Soy una lectora bastante contradictoria. Me encantan las novelas basadas en hechos reales o explicadas por las personas que vivieron un determinado suceso, porque la narración es tan real que la ficción se vuelve palpable. Pero no puedo con las biografías ni las autobiografías, me parecen soporíferas. Me encantan las novelas que narran tragedias: terremotos, huracanes, naufragios, epidemias, guerras, accidentes aéreos, atentados,...No os podéis hacer una idea de lo mucho que me gustan este tipo de novelas, porque ponen a las personas en situaciones límite y permiten al lector ver tanto lo mejor como lo peor del ser humano. Por contra, siento repulsa hacia las novelas que tratan estos temas de forma demasiado explícita: no puedo con la sangre y las vísceras.
Quizás por eso este libro me ha llegado tanto, porque combina los dos factores que más gustan. Por una parte
es real, pues son
testimonios y vivencias de personas que estuvieron allí y no me aburre porque,
incluso las divagaciones, silencios y omisiones son importantes para el relato que quieren formar. Por otra parte, se centra en
un suceso muy trágico explicado con un lenguaje directo y descarnado pero que no se refiere a los detalles morbosos, sin que por ello deje de ser menos duro. No leía algo así desde
Escapar de Sobibor, y esta ha sido una lectura incluso más difícil porque incide mucho en el componente humano.
Hace dos días que he terminado la novela y aún no he logrado digerirla. Es una novela que se me ha hecho tan dura que he tenido que interrumpir la lectura unos días y leer otra cosa porque había llegado un punto en el que ya estaba insensibilizada ante el dolor. Y eso que estaba a 40 páginas de terminarla. Pero no podía...¿disfrutarla?...¿padecerla?...al cien por cien, así que decidí dejarla unos días hasta que me viera con fuerzas.
Hacía mucho que no marcaba tanto una novela. Mentira, tampoco hace tanto que leí
Dune, pero en ese caso, los marcadores eran por una razón completamente diferente. Compré marcadores de colores antes de empezar el libro (2'5€, me parece un timo) y tenía miedo de agotarlos todos. Tengo decenas de fragmentos que necesito compartir con vosotros, pero no estoy segura de si la reseña dará para tanto. Además, hay algunos que son muy duros, quizás demasiado. Queda en vuestras manos si leerlos o no.
En todo caso, os dejo con la reseña. O con lo que pretende ser una reseña. A ver qué sale de todo esto.
Título: Voces de Chernóbil
Autor: Svetlana Alexiévich
Idioma: Español
Páginas: 408
ISBN: 9788490626993
Colección: Ensayo-crónica
Idioma original: ruso
Título original: Tchernobylskaia Molitva
Año de publicación: 2015
Traducción: Ricardo San Vicente
Sinopsis:
Chernóbil, 1986. «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto». Esto fue lo último que un joven bombero dijo a su esposa antes de acudir al lugar de la explosión. No regresó. Y en cierto modo, ya no volvió a verle, pues en el hospital su marido dejó de ser su marido. Todavía hoy ella se pregunta si su historia trata sobre el amor o la muerte. Voces de Chernóbil está planteado como si fuera una tragedia griega, con coros y unos héroes marcados por un destino fatal, cuyas voces fueron silenciadas durante muchos años por una polis representada aquí por la antigua URSS. Pero, a diferencia de una tragedia griega, no hubo posibilidad de catarsis.
Opinión:
Impresión: Desgarrador
Antes de leer este libro, sabía poco sobre Chernóbil. Sobre el tema sólo h
abía leído un libro que trataba el tema por encima,
Cielo rojo, de David Lozano, y
había visto un documental que adaptaba el libro que os traigo hoy, "
Documental Voces de Chernobyl". El documental lo vi en versión original (que mezcla diferentes idiomas) y subtitulado en inglés. Lo cierto es que no me enteré de mucho, no solo porque esperaba un documental tradicional y este me descolocó, sino porque era muy
fragmentario y saltaba de un lado a otro. Ahora veo que era una forma de imitar el libro, pero en su momento me desconcertó. Eso sí, la grabación es
espectacular, si dejamos de lado algunos pasajes visuales más simbólicos. En todo caso, no descarto volver a verla ahora que he leído el libro.
El caso es que, pese a que ahora cuando he visto el trailer he reconocido fragmentos exactos del libro, durante la lectura casi no me he dado cuenta del paralelismo entre ambos (excepto una escena que recordaba). Y por eso, empecé el libro con una idea equivocada de lo que me iba a encontrar, al igual que vi el documental esperando otra cosa. Y doy gracias por ese desengaño, porque sino esta no sería una obra tan viva y demoledora.
Pensaba que esta obra iba a ser como Escapar de Sobibor, es decir, que sería un relato real pero ficcionalizado del accidente de Chernóbil, basándose en entrevistas realizadas a gente que lo vivió. Error. Ya. Lo sé. Pone "ensayo" en la portada pero soy como soy (
cuando te obcecas con una idea no hay quien te diga lo contrario).
A lo largo de los años, la autora realizó decenas de entrevistas a gente corriente que ha vivido las consecuencias de Chernóbil y en el libro lo que encontramos es esa transcripción de las entrevistas.
No importa lo que sepáis sobre la transcripción de entrevistas, porque sea lo que sea, no se acerca ni por asomo a lo que hay en este libro, y eso que yo he cursado diversas asignaturas sobre el tema.
1. La autora no está. No esperéis unas entrevistas que sigan una estructura habitual pregunta-respuesta. La voz de la autora/entrevistadora es apenas perceptible. No hace preguntas, deja que los testimonios hablen. Así, cada capítulo es un monólogo en el que la otra persona se abre ante el lector, se explaya y deja en el papel parte de su alma.
2. Lenguaje cuidado. Hay entrevistas que pecan por ser demasiado literales e incluyen deformaciones del habla. Otras, pecan de correctas y sientes que es artificial. La autora ha conseguido encontrar el equilibrio perfecto. No hay errores ortográficos ni repeticiones o muletillas que dificulten la lectura, pero al mismo tiempo, el lenguaje no pierde esos rasgos de oralidad que tanto le caracterizan: falta de cohesión, abundancia de puntos suspensivos, la dubitación, autocorreción, intensificaciones,...
3. Gestualidad. Entre corchetes, de tanto en tanto, nos encontramos con una descripción por parte de la autora de lo que hace el testimonio que está hablando [grita], [llora], [Hace una pausa],...Eso permite al lector visualizar mucho mejor a la persona que está hablando e imaginarte las inflexiones de voz que hace.
Pero qué reseña más técnica me está quedado. Supongo que os esperábais una entrada como las de Carme, con los sentimientos a flor de piel. Pero es que no puedo. No puedo. Necesito distanciarme del texto para conseguir emitir algo coherente más allá de "Esto es una maldita maravilla, me ha dejado el corazón en un puño, solo quiero sentarme en un rincón y balancearme hasta morir". Perdón. Sigo.
Os hablaba de los testimonios. En el libro encontramos gente de todo tipo. De cualquier sexo, de cualquier edad (aunque con niños, creo que solo hay un capítulo o dos), de cualquier oficio. No hay solo periodistas que cubrieron los hechos o científicos capaces de entender el por qué de todo. Hay maestros. Campesinos. Mujeres de bomberos o de militares. Bueno, viudas.
Y la relación que tienen con Chernóbil es muy diversa. Algunos tienen familiares que están enfermos o que murieron a consecuencia de la radiación. Otros vivían cerca del reactor o tuvieron que abandonar su hogar. Hay gente que defiende la actuación del gobierno y otros que la condenan. Hay gente traumatizada hasta la locura y otros que viven hoy en día en las zonas contaminadas por decisión propia. Pero todos tienen algo en común: han vivido las consecuencias de Chernóbil en sus propias carnes (tanto literal como metafóricamente hablando).
Por otra parte, me ha parecido todo un acierto que todos los testimonios sean sombras, voces anónimas. Yo no los imaginaba con rostro, eran simplemente voz. No se describe a nadie y en la mayoría de casos no se dice la edad (aunque por la forma de expresarse y lo que cuenta el lector se hace a la idea). Solo aparece el nombre y la profesión al final de cada capítulo, y algunos ni siquiera quisieron que figurara su nombre.
"Muchos médicos, enfermeras y, especialmente, las auxiliares de aquel hospital, al cabo de un tiempo, se pondrían enfermas. Morirían… Pero entonces nadie lo sabía.
A las diez de la mañana murió el técnico Shishenok. Fue el primero… El primer día… Luego supimos que, bajo los escombros, se había quedado otro… Valera Jodemchuk. No lograron sacarlo. Lo emparedaron con el hormigón. Pero entonces aún no sabíamos que todos ellos serían solo los primeros…"
Como veis, la obra hace un retrato muy global y muestra la catástrofe desde todas las perspectivas. Iba a hacer una lista de los capítulos que más me han impresionado, pero es que no puedo. Casi todos me han parecido estremecedoramente maravillosos. Los únicos que me han rechinado un poco son aquellos que trataban de reflexiones filosóficas a las que habían llegado los testimonios. No hay demasiados, pero sí que cortaban un poco con el conjunto de la obra. Solo por eso no se lleva el 5/5
Puede que os hayáis dado cuenta de que digo constantemente "testimonios" y no "personajes". Y es que me siento en la necesidad de remarcar que son personas reales. Reales. De carne y hueso. A veces la realidad supera la ficción.
Sobre el contenido de los testimonios. Como ya os he dicho hay una gran variedad y son bastante cortos, la mayoría tienen unas diez páginas. Supongo que tenéis curiosidad queréis saber lo que me ha impactado tanto. Os lo diré. Los detalles. Antes de empezar el libro, esperaba relatos directos. Esperaba que los testimonios empezaran (con algunas variantes) por "El día del accidente yo estaba haciendo X y me pasó X, tuvimos que huir, X conocidos míos murieron y sufrí mucho". Pero no. Relatos así creo que solo hay dos (entre ellos el primero, sobrecogedor). No se trata de historias de vida, sino fragmentos. Es como si la autora les hubiera dicho "¿Qué te viene a la mente si te digo "Chernóbil"?
El realismo que emana de estos relatos es brutal.
No hay relatos directos porque es algo demasiado duro como para hablar de ello a la ligera. Lo que han vivido los testimonios les ha afectado psicológicamente. En apariencia, muchos parece que lo han superado, pero solo es eso, apariencias, pues
no se atreven a hablar de ello abiertamente.
Muchos dan rodeos, relacionan un tema con otro, divagan y cuando han cogido fuerza, cuando se siente preparados, dejan escapar algún detalle que deja entrever lo mucho que sufrieron.
He dicho que divagan, pero por favor, no creáis que por eso sea aburrido, sino que todos esos detalles extra que nos dan sobre ellos hacen que los construyamos como personas. La importancia de los silencios, las frases que quedan a medias, los cambios de tema, los rodeos,... Para mí sorpresa, me ha gustado tanto el hecho dramático en sí que narran como lo que envuelve ese hecho. Es la diferencia entre leer en un periódico que un hombre se ha suicidado saltando de un balcón o ser amigo de ese hombre y conocer sus razones para hacerlo.
No es un libro que se pueda leer de un tirón. Tampoco es un libro que se haga pesado a repetitivo. Casi al final de cada capítulo tenía que pararme para asimilar lo que había leído y las reflexiones de toda esa gente (que recordemos, son gente corriente), me hacían darle vueltas al mundo, porque quizás no es tal y como lo veo.
Mirándolo en perspectiva, parece que no hay para tanto. Se han escrito cosas peores. Hay libros que tratan las catástrofes y buscan impresionar al lector intencionadamente. Son libros que no buscan remover consciencias, sino estómagos, con descripciones muy gráficas y al detalles, que se regocijan en el dolor y el sufrimiento que hacen un primer plano de los cuerpos descompuestos y deformes, que buscan el morbo y se regodean en los aspectos más macabros. Este libro no es así en absoluto. Lo que más me ha impresionado es que logra hacer estremecer al lector sin intentarlo. Como os comentaba, lo importante son los detalles espontáneos. El hecho de que una mujer te cuente que cuida de su hijo en el hospital y que de repente te diga que hay niños que dicen cosas como esta:
"Ya hace dos años que mi niño y yo vivimos en la clínica. Las niñas pequeñas, con sus batas de hospital, juegan a las muñecas. Sus muñecas cierran los ojos. Así mueren las muñecas.
—¿Por qué se mueren?
—Porque son nuestros hijos, y nuestros hijos no vivirán. Nacerán y se morirán."
Y es que si viviera algo así, no creo que tuviera el valor de traducirlo en palabras. Sí, hay algún relato que nos muestra escenas más visuales, pero en 400 páginas, puede que solo haya dos. Y como necesito compartir mi sufrimiento, os dejo uno de ellos.
"Tenía el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En el hospital, los últimos dos días… Le levantaba la mano y el hueso se le movía, le bailaba, se le había separado la carne… Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!… Todo esto tan querido… Tan mío… Tan… No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo colocaron en el ataúd descalzo."
Los relatos están contados con un tono descarnado, son duros, pero en la mayoría de los casos, son contados desde la distancia (muchas de las entrevistas son de diez años después). Lo que os comentaba de los detalles. Hay testimonios que empieza hablándote de la muerte de su hijo por radiación, luego hablan de la nostalgia que sienten al no poder regresar nunca a su hogar. De eso, pasan a hablarte de la belleza de la zona contaminada, ahora que la naturaleza campa a sus anchas y de repente, ellos mismos te cuentan un chiste sobre los habitantes de Chernóbil (increíble su humor negro, están transcritas incluso las risas), para en la siguiente página contarte cómo dispararon a su propia mascota porque era radioactiva. Brutal.
"- Otra pregunta: «¿Cuánto es siete por siete?». Respuesta: «Pregúnteselo a cualquiera en Chernóbil, que le hará la cuenta con sus dedos». Ja, ja, ja."
Otra cosa que me ha gustado es que este no es un libro de datos informativos. No es un libro de historia. No te explican el cómo y el por qué del accidente. No te hablan de ciencia, del funcionamiento de la radiación. No te describe el reactor ni hace explicaciones científicas de los efectos de la radiación. El valor de este libro reside en que te cuenta el lado humano de la catástrofe. Que sí, que algunos de los entrevistados son científicos y dosimetristas, expertos en radiación, pero incluso ellos no te atiborran a datos, lo mencionan todo de forma muy sutil y cuentan cómo la catástrofe ha afectado a sus vidas. Pero en ningún momento esto pretende ser un ensayo científico.
Esa falta de información no es un problema. Para leer este libro no es necesario que sepas nada sobre lo que sucedió en Chernóbil. No te obliga a buscar información sobre ello para entenderlo. Pero sí de incita a saber más. No soy de ver vídeo en Youtube, pero este libro me ha alentado a ver un par de documentales sobre el tema. Porque necesitaba ver cómo era el techo del reactor al que subieron los bomberos, comprobar que realmente la naturaleza estaba devorando los edificios, asumir que esas casas que parece que esperan a que sus dueños vuelvan de un momento a otro, no serán habitadas nunca más. Hasta el fin de los tiempos. Es ver cómo el apocalipsis no está tan lejos.
"—En Chernóbil se recuerda ante todo la vida «después de todo»: los objetos sin el hombre, los paisajes sin el hombre. Un camino hacia la nada, unos cables hacia ninguna parte. Hasta te asalta la duda de si se trata del pasado o del futuro.
En más de una ocasión me ha parecido estar anotando el futuro."
Puede que una de las cosas más duras de todo el libro sea ver las consecuencias de la radiación. Y no me refiero a las consecuencias directas, como la de esa escena descrita más arriba o el aumento del cáncer entre la gente que estuvo muy expuesta a la radiación, sino que me refiero a las consecuencias a largo plazo. Muy a largo plazo. Los niños.
"Cuando están en formación, estos niños caen desmayados; cuando se quedan de pie unos quince o veinte minutos les sale sangre de la nariz. No hay nada que les pueda asombrar ni alegrar. Siempre somnolientos, cansados. Las caras, pálidas, grises. Ni juegan ni hacen el tonto. Y si se pelean, si rompen sin querer un vidrio, los maestros hasta se alegran. No los riñen, porque no se parecen a los niños. Y crecen tan lentamente… Les pides en una clase que te repitan algo y el crío no puede; la cosa llega a que a veces pronuncias una frase para que la repita después y no puede. "
La cantidad de niños que han nacido a consecuencia de Chernóbil con deficiencias mentales, con deformaciones, con cáncer. Niños que han dejado de serlo, que saben que nunca serán como los demás, que incluso saben que morirán pronto. Escenas como esta, de una entrevista realizada a unos niños de entre 8 y 14 años, me han dejado muy tocada, porque recordemos, es gente real:
"Mi mejor amigo se llamaba Andréi. Le han hecho dos operaciones y lo han mandado a casa. Al medio año le esperaba una tercera operación. El chico se colgó con su cinturón. En la clase vacía, cuando todos se fueron corriendo a hacer gimnasia. Los médicos le habían prohibido correr y saltar. Y él se consideraba el mejor futbolista de la escuela. Hasta… Hasta la operación.
Aquí tengo muchos amigos. Yulia, Katia, Vadim, Oxana, Oleg… Ahora Andréi.
—Nos moriremos y nos convertiremos en ciencia —decía Andréi.
—Nos moriremos y se olvidarán de nosotros —así pensaba Katia.
—Cuando me muera, no me enterréis en el cementerio; me dan miedo los cementerios, allí solo hay muertos y cuervos. Mejor me enterráis en el campo —nos pedía Oxana.
—Nos moriremos —lloraba Yulia.
Para mí el cielo está ahora vivo, cuando lo miro. Ellos están allí."
Me gustaría hacer referencia también a las medidas que se tomaron después de la catástrofe (diría "accidente", pero es como minimizar lo ocurrido). Sabía que el gobierno había tardado en reaccionar y que había intentado encubrirlo un tiempo. Pero no esperaba algo tan exagerado como esto.
"De pronto empezaron a aparecer esos programas por la tele. Uno de los temas: una mujer muñe una vaca, lo echa en un bote, el periodista se acerca con un dosímetro militar y lo pasa por el bote. Y le sigue el comentario siguiente: «Ya ven —te vienen a decir—, todo es completamente normal», cuando en realidad se encuentran a solo diez kilómetros del reactor. Te muestran el río Prípiat. La gente bañándose, tomando el sol. A lo lejos se ve el reactor y las volutas de humo que se alzan sobre él. Comentario: como pueden comprobar, las emisoras occidentales siembran el pánico, difunden descarados infundios sobre la avería. Y de nuevo con el dosímetro: ahora junto a un plato de sopa de pescado, luego con una pastilla de chocolate, y después sobre unos bollos en un quiosco al aire libre. Era un engaño. Los dosímetros militares de los que entonces disponía nuestro ejército no estaban preparados para medir alimentos, solo podían medir la radiación ambiental."
Durante muchas semanas la gente siguió con su vida normal, cultivando y alimentándose de los animales y la tierra contaminada, paseando por la calle como siempre, sin usar ningún tipo de protección o medidas
"Nadie hablaba de la radiación… Solo los militares iban con caretas. La gente de la ciudad llevaba su pan de las tiendas, las bolsas abiertas con los bollos. En los estantes había pasteles… La vida seguía como de costumbre. Solo… lavaban las calles con un polvo…"
La gente actuaba normal, incrédulos a la alarma de los científicos, tratando de mantener la calma y que no cundiera el pánico, sin temer a algo que no se podía ver oler ni sentir, sin tener ni idea de qué era la radiación ni cómo actuar ante ella.
"Nos preparábamos para una guerra, para una guerra atómica, construíamos refugios atómicos. Nos queríamos proteger del átomo, como si fuera la metralla de un proyectil. Pero esto está en todas partes…, en el pan, en la sal. Respiramos radiación, comemos radiación. El hecho de que pudiéramos quedarnos sin el pan y la sal, de que pudiéramos comérnoslo todo, hasta llegar a cocer en agua un cinturón de cuero para tan solo catar su olor, para saciarnos con su olor, todo esto es algo que yo podía comprender. Pero esto no. ¿Que todo estuviera envenenado?"
Gente que luchaba contra a la radiación con vodka. Sí, esa fue una de las mejores medidas de seguridad contra la radiación, tomar vodka hasta quedarte sin sentido. Era una de las medicinas más recetadas por los médicos y la población creía firmemente que ayudaba a reducir la radiación.
Me ha parecido muy interesante descubrir que hay gente que se marcha a vivir a las zonas contaminadas por voluntad propia. Algunos lo hacen por nostalgia, porque son gente "mayor" (de 60 años) y saben que morirán pronto y prefieren vivir los últimos años que les quedan en su hogar. Otros viven allí porque no creen en la existencia de la radiación. Otros se refugian de sus países de origen porque era tan horrible la situación que vivían allí que sufrir la radiación es una alternativa mejor. Parece inconcebible, pero con relatos como este, entiendo a esa gente:
"Yo trabajaba en la maternidad, de enfermera. Una noche que estaba de guardia, una mujer que estaba dando a luz paría con dificultad, gritaba. En eso entra corriendo una auxiliar. Con guantes sin esterilizar, la bata tampoco. ¿Qué ha pasado? ¿Qué había sucedido para que alguien entre así en una sala de partos?
—¡Chicas, bandidos! —grita.
En eso, entran unos con máscaras negras, armados. Y se lanzan contra nosotras:
—¡Dadnos las drogas! ¡Queremos alcohol!
—¡No tenemos drogas, y tampoco hay alcohol!
El médico, a punta de fusil, contra la pared.
—¡A ver!
Y en eso, que la mujer que estaba de parto lanzó un grito de alivio. Un grito de alegría. Y la criatura rompió a llorar: justo acababa de aparecer. Me incliné sobre el recién nacido, ni siquiera hoy recuerdo si era niño o niña. Aún no tenía ni nombre ni nada. Y estos bandidos que se vienen contra nosotros y nos preguntan que quién era, si de Kuliab o del Pamir. No si era niño o niña, sino si era de Kuliab o de Pamir. Nos quedamos calladas. Y aquellos que gritan:
—¡Que de quién es!
Seguimos calladas. Entonces, agarraron a aquella criatura, que llevaría unos cinco o diez minutos en este mundo, y lo tiraron por la ventana… Soy enfermera y he visto más de una vez la muerte de un niño. Pero eso… El corazón casi se me escapa del pecho… No debo recordar aquello… [Llora de nuevo.]"
Otra cosa que me ha sorprendido es las pocas represalias que hubo. Se celebró un juicio y la mayoría de los encargados de la central fueron condenados a prisión, una penas que iban de entre dos a diez años de prisión. Casi ninguno cumplió la condena porque murieron pronto, pero algunos de ellos estuvieron en libertad algunos años antes de morir. ¿Merecían ese castigo por obedecer órdenes? No sabían lo que iba a pasar, fue un accidente. Os dejo juzgarlo a vosotros.
También me ha parecido muy interesante leer sobre gente que opina que el gobierno hizo bien. Gente que piensa que el gobierno hizo lo que pudo para que no cundiera el pánico. Testimonios de gente que conocía los efectos de la radiación pero se lo callaban, para cumplir con las cuotas de producción, para que el resto de la población no huyera y estallara el caos. Gente que pese a saber lo que hacía la radiación, se quedaba allí, exponiéndose ellos mismos y a su familia, solo para mantener las apariencias. Gente que no se arrepiente, pese al precio tan elevado que han tenido que pagar.
"—¿El tractorista está protegido al menos con una mascarilla?
—No, trabajan sin respiradores.
—¿Qué pasa, no os los han mandado?
—¡Pues claro que los han mandado! Nos han mandado tantos que tendremos hasta el año dos mil. Pero no los hemos repartido. Cundiría el pánico. ¡Y todos saldrían corriendo! ¡Se largarían!"
Por último (que esta reseña ya es demasiado larga, lo siento, pero necesitaba explayarme), quiero destacar el magnífico retrato de la sociedad rusa que se vislumbra entre líneas. Más allá de las tradiciones y los estereotipos establecidos de cada país, en general parece que cada persona es un mundo y que no se puede generalizar, que la gente de un país no es de una determinada manera. Este libro lo desmiente. Los testimonios son gente que no se conoce entre sí, de diferentes zonas del país, de edades distintas, con experiencias vitales diferentes. Pero en el subtexto de lo que dicen se describe al mismo tipo de sociedad biolorrusa y rusa. Una sociedad tradicionalista, arraigada a la tierra, muy centrada en la agricultura y la ganadería que se ha visto sorprendida de un día para otro con la modernidad.
"Los niños se quedaron todo el verano en la escuela; los soldados lavaron el edificio con detergente, retiraron la capa superior de la tierra de todo alrededor. Pero y al llegar el otoño, ¿qué? Pues en otoño mandaron a los colegiales a recoger la remolacha. Mandaron a los campos incluso a los estudiantes de las escuelas técnicas. Los mandaron a todos. Chernóbil era menos terrible que dejar la cosecha sin recoger en el campo."
Una sociedad patriótica, comunista, gente a la que se ofrecen voluntarios para sacrificar su vida por el bien común. Una sociedad sumisa y obediente, con la misma fe ciega en el gobierno y el estado que la que tenían los cristianos en Dios durante la edad media.
"Unos habían dejado en casa a sus hijos; otro a la mujer a punto de parir; otro que no tenía piso. Pero nadie se quejaba. Hay que hacerlo, pues se hace. La patria te llama; la patria te lo ordena. Así es nuestro pueblo."
Gente que no piensa en ellos mismo como individuos, sino con un "nosotros" inconsciente. Un pueblo de gente fuerte y valiente que saben que la vida es dura y que por eso, ellos lo son más.
"Imagínese el ferrocarril, una vía férrea trazada por unos brillantes ingenieros; el tren marcha veloz, pero en el lugar del maquinista tenemos a un cochero del pasado. Este es el destino de Rusia: viajar entre dos culturas. Entre el átomo y la pala."
En conclusión, un libro altamente recomendado...si no estás deprimido a bajo de ánimo. En ese caso, no lo leas. Al resto, os lo recomiendo condimentado con algunas películas/libros/series de humor, para que sea una lectura más llevadera. No se recomienda el consumo abusivo, leer algunas páginas cada seis horas. Ahora en serio, un libro que se basa en testimonios reales que con crudeza y un lenguaje descarnado nos relatan una realidad muy dura sin intentar ser morboso. Un libro visceral, estremecedor, que te remueve por dentro solo con los detalles y que además ofrece un magnífico retrato social del pueblo bielorruso y ruso.
Leedlo. No importa cuando. Pero leedlo.
Y para terminar, os dejo con mi avance en Goodreads:
PUNTUACIÓN...4'5/5!