miércoles, 5 de febrero de 2025

No reseña: Tengo tu número, de Sophie Kinsella

Introducción 

No hay muchas "no-reseñas" en el blog: pocas veces me apetece hablar largo y tendido de un libro que he abandonado (tengo una de La sombra del viento y otra de El bebedor de lágrimas). Sí que me apetecía mencionar brevemente las razones que me hacían dejar los libros y de ahí surgió la sección "Libros abandonados". Cuando hago una reseña negativa, quiero poder hablar con propiedad del libro, por lo que me esfuerzo en leerlo de principio a fin. Es lo que intenté hacer con Tengo tu número, de Sophie Kinsella: me forcé a seguir leyendo para poder comentarlo, aunque a la página 100 tuve que tirar la toalla.

Podría haberme limitado a mencionar de pasada mi disgusto en la sección "Libros abandonados", pero me sentía tan irritada que necesitaba desfogarme, compartir mis impresiones y hacer una reflexión sobre lo dañinas que me parecen las novelas chick lit. Por supuesto que es un género entretenido que puedes disfrutar si no te importa apartar la mirada crítica; el problema es que los mensajes negativos que transmiten estas novelas se interiorizan inconscientemente, en especial si solo lees este tipo de obras.

Aviso desde ya que no he terminado el libro y que mi opinión está limitada por ello. En esta entrada voy a destripar la obra (he leído las primeras cien páginas y he hojeado el resto hasta el final) y citaré algunos fragmentos para justificar mis argumentos. Esta no es el primer libro que he leído del género y no es peor ni mejor que muchos otros. Sin embargo, considero que, por sus características, los representa, y que me puede resultar útil para ejemplificar los puntos que quiero tratar. Por supuesto, el debate es bienvenido: podéis rebatir mis argumentos, criticar todo lo que no compartáis y comentar cualquier cosa relacionada con la entrada en los comentarios. No solo eso: os invito a recomendarme obras del género (la esperanza es lo último que se pierde) que no tengan ninguno de los problemas que describiré a continuación.

La novela chick lit

La novela chick lit tiene cierto mérito: en una época en la que los personajes femeninos solo cumplían el papel de mujer florero, reivindicó que las mujeres, pese a seguir supeditadas emocionalmente a los hombres, tenían habilidades útiles fuera del hogar, podían ser independientes económicamente y apoyarse las unas a las otras. No está nada mal para empezar. Mi problema es que las obras del género que se publican actualmente siguen defendiendo los mismos valores que las de hace cuarenta años. Es como si nos hubiéramos quedado estancadas en la primera ola feminista, en la que se defendía el derecho al divorcio, y no haber avanzado hasta la segunda, en la que se defendía el derecho al aborto.

Este tipo de obras están protagonizadas por mujeres (¿conocéis alguna protagonizada por hombres o dirigida a un público masculino?) en la treintena, con un trabajo que no las apasiona, pero que les permite ir tirando, y un par de amigas que las apoyan (nunca de la mejor manera). Son mujeres con las que muchas podemos identificarnos: sencillas, tímidas, algo patéticas, ingenuas, confiadas y buenas con todo el mundo. Vemos su día a día, muy similar al nuestro, en el que no paran de tropezar con obstáculos cotidianos que se van encadenando uno detrás de otro, en los que meten la pata y de los que salen como pueden, muertas de vergüenza. La lectora empatiza enseguida con la protagonista: todas hemos pasado por momentos de tierra trágame, aunque no con la misma frecuencia que en estas novelas. La exageración está muy presente en estas obras, tanto por la cantidad de problemas a los que tienen que hacer frente al mismo tiempo, como por la actitud de las protagonistas, que reaccionan a todo de forma desproporcionada e histérica.

Pese a tener la vida bastante resuelta y no cargar con traumas a sus espaldas, las protagonistas de estas novelas tienen unos problemas de confianza enormes que solo pueden resolverse con la validación por parte de un hombre. No hay novelas chick lit con mujeres satisfechas con sus parejas (de nuevo, se aceptan recomendaciones), sino que suelen ser mujeres solteras que buscan a su príncipe azul o que tienen una relación tóxica de la que solo se ven capaces de escapar si encuentran un mejor partido.

Tengo tu número, de Sophie Kinsella

Poppy se corresponde a la perfección con la descripción de más arriba: es una joven en la treintena que trabaja de fisioterapeuta y que tiene un par de amigas (aunque para amigas así, más vale no tenerlas). Hace un mes conoció en su consulta a un profesor universitario y la boda es en diez días. En sus propias palabras:

¡Voy a casarme! Yo, Poppy Wyatt. Con un profesor universitario alto y guapo que ha escrito un libro y hasta ha salido por la tele. Hace solo seis meses, mi vida amorosa era un completo desastre. Llevaba un año sin ninguna novedad significativa y estaba planteándome de mala gana si debería darle a aquel tipo de match.com, el de la halitosis, una segunda oportunidad… ¡y ahora solo faltan diez días para mi boda!

Sin necesidad de hablar aún de la relación de estos dos, ya empezamos mal. No hay ningún debate moral respecto a liarse con un paciente, más allá de una crítica en broma por parte de la jefa, pero eso es lo de menos. Lo que más me molesta es que se muestra como algo positivo que conozcas a alguien y te cases con esa persona al poco de conocerla. Y no es solo casarte: no creo que debas siquiera salir con alguien a quien no conoces bien, ya que después de un tiempo, resultará que esa persona no es como pensabas y entonces será mucho más doloroso dar marcha atrás. Claro que puedes sentirte atraída por alguien nada más verle, sin embargo, antes de atarte emocionalmente debes conocer bien al otro. No salgas (ni te cases ni mucho menos tengas hijos) con alguien con quien discutes frecuentemente (por mucho que después os reconciliéis) y con quien no tienes nada de lo que hablar, pese a la atracción. 

En fin, la novela empieza con Poppy en un brunch pijo junto a sus mejores amigas, que quieren felicitarla por la boda. Cuando suena la alarma de incendios, Poppy pierde su anillo de compromiso en la avalancha de gente. Le cuenta lo sucedido a sus amigas, que le desean mucha suerte y se marchan del lugar. Viva la amistad. Es verdad que cuando les pregunta, todas intentan recordar dónde lo vieron por última vez, pero solo responden con evasivas. Durante la novela a veces le preguntan a ver si hay noticias del anillo; pese a ello, en ningún momento ofrecen un apoyo sincero y yo no les perdonaría que me dejaran en la estacada en una situación así. Desde el principio, estaba convencida de que el anillo lo tendría una de ellas (pese a las sonrisas y bromas, la mayoría sienten envidia) y efectivamente, así es. Os lo comentaré más adelante, porque al menos hay cierta sororidad en la revelación.

El caso es que Poppy empieza a buscar desesperadamente el anillo, y cuando os digo que un poco más y llama al FBI, no bromeo. Esta es la reacción de Poppy cuando se entera de que una de las mujeres de la limpieza, que días después está de vacaciones, puede que sepa algo del anillo:
La encontraré. Cueste lo que cueste. Detectives, policía, la Interpol… ya me imagino en la sala del juicio, señalando el anillo dentro de una de esas bolsas de plástico donde se guardan las pruebas, mientras una mujer de mediana edad, presumiendo de moreno de la Costa del Sol, donde ha estado escondida todo este tiempo, me lanza una mirada asesina desde el banquillo de los acusados.
Podría ser gracioso si no lo estuviera pensando seriamente. Repito: no es una broma. La novela está narrada en primera persona, así que vemos los pensamientos de Poppy constantemente, y en ningún momento se pone seria y nos da a entender que esos pensamientos son una válvula para, con el humor, evadirse de la realidad. Por supuesto que en el mundo hay gente que es una drama queen, pero Poppy está en otro nivel. Para muestra, un botón: así empieza la novela.
Perspectiva, solo necesito un poco de perspectiva. No es un terremoto ni un loco con un rifle ni una fuga radiactiva, ¿no? En la escala de desastres, no es de primera magnitud. Repito, no es un desastre de primera magnitud… Supongo que algún día recordaré este momento, me reiré y pensaré: «Ja, ja, ja. ¡Qué tonta fui por angustiarme de esa manera…!».
Déjalo, Poppy. No te esfuerces. No me hace ninguna gracia y, de hecho, hasta me estoy mareando. Aquí estoy, recorriéndome a tientas todo el salón de baile del hotel, con el corazón desbocado, registrándolo de arriba abajo y buscando inútilmente en la moqueta con el estampado azul, por detrás de las sillas doradas de banquete, debajo de las servilletas de papel tiradas por el suelo, en los lugares donde sé que es imposible que esté.
Lo he perdido. La única cosa en el mundo que se suponía que no podía perder. Mi anillo de compromiso.
Ese es el tono general de la novela. Y yo, tonta de mí, seguí leyendo. No es que no sea creíble que alguien reaccione de esta manera; sin embargo, las repeticiones y que el personaje alargue tanto sus comentarios es lo que hace que pierda credibilidad. La gente no piensa así, y menos cuando estás buscando algo desesperadamente. Si el texto fuese el siguiente, me parecería mucho más creíble.
Perspectiva, solo necesito un poco de perspectiva. En la escala de desastres, no es de primera magnitud. Supongo que algún día recordaré este momento y me reiré, pero ahora mismo no me hace ninguna gracia. Aquí estoy, recorriendo el salón de baile del hotel, con el corazón desbocado, registrándolo todo de arriba abajo y buscando en los lugares donde sé que es imposible que esté. ¿Cómo puedo ser tan torpe como para perder mi anillo de compromiso? [texto editado]
La escena de la búsqueda desesperada de la protagonista dura páginas y páginas. Fijaos en las reacciones desproporcionadas que he marcado a continuación en negrita en los dos fragmentos siguientes. Para que veáis que es algo constante:
Pues claro que he mirado en el lavabo. He buscado en todos y cada uno de los cubículos, de rodillas incluso. Y luego en los lavamanos. Dos veces. Y luego he intentado convencer al recepcionista para que lo cerrase y mandase examinar todas las tuberías, pero se ha negado. Ha dicho que sería distinto si yo supiera con certeza que lo había perdido ahí dentro, y que estaba seguro de que la policía estaría de acuerdo con él, y que si hacía el favor de apartarme del mostrador, que había gente esperando.
Policía. ¡Bah! Creía que en cuanto los llamase, vendrían a todo correr con sus coches patrulla y sus sirenas, y no que me dirían que me pasase por la comisaría a presentar una denuncia.
—¿Señorita? —Una señora de la limpieza con el pelo gris intenta rodearme con un aspirador y yo doy un respingo, horrorizada. ¿Es que ya van a pasar el aspirador? ¿Y si se lo traga ese cacharro? [Chica, llevas horas buscando y tienen que limpiar, es su trabajo]
Oye, bonita, que estoy intentando limpiar. —La mujer de la limpieza me quita las servilletas de las manos—. Mira qué jaleo estás armando… ¡Lo estás poniendo todo perdido! [El cliente es lo primero. ¿Qué señora de la limpieza regaña y trata con tan poco respeto a un cliente?]
—Lo sé, lo sé. Lo siento. —Me agacho para recoger los moldes de papel de las cupcakes que he tirado al suelo—. Pero es que no lo entiende, si no encuentro ese anillo, estoy muerta.
Me dan ganas de coger la bolsa de la basura y realizar un examen forense del contenido con unas pinzas. Me dan ganas de rodear la totalidad del salón con cinta policial amarilla y declararlo una escena del crimen. [Si tuviera las herramientas a mano, lo haría. No es broma]. Tiene que estar aquí, tiene que estar…
A menos que se lo haya llevado alguien. Esa es la única otra posibilidad que se me ocurre. Una de mis amigas se lo ha probado, aún lo lleva en el dedo y, por lo que sea, no se ha dado cuenta. A lo mejor se ha caído accidentalmente en el interior de un bolso… quizá se ha colado en un bolsillo… se ha quedado prendado en los hilos de algún jersey… las posibilidades que barajo en mi cabeza cada vez son más y más rocambolescas, pero no puedo dejar de pensar en ellas.
El último párrafo no lo he añadido como muestra de la exageración, sino de la ingenuidad de la protagonista. ¿Por qué en ningún momento se plantea que alguien (sus amigas o un desconocido) lo haya robado conscientemente? Hay gente ingenua, pero no tanto. Y que nadie critique a la protagonista por esta actitud o lo haga notar como algo extraño, da a entender que todas las mujeres son así. 

Sigamos con la trama. Como las desgracias nunca vienen solas, entonces, mientras está buscando cobertura con el móvil, justo cuando una amiga le iba a contar dónde creía que estaba el anillo (curiosamente, nunca se vuelve a esto ni le vuelve a preguntar a su amiga), se lo roban. Que sí, que nos pueden pasar dos desgracias juntas, la vida es así; el problema es cuando las casualidades empiezan a amontonarse una detrás de otra, que es lo que pasa aquí.

Poppy ha perdido el móvil y eso es el fin del mundo. En parte, puedo entenderlo: a mí me dolería mucho perder todas las fotos y conversaciones que guardo ahí, así como los números de teléfono; el caso es que, para Poppy, el drama es que si alguien llama para informar sobre su anillo, no podrá responder. No es que fuese un móvil caro y, aunque dice que guarda toda su vida ahí, en la época de la novela no había WhatsApp (se comunica con la gente por correo electrónico, así que no ha perdido nada) y no lamenta haber perdido fotos ni números de teléfono. Para que veáis su reacción exagerada en estos dos fragmentos:
Yo no estoy escuchándole, sino que estoy echándome a temblar. Nunca había sentido tanta angustia ni tanto pánico. [¿Ni siquiera hace un rato cuando has perdido el anillo?] ¿Y ahora qué hago yo sin mi teléfono? ¿Cómo funciono? Mis manos no dejan de irse derechas al bolsillo donde suelo guardar mi móvil, en un reflejo automático. Mi instinto quiere que le mande un mensaje de texto a alguien: «¡Diossss: he perdido el móvil!», pero ¿cómo puedo hacer eso sin un puto móvil?
Mi móvil es mi gente. Son mis amigos. Es mi familia. Es mi trabajo. Es mi mundo. Lo es absolutamente todo. Me siento como si alguien me hubiese desconectado de todas las máquinas de soporte vital.

Ahora que ya me he calmado un poco, empiezan a asaltarme pensamientos homicidas. ¿Se da cuenta ese tipo de la sudadera de que me ha destrozado la vida? ¿Se da cuenta de lo vital que es un móvil? Es lo peor que puede robarse. Lo peor [Se me ocurren muchas cosas peores, la verdad]. 

Entonces, casualmente (¿veis lo que os decía de las casualidades?), encuentra un móvil de otra persona y decide quedárselo y dar su nuevo número a todo el mundo, en lugar de comprar otro nuevo. La novela es de 2012: de verdad que en aquella época un móvil desechable no era tan caro. 

A estas alturas ya tengo elaborada una teoría francamente buena, hasta podría ser Poirot. Este es el móvil de Violet Russell y lo ha tirado a la basura, porque… bueno, por la razón que sea. [Aquí podéis como la inteligencia de Poppy sigue brillando por su ausencia. El móvil venía junto a una tarjeta identificativa. No ha deducido nada.]

A continuación voy a saltarme toda una escena en la que Poppy hace de telegrama cantante (no había oído esto en la vida) y dedica una versión de All the single ladies a un grupo de empresarios japoneses, con la letra modificada para cantarla solo con el nombre del ejecutivo principal. Os prometo que con contexto no mejora mucho. Esto la lleva a conocer a Sam (quien le ha pedido que entretenga a los japoneses un rato como sea), el jefe de la anterior propietaria del móvil que acaba de encontrar. A partir de aquí, empieza la amistad entre ambos, donde Poppy, además de seguir con su trabajo como fisioterapeuta, realiza parte de las funciones de secretaria, y reenvía los mensajes a Sam. Unos mensajes privados y personales que POR SUPUESTO que no lee sin su consentimiento. En ningún momento se critica que la protagonista invada la privacidad de Sam; al contrario, se la felicita por ello, ya que le da buenos consejos sobre su relación con los demás y se fija en detalles que el otro no había visto. 
A medida que voy desplazándome por los mensajes voy sintiéndome cada vez más incómoda. Nunca había tenido tanto acceso al teléfono de alguien, ni al de mis amigas, ni siquiera al de Magnus. Hay cosas que no quieres compartir con nadie. Vamos, que Magnus ha visto hasta el último centímetro de mi cuerpo, incluidas las zonas más desastrosas, pero nunca le dejaría acercarse a mi móvil, eso jamás. Los mensajes de Sam se mezclan desordenadamente con los míos, lo cual también es una sensación muy rara. Veo que hay un par de mensajes para mí, luego seis para Sam y luego otro para mí. Todos pegaditos los unos a los otros, tocándose. Nunca había compartido una bandeja de entrada con nadie. No esperaba que fuera algo tan… íntimo. Es como si de pronto compartiéramos el cajón de la ropa interior o algo así. [Compartir bandeja de entrada con alguien es "íntimo" y muestra la confianza entre ambos. En fin, hay fetiches para todo.]
No me resisto a la tentación de escribir «Willow» en la función de búsqueda del aparato y aparecen una serie entera de e-mails. Hay uno de ayer mismo, con el título «¿Tú quieres joder conmigo o lo que quieres es JODERME, Sam? ¿¿¿O ES QUE NO TE DECIDES???» y me entra otro ataque de risa. Ay, ay, ay… Seguro que tienen una de esas relaciones con altibajos todo el tiempo, como en una montaña rusa. A lo mejor se tiran cosas a la cabeza y se insultan y se gritan y luego acaban haciéndolo apasionadamente en la cocina… [Como veis, mira sin permiso mensajes muy personales de Sam. Y no solo eso, el fragmento en negrita me parece una idea muy tóxica sobre las relaciones.]
Acaba de enviarte un mensaje alguien que se llama Willow, por cierto —añado, con toda naturalidad—. Ahora mismo te lo reenvío. Lleva un adjunto que parecía muy importante, pero, como es lógico, yo no lo he mirado, para nada. Ni lo he leído ni nada que se le parezca. [Si alguien mencionara que no sabe mentir, lo podría aceptar, pero esta ineptitud me parece de niño de cinco años.]
La novela podría sostenerse solo con esto, porque además hay toda una trama de corrupción empresarial de la que no he leído nada, pero todo esto convive con la trama del anillo y de la futura boda de Poppy. Y es que mientras empieza a hacer buenas migas con Sam (fijaos: un hombre positivo, que la valora y aprecia, que será el salvavidas cuando la relación tóxica de Poppy se rompa) seguimos con los problemas de Poppy buscando el anillo y relacionándose con sus suegros. Estos son unos sabelotodos repelentes que la menosprecian con cada comentario (su futuro marido nunca la defiende) porque se sienten superiores. No son malos, solo es que están en otro nivel e, involuntariamente, no dejan de recordárselo a Poppy. 

Mi peor momento de todos: cuando estábamos viendo el concurso University Challenge todos juntos en la sala de estar, cuando tocó un tema sobre huesos. ¡Mi especialidad! ¡Eso lo había estudiado! ¡Me sé todos los nombres en latín y esa clase de cosas! Pero cuando estaba tomando aliento para responder a la primera pregunta, Antony ya había dado la respuesta correcta. Fui más rápida la siguiente vez… pero se me adelantó de todos modos. A partir de ahí, todo fue como una carrera, y ganó él. Luego, al final, me miró y preguntó: «¿Es que no enseñan anatomía en la facultad de fisioterapia, Poppy?», y creí que me iba a morir de vergüenza.

Todo esto me ha parecido degradante, no solo por Poppy, que en algunos momentos parece que sufre un retraso mental, sino porque la novela nos muestra que todos los investigadores universitarios son así (los padres no son la excepción, toda la familia se comporta así). Es decir, la obra vende una idea muy equivocada de cómo es este tipo de gente y, ecima, las conversaciones no son creíbles, como si todos los académicos tuvieran la empatía de una piedra. Aquí podéis ver dos ejemplos de ello:
—¡La fi-an-cée! [La gente no va por ahí hablando otros idiomas solo para presumir.]—Pronuncia la palabra con una delicadeza que raya en el ridículo—. La prometida…
—La novia afianzada… —Apostilla Antony, levantándose de su asiento en la mesa. Lleva la misma chaqueta de tweed que luce en la contracubierta de su libro [recordemos que ha escrito un libro] y me examina con la misma mirada penetrante y desagradable—. «El oriol se casa con su amada pintoja, el lirio es el novio de la abeja…». [Esto no viene a cuento de nada, estoy tan perdida como Poppy.] ¿Otro para tu colección [porque hacen esto frecuentemente], querida? —le pregunta a Wanda.
—¡Exacto! Necesito un bolígrafo. ¿Dónde hay un bolígrafo? —Wanda se pone a rebuscar entre los papeles que ya se desbordan de la encimera—. Y pensar en todo el daño que se le ha hecho a la causa feminista por culpa de un antropomorfismo ridículo y ocioso. [¿Podríais introducir el tema y explicar de qué estáis hablando?] «Se casa con su amada pintoja». ¿A ti qué te parece, Poppy? [¿Qué le va a parecer? La conocen, saben que no tiene ni idea, ¿para qué dejarla mal?] —Se dirige a mí y sonrío con cara de circunstancias.
No sé de qué narices están hablando, no tengo ni idea [ídem]. ¿Por qué no pueden decir «Hola, ¿cómo estás?» como la gente normal? [Efectivamente, esta conversación es lo primero que pasa al reencontrarse con sus suegros después de varios meses. ¿Por qué actúan tan raro? Porque le interesa a la historia.]
—Sí, ¿tú qué opinas de la respuesta cultural al antropomorfismo? Desde la perspectiva de una mujer joven.
Se me encoge el estómago al advertir que Antony me está mirando otra vez. Madre de Dios… ¿Me habla a mí? ¿Antropo qué? [No es una palabra tan rara.]
Siento que si me pusiera sus preguntas por escrito y luego me diera cinco minutos para repasármelas (y con un diccionario), entonces tendría un mínimo de posibilidades de que se me ocurriera una respuesta inteligente. Porque, en fin, yo he ido a la universidad. He presentado trabajos con palabras largas en ellos, e incluso una tesina. Mi profesora de lengua me llegó a decir una vez que tenía una «mente ávida». [En este párrafo, en lugar de parecer que los otros son superiores, Poppy parece tonta.]

 —Por supuesto, el humor es una forma de expresión que, sin duda, hay que tener en cuenta en la narrativa cultural —dice Wanda un tanto vacilante—. Creo que Jacob C. Goodson hizo un estudio interesante sobre eso en «Por qué bromean los humanos».
—A mí me parece que era «¿Bromean los humanos?» —la corrige Antony—. Sin duda, su tesis era…
Ya están otra vez. Respiro hondo, con las mejillas aún encendidas. No puedo con esto, me supera. Quiero que alguien pregunte por las vacaciones, o por la serie EastEnders, o cualquier otra cosa menos esto.
Porque, a ver, yo quiero a Magnus y todo eso, pero llevo aquí cinco minutos y ya me va a dar un ataque de nervios. ¿Cómo voy a sobrevivir a las Navidades todos los años? ¿Y si nuestros hijos salen todos superdotados y no entiendo lo que dicen y me miran por encima del hombro porque no tengo un doctorado?

Al escribir una novela, tienes que documentarte para que tus personajes sean creíbles y para evitar caer en estereotipos que perpetúen ideas equivocadas. Este retrato de la familia del novio me parece un reflejo del estereotipo que tiene la gente sobre los académicos (personas antisociales, poco empáticas, que menosprecian a los demás, orgullosas, que presumen de conocimientos y que solo saben hablar de temas académicos). Os dejo un par de perlitas más de Poppy sobre la familia de su prometido:
No quiero que se me malinterprete, yo me considero una persona bastante inteligente. Sí, hombre, para ser una persona normal que ha ido a la escuela y luego a la universidad y ha encontrado trabajo y todo eso, pero ellos no son personas normales, están en otro nivel, muy por encima de la gente normal. Tienen unos supercerebros. Son la versión académica de Los Increíbles [13]. Yo solo he estado con sus padres unas pocas veces, cuando volaban a Londres para que Antony diera alguna conferencia importante, pero con eso ya tuve bastante para darme cuenta. Mientras Antony daba una charla sobre teoría política, Wanda presentaba un artículo sobre el judaísmo feminista a un grupo de expertos, y luego los dos aparecían nada menos que en The Culture Show, adoptando posturas opuestas sobre un documental acerca de la influencia del Renacimiento [14].

[13] Me pregunto si tomarán suplementos de omega 3. Tengo que acordarme de preguntárselo.

[14] Sí, ya lo sé. Yo los escuchaba con mucha atención y ni aun así conseguía discernir en qué puntos no estaban de acuerdo. Me parece que el presentador tampoco se enteraba mucho, la verdad.

En cuanto al primer fragmento, en el mundo real, los académicos están especializados en uno o varios temas: no pueden escribir artículos o participar en debates sobre cualquier cosa. En cambio, en la novela se muestra que dominan un montón de campos de conocimiento. En cuanto al segundo fragmento, lo del omega 3, la protagonista lo cree genuinamente. En el último fragmento vemos cómo intenta defenderse y mostrar que los académicos no solo son más inteligentes que ella, sino que el resto del mundo, como el presentador. Absurdo que el moderador de un debate no sepa del tema.

Como os comenté, este género defiende mucho la sororidad entre mujeres. Por eso, al final, pese a que no sea coherente con lo que nos han mostrado, hay una escena (la leí entera) en la que Poppy estalla y recrimina a la madre de su prometido la actitud que tienen con ella. Entonces se nos revela que a la familia le cae muy bien Poppy (cosa que no se ha mostrado en absoluto), que les parece la nuera perfecta, que nunca han pretendido que se sintiera mal y consideran que su hijo no merece a una chica tan buena como ella. Y entonces se reconcilian y ambas comparten su preocupación por cómo el prometido trata a Poppy, apoyándose la una a la otra, pese a sus diferencias. Tan bonito como absurdo.

La relación entre Poppy y su prometido (paso, no recuerdo su nombre) es una relación tóxica sin maltrato: simplemente, no encajan. Para empezar, no hay ningún tipo de confianza: Poppy en ningún momento se plantea contarle lo de que ha perdido el anillo y le cuenta lo de que ha perdido el móvil como algo casual, sin entrar en detalles: 

 —¿Qué mensaje? Ah… —De pronto, caigo en la cuenta—. Pues claro. Es que he perdido el móvil. Ahora tengo un número nuevo. Espera, que te lo doy.
—¿Que has perdido el móvil? —Magnus me mira extrañado—. ¿Qué ha pasado?
—¡Nada! —exclamo alegremente—. Solo que… lo he perdido y he tenido que buscarme uno nuevo. No pasa nada. No es ninguna tragedia.

Sí que ha sido una tragedia, cosa que no le confiesa. Hay tan poca conexión, que él cree que se lleva muy bien con su familia y se traga mensajes como el siguiente:

¡Genial! ¡¡¡Me muero de ganas de ver a tus padres!!! ¡¡¡Qué bien!!!! PD: ¿Antes podría verte fuera un momento a solas? Tengo que comentarte una cosita. Es una cosita de nada, algo insignificante. Bssss.

Poppy no está intentando ser sarcástica, es que miente de pena, y él, pese a su inteligencia, no se da cuenta, y no le pregunta después qué era lo que quería comentarle. A eso hay que sumarle que no tienen nada en común y que Poppy se siente inferior a su lado. Aquí tenéis dos ejemplos:

Y no son libros con nudo, trama y desenlace, por cierto. Son libros con notas al pie. Libros sobre temas concretos, como historia, antropología y relativismo cultural en Turkmenistán. [¡Cuidado! ¡Escriben libros serios para gente inteligente! No libros de narrativa, como lo que lee la gente corriente e inculta. Este comentario es de Poppy sobre la familia de su prometido (y sobre su prometido).]

Se ha especializado en Simbolismo Cultural. Me leí en diagonal su libro [si alguien te gusta, te lo lees entero y si no lo entiendes, lo admites y le preguntas cosas], La filosofía del simbolismo, después de nuestra segunda cita y luego fingí que me lo había leído hacía siglos [para qué vamos a empezar una relación siendo sinceros], casualmente, por placer (cosa que, para ser sincera, no se creyó ni por un minuto). Total, el caso es que me lo leí, y lo que más me impresionó es que estaba totalmente plagado de notas al pie. Ahora me chiflan. ¿A que son superútiles? Solo tienes que meterlas donde te parezca y ya está: automáticamente te conviertes en una persona lista.

No entiendo por qué están juntos estos dos. ¿Qué ha visto el prometido en Poppy? Como se nos desvela al final, quiere casarse con ella solo porque le parece guapa y quiere demostrar a su familia que es capaz de comprometerse con alguien. ¿Qué interés tiene Poppy en él? Que es guapo, listo, de familia rica y tiene un doctorado. Sus amigas tienen una concepción similar del hombre ideal y en ningún momento hay ningún comentario sobre esta idea de las relaciones:

Annalise se hizo fan de la Maratón de Londres hace unos años, cuando estaba viéndola por la tele y se dio cuenta de que estaba hasta arriba de cuarentones atléticos y motivados que seguramente estaban solteros porque lo único que hacían era salir a correr, y sí, bueno, los cuarentones eran un poco mayores, pero ¿y el pedazo de sueldo que debían de ganar cada mes? Así que lleva ofreciéndose voluntaria como fisioterapeuta de urgencia todos los años. Se va directamente a los más atractivos y les da masajes en los gemelos o lo que sea mientras les clava esos ojazos azules y les dice que ella también ha apoyado siempre esa organización benéfica.

Aunque se nos quiera vender la idea de que la protagonista es independiente, no solo toda su trama gira en torno a los hombres (tanto Sam como su prometido), sino que sus aspiraciones e ideales son los que siempre se han asociado a la mujer. Aquí podéis ver lo que opina Poppy del matrimonio:

Ya sé que a algunas novias lo que más ilusión les hace es la música o las flores, pero a mí lo que más me emociona son los votos: «En lo bueno y en lo malo… En la riqueza y en la pobreza… Y además te doy mi palabra…». Toda mi vida he oído estas palabras mágicas, en las bodas familiares, en las escenas de las películas, hasta en los enlaces reales. Las mismas palabras, una y otra vez, como poemas transmitidos de generación en generación a lo largo de los siglos. Y ahora vamos a decírnoslas el uno al otro. Se me estremece todo el cuerpo de la emoción.

¿Por qué le emocionan los votos? Quizás porque se siente insegura y necesita oír a alguien que jure delante de todo el mundo fidelidad absoluta y le demuestre que merece ser querida. Esto lo digo yo, no la novela, donde no hay ninguna reflexión sobre la actitud y la mentalidad de Poppy. Mi problema no es que haya una mujer a la que le emocionen las bodas, mi problema es que, al tener solo el punto de vista y la opinión de Poppy, se nos da a entender que esa es la mayor aspiración de una mujer. Además, aunque la novela intenta desentenderse de ello, sigue perpetuando roles asociados a la mujer:
Magnus y Felix dijeron que iban a limpiarla esta tarde, pero la cocina parece un campo de batalla. La mesa está llena de cajas de comida para llevar y hay una pila de libros encima de la plancha-asadora e incluso uno dentro de una cazuela.
—Vuestros padres regresan mañana. ¿No deberíamos hacer algo?
Magnus se queda impertérrito.
—A ellos les va a dar igual.
Está muy bien que diga eso, pero yo soy la (casi) nuera que ha estado viviendo aquí y que cargará con todas las culpas.
El fragmento empieza bien: los hombres se van a encargar de la limpieza de la casa...  pero no lo hacen y termina haciéndolo ella, porque (ojos en blanco) si la casa está sucia, después le echarán las culpas a ella por no saber mantener la casa, cosa que es tarea de mujeres. Por no mencionar lo absurdo que me parece que tengan un libro dentro de una cazuela (otro estereotipo asociado a los académicos: dejan las cosas en cualquier parte).

Percibo un olor agrio en el aire y me doy cuenta de que la salsa boloñesa se está quemando. Wanda está ahí como un pasmarote, al lado de los fogones, hablando sin parar de Aristóteles, sin darse cuenta siquiera. Le quito la cuchara de madera de la mano con cuidado y empiezo a remover. Gracias a Dios, no hay que ser un premio Nobel para hacer eso.

En este fragmento pasa lo mismo. De nuevo, tenemos otro ejemplo de los estereotipos asociados a los académicos (Wanda está tan enfrascada hablando de temas intelectuales que está completamente disociada de la realidad), al mismo tiempo que se perpetúan roles de género: Wanda, una mujer, es quien está cocinando, pero como está despistada, es la protagonista, otra mujer, quien termina encargándose de preparar la comida.

Decidí decir basta en la escena del reencuentro de Poppy con sus suegros. Fui leyendo, completamente pasmada, incapaz de creerme cómo a cada página el menosprecio y las situaciones vergonzosas por las que pasaba la protagonista eran mayores. Con tal de que no descubran que ha perdido el anillo, llega al extremo de ponerse unos guantes navideños en pleno mes de abril, justificándolo con que se ha quemado la mano, y llega a plantearse seriamente tirarse agua hirviendo de verdad solo para seguir con su mentira:
Desastre total. Una auténtica catástrofe. Resulta que no venden guantes en abril. Los únicos que pude encontrar estaban en la sección de saldos de Accessorize. Viejos artículos de Navidad, y solo estaban disponibles en la talla S. No me puedo creer que esté planeando en serio darles la bienvenida a mis futuros suegros con unos guantes de lana rojos con renos que me quedan demasiado justos. Y con borlas, además. Pero no tengo elección. Es eso o entrar a mano descubierta.

¿Debería echar a correr escaleras arriba a ver si encuentro una cerilla? ¿Y un poco de agua hirviendo? Para ser sincera, creo que preferiría el dolor insoportable a tener que confesar la verdad…

¿De verdad que este es el modelo de mujer independiente que queremos imitar? ¿Una chica insegura, preocupada constantemente por el qué dirán, que se deja pisar por todos y que recibe los guantazos que le da la vida con una sonrisa, porque las mujeres a sufridoras no nos gana nadie? 

El colmo de esta escena es cuando su prometido le dice que le ha dejado un regalo para la noche de bodas en el vestíbulo. Ella lo abre y descubre un conjunto sexy que se pone de inmediato (pese a que es para la noche de bodas y en el comedor están esperando los suegros, a los que ni ha saludado). Al final de la cena sucede la catástrofe: era el cumpleaños de su suegra (algo que a su prometido ni se le había ocurrido mencionar) y el conjunto sexy era un regalo de su suegro a su mujer. El prometido de Poppy en realidad le había regalado ¡¿para la noche de bodas?! una taza que ponía "recién cazados". Entonces, Poppy, avergonzada, se levanta la ropa, enseña el conjunto a toda la familia de su prometido y pregunta a ver si el verdadero regalo era ese. Ahí lo dejé por el bien de mi salud mental.

No hay nada que esté bien en esta escena. Para empezar, la casualidad que da lugar a la confusión. En segundo lugar, la coherencia de que Poppy, en lugar de guardar la ropa, se la ponga. En tercer lugar, que Poppy (siendo una chica tímida) decida enseñar cómo lleva la ropa interior de su suegra, en lugar de, por ejemplo, admitir que se ha equivocado, que ha cogido el regalo sin querer y que lo ha llevado a la habitación. Pero claro, no tendría ninguna gracia: el único propósito de la novela es dejar a Poppy en el peor lugar posible. 

Paso ya a hablaros del final, que me sulfura tanto como esta escena. Por un lado, tenemos lo de la sororidad entre mujeres mal llevada. Como os comentaba antes, tiene unas grandes amigas que la apoyan (o eso dice la protagonista), pero que en realidad sienten envidia, cosa que perpetúa la idea de la rivalidad entre mujeres:
Lo que de verdad quiere [Annalise] es un tipo que parezca recién salido de un anuncio de Gillette, con un sueldazo y/o un título. Preferiblemente ambas cosas. Creo que por eso está tan enfadada por haber perdido a Magnus, puesto que tiene el título de «Doctor». Una vez me preguntó si sería catedrático algún día y yo le dije que seguramente sí, y se puso verde de envidia.
Al final, se entera de que el anillo lo tenía la organizadora de bodas, que en realidad era una exnovia del prometido de Poppy, con el que seguía manteniendo relaciones a sus espaldas (pese a saber cómo es el prometido y tener trabajo, la organizadora de bodas también depende de él, un hombre). Lo positivo, dentro de lo que cabe, es que Poppy no se enfada con ella, que la ha advertido de toda la situación (vamos a obviar que le ha robado el anillo), sino con su prometido, y ambas lo ponen a caldo (sororidad entre mujeres). Cualquiera diría que aquí rompe el compromiso y a otra cosa mariposa, pero no. El novio se disculpa, le dice que en realidad la quiere a ella y que le ha comprado otro anillo mucho más sencillo que le recuerda a ella. Eso ablanda a Poppy y decide seguir con la boda. Ya en el altar, se entera de que lo del anillo era mentira y que se lo había dado la suegra solo para que no le dejara (¿no nos habían dicho que esta señora estaba a favor de Poppy?). Cualquiera diría que eso es motivo más que suficiente para recogerse las faldas e irse, pero Poppy decide mantenerse al pie del cañón y solo en el momento en que su prometido decide saltarse los votos, estalla y le deja. Y como somos incapaces de tratar nada con seriedad, como ya está pagado el banquete, lo celebran de todas formas (con el ahora exprometido incluido) y con Sam que, faltaría más, llega en el último minuto para parar la boda (sin saber que la protagonista, que es MUY independiente, ya la había parado).

Reflexión final

Lo que más me duele (y mira que hay cosas que me han parecido insoportables de esta lectura) es que si la obra se hubiera tratado con seriedad, podría haber sido, como mínimo, buena. Que conste que no tengo nada en contra de la comedia, siempre y cuando su único propósito no sea ridiculizar a la protagonista. Por un momento, imaginad una obra en la que la protagonista se da cuenta poco a poco de lo falsas y tóxicas que son sus amistades y de que en realidad se aferra a ellas porque teme estar sola. En esta novela ficticia, se critica la ingenuidad de la protagonista y el resto de personajes la animan a formarse de verdad (la universidad a la que dice que ha ido debía ser la Universidad de Regalamos Títulos a Precio de Saldo) para evitar parecer ignorante en el futuro. Podría seguir siendo una chica histérica, a la que le hicieran notar que reaccionar de esta manera es perjudicial para ella, ya que le provoca ansiedad. Como colofón, no estaría mal que le abrieran los ojos respecto a su relación tóxica, que lo es no solo porque su prometido no quiere pronunciar los votos, sino porque no defender a tu pareja de las agresiones verbales de otros también es un tipo de maltrato. Al final, la protagonista podría descubrir que, en una relación, lo que importa no es que el otro sea guapo, rico, quiera casarse contigo o que solo te valore (esto último es lo que hace Sam), sino que las relaciones se basan en comprender al otro, en tener su apoyo incondicional y tener tantas cosas en común que puedes quedarte hasta la madrugada hablando con la otra persona. Eso es amor.

Tengo tu número, de Sophie Kinsella me parece que representa todo lo negativo de las novelas chick lit. Considero que en su momento, estas novelas supusieron un avance en la revolución feminista al poner como protagonistas a las mujeres de a pie, mostrando que estas no tienen por qué limitarse a ser amas de casa que esperan pacientes a sus maridos mientras cuidan de los niños, sino que también pueden ser mujeres más independientes que se pueden apoyar las unas a las otras. Además estas novelas contienen un mensaje positivo: levántate, por muchos golpes que te dé la vida. Al mismo tiempo, considero que este género ha quedado anticuado, tanto por los valores como por los mensajes subliminales que transmite: solo puedes sentirte completa con un hombre a tu lado (la única aspiración de la protagonista es tener pareja); solo puedes liberarte de una situación opresiva o de la inseguridad con la ayuda de un hombre (si Sam no estuviera allí, la protagonista se hubiera casado con su prometido tóxico); las otras mujeres pueden ser un apoyo, pero nunca dejarán de ser rivales (las considera sus amigas y a veces se preocupan, pero sienten envidia de su compromiso) y el matrimonio es la máxima aspiración para una mujer. Son novelas que también perpetúan de forma sutil roles de género (en este caso, la mujer es la única que sabe cuidar bien de la casa) y estereotipos (el comportamiento de los académicos), que exageran solo para crear humor, no una crítica. Al mismo tiempo, se usan estos estereotipos para empatizar con las lectoras (el único género literario dirigido exclusivamente a mujeres), ya que las protagonistas son mujeres mundanas como ellas, que cometen fallos como ellas, y para validar comportamientos negativos (por ejemplo, mirar correos electrónicos ajenos o mentir) que solo son malos si se llevan al extremo.

En la novela chick lit, no hay mujeres florero, sino floristas, cuya independencia sigue ligada a sus clientes, en este caso los hombres.

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"Sabes que has leído un buen libro cuando al cerrar la tapa después de haber leído la última página te sientes como si hubieras perdido a un amigo." Paul Sweeney