abajo y buscando inútilmente en la moqueta con el estampado azul, por detrás de las sillas doradas de banquete, debajo de las servilletas de papel tiradas por el suelo, en los lugares donde sé que es imposible que esté.Lo he perdido. La única cosa en el mundo que se suponía que no podía perder. Mi anillo de compromiso.
Perspectiva, solo necesito un poco de perspectiva. En la escala de desastres, no es de primera magnitud. Supongo que algún día recordaré este momento y me reiré, pero ahora mismo no me hace ninguna gracia. Aquí estoy, recorriendo el salón de baile del hotel, con el corazón desbocado, registrándolo todo de arriba abajo y buscando en los lugares donde sé que es imposible que esté. ¿Cómo puedo ser tan torpe como para perder mi anillo de compromiso? [texto editado]
Pues claro que he mirado en el lavabo. He buscado en todos y cada uno de los cubículos, de rodillas incluso. Y luego en los lavamanos. Dos veces. Y luego he intentado convencer al recepcionista para que lo cerrase y mandase examinar todas las tuberías, pero se ha negado. Ha dicho que sería distinto si yo supiera con certeza que lo había perdido ahí dentro, y que estaba seguro de que la policía estaría de acuerdo con él, y que si hacía el favor de apartarme del mostrador, que había gente esperando.Policía. ¡Bah! Creía que en cuanto los llamase, vendrían a todo correr con sus coches patrulla y sus sirenas, y no que me dirían que me pasase por la comisaría a presentar una denuncia.
—¿Señorita? —Una señora de la limpieza con el pelo gris intenta rodearme con un aspirador y yo doy un respingo, horrorizada. ¿Es que ya van a pasar el aspirador? ¿Y si se lo traga ese cacharro? [Chica, llevas horas buscando y tienen que limpiar, es su trabajo]—Oye, bonita, que estoy intentando limpiar. —La mujer de la limpieza me quita las servilletas de las manos—. Mira qué jaleo estás armando… ¡Lo estás poniendo todo perdido! [El cliente es lo primero. ¿Qué señora de la limpieza regaña y trata con tan poco respeto a un cliente?]—Lo sé, lo sé. Lo siento. —Me agacho para recoger los moldes de papel de las cupcakes que he tirado al suelo—. Pero es que no lo entiende, si no encuentro ese anillo, estoy muerta.Me dan ganas de coger la bolsa de la basura y realizar un examen forense del contenido con unas pinzas. Me dan ganas de rodear la totalidad del salón con cinta policial amarilla y declararlo una escena del crimen. [Si tuviera las herramientas a mano, lo haría. No es broma]. Tiene que estar aquí, tiene que estar…A menos que se lo haya llevado alguien. Esa es la única otra posibilidad que se me ocurre. Una de mis amigas se lo ha probado, aún lo lleva en el dedo y, por lo que sea, no se ha dado cuenta. A lo mejor se ha caído accidentalmente en el interior de un bolso… quizá se ha colado en un bolsillo… se ha quedado prendado en los hilos de algún jersey… las posibilidades que barajo en mi cabeza cada vez son más y más rocambolescas, pero no puedo dejar de pensar en ellas.
Yo no estoy escuchándole, sino que estoy echándome a temblar. Nunca había sentido tanta angustia ni tanto pánico. [¿Ni siquiera hace un rato cuando has perdido el anillo?] ¿Y ahora qué hago yo sin mi teléfono? ¿Cómo funciono? Mis manos no dejan de irse derechas al bolsillo donde suelo guardar mi móvil, en un reflejo automático. Mi instinto quiere que le mande un mensaje de texto a alguien: «¡Diossss: he perdido el móvil!», pero ¿cómo puedo hacer eso sin un puto móvil?Mi móvil es mi gente. Son mis amigos. Es mi familia. Es mi trabajo. Es mi mundo. Lo es absolutamente todo. Me siento como si alguien me hubiese desconectado de todas las máquinas de soporte vital.Ahora que ya me he calmado un poco, empiezan a asaltarme pensamientos homicidas. ¿Se da cuenta ese tipo de la sudadera de que me ha destrozado la vida? ¿Se da cuenta de lo vital que es un móvil? Es lo peor que puede robarse. Lo peor [Se me ocurren muchas cosas peores, la verdad].
A estas alturas ya tengo elaborada una teoría francamente buena, hasta podría ser Poirot. Este es el móvil de Violet Russell y lo ha tirado a la basura, porque… bueno, por la razón que sea. [Aquí podéis como la inteligencia de Poppy sigue brillando por su ausencia. El móvil venía junto a una tarjeta identificativa. No ha deducido nada.]
A medida que voy desplazándome por los mensajes voy sintiéndome cada vez más incómoda. Nunca había tenido tanto acceso al teléfono de alguien, ni al de mis amigas, ni siquiera al de Magnus. Hay cosas que no quieres compartir con nadie. Vamos, que Magnus ha visto hasta el último centímetro de mi cuerpo, incluidas las zonas más desastrosas, pero nunca le dejaría acercarse a mi móvil, eso jamás. Los mensajes de Sam se mezclan desordenadamente con los míos, lo cual también es una sensación muy rara. Veo que hay un par de mensajes para mí, luego seis para Sam y luego otro para mí. Todos pegaditos los unos a los otros, tocándose. Nunca había compartido una bandeja de entrada con nadie. No esperaba que fuera algo tan… íntimo. Es como si de pronto compartiéramos el cajón de la ropa interior o algo así. [Compartir bandeja de entrada con alguien es "íntimo" y muestra la confianza entre ambos. En fin, hay fetiches para todo.]
No me resisto a la tentación de escribir «Willow» en la función de búsqueda del aparato y aparecen una serie entera de e-mails. Hay uno de ayer mismo, con el título «¿Tú quieres joder conmigo o lo que quieres es JODERME, Sam? ¿¿¿O ES QUE NO TE DECIDES???» y me entra otro ataque de risa. Ay, ay, ay… Seguro que tienen una de esas relaciones con altibajos todo el tiempo, como en una montaña rusa. A lo mejor se tiran cosas a la cabeza y se insultan y se gritan y luego acaban haciéndolo apasionadamente en la cocina… [Como veis, mira sin permiso mensajes muy personales de Sam. Y no solo eso, el fragmento en negrita me parece una idea muy tóxica sobre las relaciones.]
Acaba de enviarte un mensaje alguien que se llama Willow, por cierto —añado, con toda naturalidad—. Ahora mismo te lo reenvío. Lleva un adjunto que parecía muy importante, pero, como es lógico, yo no lo he mirado, para nada. Ni lo he leído ni nada que se le parezca. [Si alguien mencionara que no sabe mentir, lo podría aceptar, pero esta ineptitud me parece de niño de cinco años.]
Mi peor momento de todos: cuando estábamos viendo el concurso University Challenge todos juntos en la sala de estar, cuando tocó un tema sobre huesos. ¡Mi especialidad! ¡Eso lo había estudiado! ¡Me sé todos los nombres en latín y esa clase de cosas! Pero cuando estaba tomando aliento para responder a la primera pregunta, Antony ya había dado la respuesta correcta. Fui más rápida la siguiente vez… pero se me adelantó de todos modos. A partir de ahí, todo fue como una carrera, y ganó él. Luego, al final, me miró y preguntó: «¿Es que no enseñan anatomía en la facultad de fisioterapia, Poppy?», y creí que me iba a morir de vergüenza.
—¡La fi-an-cée! [La gente no va por ahí hablando otros idiomas solo para presumir.]—Pronuncia la palabra con una delicadeza que raya en el ridículo—. La prometida…—La novia afianzada… —Apostilla Antony, levantándose de su asiento en la mesa. Lleva la misma chaqueta de tweed que luce en la contracubierta de su libro [recordemos que ha escrito un libro] y me examina con la misma mirada penetrante y desagradable—. «El oriol se casa con su amada pintoja, el lirio es el novio de la abeja…». [Esto no viene a cuento de nada, estoy tan perdida como Poppy.] ¿Otro para tu colección [porque hacen esto frecuentemente], querida? —le pregunta a Wanda.—¡Exacto! Necesito un bolígrafo. ¿Dónde hay un bolígrafo? —Wanda se pone a rebuscar entre los papeles que ya se desbordan de la encimera—. Y pensar en todo el daño que se le ha hecho a la causa feminista por culpa de un antropomorfismo ridículo y ocioso. [¿Podríais introducir el tema y explicar de qué estáis hablando?] «Se casa con su amada pintoja». ¿A ti qué te parece, Poppy? [¿Qué le va a parecer? La conocen, saben que no tiene ni idea, ¿para qué dejarla mal?] —Se dirige a mí y sonrío con cara de circunstancias.No sé de qué narices están hablando, no tengo ni idea [ídem]. ¿Por qué no pueden decir «Hola, ¿cómo estás?» como la gente normal? [Efectivamente, esta conversación es lo primero que pasa al reencontrarse con sus suegros después de varios meses. ¿Por qué actúan tan raro? Porque le interesa a la historia.]—Sí, ¿tú qué opinas de la respuesta cultural al antropomorfismo? Desde la perspectiva de una mujer joven.Se me encoge el estómago al advertir que Antony me está mirando otra vez. Madre de Dios… ¿Me habla a mí? ¿Antropo qué? [No es una palabra tan rara.]Siento que si me pusiera sus preguntas por escrito y luego me diera cinco minutos para repasármelas (y con un diccionario), entonces tendría un mínimo de posibilidades de que se me ocurriera una respuesta inteligente. Porque, en fin, yo he ido a la universidad. He presentado trabajos con palabras largas en ellos, e incluso una tesina. Mi profesora de lengua me llegó a decir una vez que tenía una «mente ávida». [En este párrafo, en lugar de parecer que los otros son superiores, Poppy parece tonta.]
—Por supuesto, el humor es una forma de expresión que, sin duda, hay que tener en cuenta en la narrativa cultural —dice Wanda un tanto vacilante—. Creo que Jacob C. Goodson hizo un estudio interesante sobre eso en «Por qué bromean los humanos».—A mí me parece que era «¿Bromean los humanos?» —la corrige Antony—. Sin duda, su tesis era…Ya están otra vez. Respiro hondo, con las mejillas aún encendidas. No puedo con esto, me supera. Quiero que alguien pregunte por las vacaciones, o por la serie EastEnders, o cualquier otra cosa menos esto.Porque, a ver, yo quiero a Magnus y todo eso, pero llevo aquí cinco minutos y ya me va a dar un ataque de nervios. ¿Cómo voy a sobrevivir a las Navidades todos los años? ¿Y si nuestros hijos salen todos superdotados y no entiendo lo que dicen y me miran por encima del hombro porque no tengo un doctorado?
No quiero que se me malinterprete, yo me considero una persona bastante inteligente. Sí, hombre, para ser una persona normal que ha ido a la escuela y luego a la universidad y ha encontrado trabajo y todo eso, pero ellos no son personas normales, están en otro nivel, muy por encima de la gente normal. Tienen unos supercerebros. Son la versión académica de Los Increíbles [13]. Yo solo he estado con sus padres unas pocas veces, cuando volaban a Londres para que Antony diera alguna conferencia importante, pero con eso ya tuve bastante para darme cuenta. Mientras Antony daba una charla sobre teoría política, Wanda presentaba un artículo sobre el judaísmo feminista a un grupo de expertos, y luego los dos aparecían nada menos que en The Culture Show, adoptando posturas opuestas sobre un documental acerca de la influencia del Renacimiento [14].
[13] Me pregunto si tomarán suplementos de omega 3. Tengo que acordarme de preguntárselo.
[14] Sí, ya lo sé. Yo los escuchaba con mucha atención y ni aun así conseguía discernir en qué puntos no estaban de acuerdo. Me parece que el presentador tampoco se enteraba mucho, la verdad.
—¿Qué mensaje? Ah… —De pronto, caigo en la cuenta—. Pues claro. Es que he perdido el móvil. Ahora tengo un número nuevo. Espera, que te lo doy.—¿Que has perdido el móvil? —Magnus me mira extrañado—. ¿Qué ha pasado?—¡Nada! —exclamo alegremente—. Solo que… lo he perdido y he tenido que buscarme uno nuevo. No pasa nada. No es ninguna tragedia.
¡Genial! ¡¡¡Me muero de ganas de ver a tus padres!!! ¡¡¡Qué bien!!!! PD: ¿Antes podría verte fuera un momento a solas? Tengo que comentarte una cosita. Es una cosita de nada, algo insignificante. Bssss.
Y no son libros con nudo, trama y desenlace, por cierto. Son libros con notas al pie. Libros sobre temas concretos, como historia, antropología y relativismo cultural en Turkmenistán. [¡Cuidado! ¡Escriben libros serios para gente inteligente! No libros de narrativa, como lo que lee la gente corriente e inculta. Este comentario es de Poppy sobre la familia de su prometido (y sobre su prometido).]
Se ha especializado en Simbolismo Cultural. Me leí en diagonal su libro [si alguien te gusta, te lo lees entero y si no lo entiendes, lo admites y le preguntas cosas], La filosofía del simbolismo, después de nuestra segunda cita y luego fingí que me lo había leído hacía siglos [para qué vamos a empezar una relación siendo sinceros], casualmente, por placer (cosa que, para ser sincera, no se creyó ni por un minuto). Total, el caso es que me lo leí, y lo que más me impresionó es que estaba totalmente plagado de notas al pie. Ahora me chiflan. ¿A que son superútiles? Solo tienes que meterlas donde te parezca y ya está: automáticamente te conviertes en una persona lista.
Annalise se hizo fan de la Maratón de Londres hace unos años, cuando estaba viéndola por la tele y se dio cuenta de que estaba hasta arriba de cuarentones atléticos y motivados que seguramente estaban solteros porque lo único que hacían era salir a correr, y sí, bueno, los cuarentones eran un poco mayores, pero ¿y el pedazo de sueldo que debían de ganar cada mes? Así que lleva ofreciéndose voluntaria como fisioterapeuta de urgencia todos los años. Se va directamente a los más atractivos y les da masajes en los gemelos o lo que sea mientras les clava esos ojazos azules y les dice que ella también ha apoyado siempre esa organización benéfica.
Ya sé que a algunas novias lo que más ilusión les hace es la música o las flores, pero a mí lo que más me emociona son los votos: «En lo bueno y en lo malo… En la riqueza y en la pobreza… Y además te doy mi palabra…». Toda mi vida he oído estas palabras mágicas, en las bodas familiares, en las escenas de las películas, hasta en los enlaces reales. Las mismas palabras, una y otra vez, como poemas transmitidos de generación en generación a lo largo de los siglos. Y ahora vamos a decírnoslas el uno al otro. Se me estremece todo el cuerpo de la emoción.
Magnus y Felix dijeron que iban a limpiarla esta tarde, pero la cocina parece un campo de batalla. La mesa está llena de cajas de comida para llevar y hay una pila de libros encima de la plancha-asadora e incluso uno dentro de una cazuela.—Vuestros padres regresan mañana. ¿No deberíamos hacer algo?Magnus se queda impertérrito.—A ellos les va a dar igual.Está muy bien que diga eso, pero yo soy la (casi) nuera que ha estado viviendo aquí y que cargará con todas las culpas.
Percibo un olor agrio en el aire y me doy cuenta de que la salsa boloñesa se está quemando. Wanda está ahí como un pasmarote, al lado de los fogones, hablando sin parar de Aristóteles, sin darse cuenta siquiera. Le quito la cuchara de madera de la mano con cuidado y empiezo a remover. Gracias a Dios, no hay que ser un premio Nobel para hacer eso.
En este fragmento pasa lo mismo. De nuevo, tenemos otro ejemplo de los estereotipos asociados a los académicos (Wanda está tan enfrascada hablando de temas intelectuales que está completamente disociada de la realidad), al mismo tiempo que se perpetúan roles de género: Wanda, una mujer, es quien está cocinando, pero como está despistada, es la protagonista, otra mujer, quien termina encargándose de preparar la comida.
Desastre total. Una auténtica catástrofe. Resulta que no venden guantes en abril. Los únicos que pude encontrar estaban en la sección de saldos de Accessorize. Viejos artículos de Navidad, y solo estaban disponibles en la talla S. No me puedo creer que esté planeando en serio darles la bienvenida a mis futuros suegros con unos guantes de lana rojos con renos que me quedan demasiado justos. Y con borlas, además. Pero no tengo elección. Es eso o entrar a mano descubierta.¿Debería echar a correr escaleras arriba a ver si encuentro una cerilla? ¿Y un poco de agua hirviendo? Para ser sincera, creo que preferiría el dolor insoportable a tener que confesar la verdad…
Lo que de verdad quiere [Annalise] es un tipo que parezca recién salido de un anuncio de Gillette, con un sueldazo y/o un título. Preferiblemente ambas cosas. Creo que por eso está tan enfadada por haber perdido a Magnus, puesto que tiene el título de «Doctor». Una vez me preguntó si sería catedrático algún día y yo le dije que seguramente sí, y se puso verde de envidia.
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Hola Laura, a mí me gustó mucho La sombra del viento, un abrazo
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